POESÍA DE ANTONIO ROJAS

Una pantera
a mitad de salto, me mira
desde el último vapor que sudan
los espejos de la tarde.
Alta,
sin peso,
en la mirada el enigma de lo que está por ocurrir.

De tristeza gemela,
sus ojos son charcos de música intuida.
Alguna vez fue suya una vocal de agua.

A veces la escucho
en los incendios del sándalo
como una canción muda que brota en silencio,

entre las voces que llaman sin cesar
en la tibia erudición de mi sangre.

La sigo en tanto se desvanece
su ágil simetría,
y me hiere la primera sombra de la noche.

Por las negras cascadas del tiempo
se desploman los axiomas del crepúsculo.


Las horas perdidas

Porque lo único que no se nos quita es la memoria
hubiera querido ser otro,
el primer o el último hombre,
los que fueron,
son,
los que están por venir,
no este andar prendido en sombras
que deshuesan los buitres del ocaso.

Pude haber sido
la palabra precisa, el silencio justo,
el beso que se da
una tarde de oro molido y girasoles,
la bondad de una ventana abierta hacia la sed del aire,
y allá van mis años, pesarosos,
como hojas que arden en la respiración del viento.

(Soñaba una flor abriendo hacia el mañana;
ofrendas, claridades,
y un simple concurso de acasos
llenó mis puños con las horas perdidas).


Libélula fatale

Y vienes y te quedas
blanca, casi de mármol,
como un escalón puro para subir a Dios.
Carlos Sahagún –Cuerpo desnudo

Me sorprende la velocidad de la noche
en que viajas
al límite del olvido.

Llevo tiempo sin oír de ti,
de tus quejas habituales
que, al final, no importan mucho,
si termino besando
las monedas
que te alumbran la sonrisa.

Eres siempre otra
cuando vienes y exhibes
tus dotes
de libélula fatale.

Si el humor te alcanza llegas reluciente,
el brillo de mil lunas en los ojos;

otras veces decaída,
como si fueran tuyos los pesares del mundo;

rubia o morena
dorada de sol,
la danza del viento en tus cabellos,

generalmente opaca,
igual que esos pájaros que solo vuelan en la bruma.

Si supieras
que, por acariciarte,
se me han hecho las manos relámpagos de hielo.

POESÍA DE ANTONIO ROJAS

Historias que me cuento

Porque no sabemos qué bestias sueña la noche
cuando sus horas se hacen muy largas, incluso para que Dios esté despierto.
Hildred Castaigne

El último adiós se dice para siempre,
y así destroza y se recuerda.

Hay para quien partir es una manera de quedarse,
y también quien es feliz porque no está contigo.

Hay quienes se rinden al llegar el otoño
como espantajos erguidos en la nieve, yo,
busco historias que contarme :
el viento sopla mariposas frías;
el humo de las chimeneas
va con sus naves sobre el bosque,
y las casas brillan en la oscuridad
lo mismo que un animal muerto
en el solar vacío.

II

Como el caldeo en las noches sin luna de Ur,
abro el mapa de las constelaciones
en busca
del corazón que perdí
en los sesenta grados del sextil inclemente.
Amor,
el terrible,
el que oscurece la luz de los ojos
como la arena que a veces cubre los bazares del Cairo.

III

Entran por la ventana
los primeros lobos de la noche;
apacibles,
sin ruido,
llenan el lugar de una soledad antigua;
los árboles se hunden en la oscuridad
y se estremecen a lo lejos como bestias regocijantes.
No viene el monstruo que mi corazón sueña,
sólo lejanía…
y un estrecho de calle
por donde salgo a caminar un ladrido encadenado
a la espera por palabras,
esas que redimen
o le traen sentido al dolor,
que es una forma de dicha.

IV

Desde otros incendios me recuerdo,
por otras selvas de mangos y pájaros alucinantes,
en una noche toda bosque, toda luna.
Códigos de viejas estirpes
circulan en la memoria de mis genes,
ciclos milenarios de ángeles y bestias
surgen sin edad
en su invisible caudal de aguas metálicas;
en ellos claman todos los muertos
y se abre la tumba del ayer,
el epitafio de las generaciones.

V

Agotadas mis últimas monedas,
voy por la luz simple del día
en espera del pan y el milagro.
Mendicante de colores tibios y palabras puras,
no espero la limosna del mundo;
camino hacia mi,
hacia la aldea de mis memorias,
hasta oir aquella voz que rompía la noche
como un golpe de remos la soledad del agua.

Claro el error y distante lo hermoso,
me traen alegría las campanas de viento,
su argot melódico de metales y madera,
la parábola frutal de la brisa entre los árboles.
En medio del ruido y el humo
que ahogan la ciudad,
un animal me mira
con los ojos llenos de palomas;
las costillas ardientes de cara al sol,
se aleja sin nadie que lo ame.

El amor pasó de largo y nos negó su hueso.

Las calles sucumben
al orden del caos;
sólo se escuchan voces dentro de otras voces,
pasos siguiendo otros pasos con precisión de hormigas;
las gentes no se ven ni se escuchan,
pasan a mi lado apuradas
como moscas revoloteantes al banquete frío de un cadáver.
Mi corazón recoge su mano;
siempre supo que vivir es caminar entre gritos,
la lengua húmeda para lamer su propia herida.

Me alejo en el naufragio de las horas:
falta candor y sobra lo inquietante
en el malogrado azul
que avanza desde los detritus del ocaso;
he visto la sombra que me muerde,
la sombra que soy,
y la condena de un beso.

VERSO LIBRE

Aquí están mis recuerdos,
suspendidos en el espejo desviado de la memoria.

Aquí están:
oscilan en trapecios de agua,
evaden pesadillas.
se intercambian, exaltados se quejan,
duplican su carcajada,
desayunan, salen de paseo, lloran,
y sus lágrimas son ulexita
que sabe ver a través de la pena.

Aquí estás vos,
que sos un recuerdo,
lo eras o, tal vez, no,
porque batís palmas,
corpóreo, en el horizonte de esa fantasmagoría,
nombrándome.

Tu voz y su nítido eco,
cómo trompeta de Miles David,
profundo como un odaiko.

Aquí están mis recuerdos,
arrojados en el tiempo lábil de un código postal
que la emoción fijó en las cosas que pasan.

Código postal

Silvia Heidel



Visión en Laguna Redonda

Antonio Rojas

Sus ojos eran un sol negro sobre las aguas de Laguna Redonda;
parecía un pez bíblico bebiendo la sombra de los árboles.
De sus orillas emergen muertes paralelas
a contemplar la muerte de los pájaros, la infancia de los lobos,
y el éxtasis de los agonizantes.
El viento arrastra letras y números
que abren cortinas de bronce y combinaciones de aldabas,
la perfección del olvido, y un bellísimo azul matemático.
En su callar caben todas las voces,
los cocodrilos silentes del ocaso,
el peso de lo que está por existir,
las llaves y cinceles que abren el ayer de los baúles
y el orden estricto de los féretros,
la espada de David y los espejos en la cabeza de Absalón,
Jezabel y la Sulamita, la nave de Elías, El corcel de Saulo,
los muros y las trompetas de Jericó,
el oro,
las piedras,
los cristales,
los dos ladrones en ambos extremos de la luz.

Su vista termina donde comienzan los sueños.

Más allá, la tarde eleva sobre la ciudad aéreas construcciones,
(allí hay puertas que, al mirarlas,
sueltan los cerrojos,
se quiebran en relámpagos fríos,
en cifras olorosas,
y abundantes cabelleras caen de los dinteles).

El anciano se sienta en el borde de una piedra;
tiene en las manos la marca de Caín y la daga de Atila,
las eleva hacia el cielo en un semi círculo monstruoso
buscando el corazón de la noche,
y un duende infla danzas en la memoria,
el ritmo de otras eras
donde él es, apenas, el balbuceo de un instante
que se consume aprisa en las fauces omnívoras del universo.
Creo escucharle decir: -”Aleph”,
y pienso en la cebada y la menta de Eleusis,
en las mezquitas gemelas del Taj Majal,
la piqueta y la lanza de Nemrod,
el tango de una noche en Buenos Aires,
las ruinas de Sechin…
Pero él sólo buscaba comprender el horror
de esa selva metálica
donde duermen estrellas difuntas su ilusión de albas,
pasear por los oráculos
donde cantó Elohim su hosanna secreto,
y descienden con la lluvia
dioses azules,
alas de ángeles…

huesos de hombres.


Acostumbro despertar a las cuatro
para comunicarle con un beso
ese buen día enamorado, como si fuese
un laurel profético de luz sobre la oscuridad.

Ya sé de las confusiones que se alojan
en su tránsito de decisión a victoria
y cómo se repiten los mapas de la complacencia.
Por eso, llevo días adelantándome a la madrugada
para dar con el trayecto donde circulan
juntos, razón, deseo y posibilidades.

A veces, pareciera plena noche al fondo
y otras, la boca inédita del día, justo ahí
donde cambia el destino de mis besos,
como si todo se resumiera en actitudes
mediando entre fugas de energía y fe.

Entonces agradezco las líneas que se escriben
con esos silencios que ojalá también trazaran
claramente los límites entre hora vacía
y amanecer con sol estallando en la ventana y sus promesas.

Rutina sin agenda

Solange Schiaffino

LOS LIBÉRRIMOS

Antonio Rojas

La ira de las estaciones

He quedado solo con mi fe.
Incorrupta, yace en el fondo de mi corazón,
como dormida en el vientre de un pez milagroso.

Ahora que estalla de pronto la ira de las estaciones,
las cosas ya no son sino como las recuerdo
en la síntesis brumosa del paisaje infame.
No solo el amor,
también es bello el olvido.
Aunque creer nos eleve,
nunca alcanzamos la altura de los sueños:
en el espacio que respira una flor
se gesta todo un mundo de desdicha.

Alargo mis sentidos para atrapar al insecto de la tarde;
como para nacer en otra era
algunos pájaros huyen
en la escasa luz que resta al día.
Hora invidente,
cazo pedazos de cielo en la tormenta,
quizás porque amar es el último argumento,
y el último grito.



Silvia Heidel

Uno infinito

«La pregunta ética ha desaparecido del preguntadero humano». Gavri Akhen.

intersecto números en mis venas
esta noche que raspa con su alarido mis ojos
alguna chispa de verdad
relumbrará en esa crucifixión íntima

números que son Uno
multiplicado a la enésima
milésima millonésima
cifra sinfin
nos cerca con su horca de llanto

no ni nunca
ajenidad frente al Uno
de infinitesimales ojos
boca
lengua
pies
corazón
brazos
desmembrados por esta edad oscura
sobre la tierra muda y ciega

Uno hendiendo lo umbrío
sangre con alas
en un pliegue de tiempo
con nostalgia de futuro



Enrique Sanmol

La noche es sola

La noche es sola,
y crece como una infección
en el torrente sanguíneo.
La noche es sola
y yo intento escabullirme
entre calles y arpegios,
pateando un asfalto
de señales horizontales
y semáforos intermitentes,
entre perros que defecan
en las almas de las aceras.
Ella odia dormir sola,
y a mí la noche me asesina,
como lo hacen los nonatos
que anhelan desde el limbo
la lotería de existir,
de crecer como una infección
vertiginosa y hermosa.
La vida eterna entre perros
que defecan y defecan
en las almas de las aceras
y los semáforos.
Ella odia dormir sola,
y a mí la noche me asesina.
La vida eterna entre espectros
que acuden a la llamada
de una oscuridad desnuda,
la oscuridad helada
de un exoplaneta deambulando
por un universo de noche sola.



Alex Augusto Cabrera

Día sin luz ni sol

mañana lloverá y no estaremos
no seremos los mismos detrás de la ventana ni en el bar
ni en el auto
y habrá otras arañas recorriendo el vacío de la casa

lloverá y un diluvio de treinta y seis minutos
se llevará tus años y los míos
buscándote
entre cada comienzo tercamente

lloverá como nunca
y
gota a gota
se llenarán de moho nuestros nombres
las paredes de ausencia
la guitarra de voces silenciadas
toda la espera y todos los proyectos
serán tan solo esquirlas
mis mapas y los tuyos se llenarán de polvo
y sangrará la lluvia
gota a gota
hasta que se desborde
lo que ya es inútil de tan tarde

pero seguirá el bar y el auto y la ventana
y tú te irás allá
al día nuevo

día sin sol ni luz
día en pañales

el viento pasa

yo no sé a dónde iré

ni si hoy existo

VERSO LIBRE – VERSO BLANCO

Antonio Rojas

Imagen by Brands Amon
Fantasmas de tiempos pasados

Hacia algún lugar se va borrando el contorno esbelto de la noche
y se marchan las estaciones que nos sueñan
a mundos que se quedan sin luz
como soles apagados de un zafiro.
Tan lejos te fuiste con la oscuridad envuelta en tus pupilas
a esas remotas aldeas del ayer
donde yace el amplio corazón de los que amaron
al lado del temblor desnudo
que les arrebató el primer asombro.

Igual al solitario que arrea su embarcación destartalada por los mares
atento a ese ribazo donde el azul se quiebra
y susurran el más allá las caracolas,
te busco con todo lo que soy y lo que espero,
por si tal vez siga tu historia en esas arenas del olvido
y se aferre aún el invierno a tu chamanto,
al joyel y al anillo que en tu último Diciembre
luciste detrás de las vidrieras
para que más brillara la aurora
en el negro adivino de tus ojos
que sedujo jaguares en los míos,

Llueve y acaso escuche el nombre que tendrás mañana;
ahora: es el peso aplastante de la ciudad sin ti,
donde tú comienzas y lo demás termina,
y dice Kafka
que no somos más que fantasmas de tiempos pasados.


Isabel Reyes Elena

Imagen de 경복 김 en Pixabay
Naúfrago en tierra

¿Qué tiene dentro la paz de la palabra?
Y muchas aguas
diluviaron encima de mis manos
sin dar con la respuesta.
Estoy muy sola
con unos cuantos nombres desnudando mis ojos.
Han huido de mí
dejándome en los dedos un perfume
de armas y ceniza.

Yo soy una mujer imposible de atar
que va dejando huellas por la arena,
un perdido perfil en un retrato
que no acierta la luz.

Y quemé mis pestañas y mis dientes
en las hondas hogueras del ocaso
con la misma pregunta.
¿Quizás puedo cambiar de rumbo al mundo?

Pero muchos maldicen mis palabras
se juntan en las tardes,
conjuran al crepúsculo, se miran
buceando en los ojos y si oyen
un momento mi voz levantan árboles
y el mar ponen en pie. Ya no hay orillas
para mí que soy náufrago de tierra.

Ahora al mediodía de mis años
dejo que vengan otros a robarme
lo que yo nunca tuve , que me exilien
a una tierra jamás pertenecida
y no sean las sombras
quienes pongan mi grito en cuarentena.

Me he dado tanto
cuanto me fue posible, mas ignoro
si me queda en los huesos algún haz
de luz por entregar. Mientras, persisto
luchando por un mundo más humano
con toda mi inocencia en carne viva.

Que nadie venga
ahora a apedrearme la mirada
pues me sobra el arrojo
para quebrar sus cántaros de sombra.


Orlando Estrella

Cosas de compromiso

Nunca he sido el más rápido ni tampoco el más diestro,
sólo he jugado con las cartas limpias
en un campo minado de alimañas.

Me ha bastado cuidar mi espacio siempre
como esos animales acosados
y despreciados por el hombre
y nadie ha traspasado esa personal línea
al menos que lo haya permitido.

Sé que eso no es vivir de acuerdo con los tiempos
donde hay que estar globalizado, público,
donde nos puedan ver con su mira letal.

Así he sobrevivido
no por ser más certero, quizás sí el más prudente.
Y un dolor escondido, invisible, probable,
de darle gusto a una pobre rata
de cargarse y pisar a este tipo de hombre.

Si parezco arrogante, puede ser mi gran culpa,
pero guardo recuerdos:
permanecer callado y fuerte, mientras,
me pedían a fuerzas las palabras.

¿Eso es orgullo? Sí.
Y creo que cumplí con mi deber
a proteger a mansos, también a cimarrones.

Esas fueron las cosas
del compromiso.


Jordana Amorós

Imagen by Markus Kammermann
Feroz melancolía

Ni los ojos se inmutan,
ni el corazón se duele.

Ahí fuera un insecto
acaba de estrellarse contra el cristal,
se agitan
las hojas ya resecas al sentir el aliento
de la brisa otoñal
y un pájaro despide con un réquiem magnífico
ese rayo de Sol, aún tibio de Octubre,
que regala la tarde.

Aquí dentro, tristeza
exhala cada pétalo
de esa última flor que me brindó el rosal,
que en un jarrón de vidrio,
cortada, languidece.

¿De qué me quejo yo?

¿De tener una mente soñadora,
amante de extraviarse
en elucubraciones metafísicas,
y una piel sensitiva hasta el espasmo?

Hoy han nacido estrellas
y han llegado a su fin constelaciones.

La vida ha de seguir sin detenerse
su ritual de costumbres.

El que el humus al humus
deba volver,
no es drama.

La tragedia es saberlo.

Y presentir
que al aventar tu polvo
no ha de haber quién se inmute,
es lo más natural
que no tiemble siquiera ni un átomo del aire

Dolor es la certeza que te infesta,
feroz melancolía, igual que una carcoma
mordiéndote la carne.


Ana Estepa

Imagen de jwvein en Pixabay
Laberíntica

Es comprensible que no me entiendas.
Yo nunca me hallo
cuando más me necesito.
Estoy ausente entre mis pensamientos,
perdida sobre mis huellas
en un laberinto absurdo
que tejí para nadie.

Tantas veces me he matado
que ya no sé si soy
una ilusión de mi memoria
o un cuerpo vulgar y tangible.

Puedo jugar al juego de las ilusas
y convertirme en una víctima
de mis propios trucos,
pero si el corazón se aferra
a la locura
debo de deslizarme
entre las sombras, callada,
antes de que enraicen los latidos.

Perdona mis silencios,
o si mi voz te hizo daño.
Si me marché de puntillas,
de forma inesperada.

Solo busco la forma de huir de mí misma
y de encontrar la manera
de volver a estar sola.


Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen de earth kiss en Pixabay

La torre

Desde siempre la lluvia y su susurro
que no perdona rabias ni asiste por lo bajo
al que ajeno a lo bello se dedica
al odio sin secuelas, al puño sin violencia
que termina en bostezo, en una lástima.

Y por siempre los guiños atrevidos;
la mirada furtiva que busca en el debajo
de las faldas aquello que le empuja a encontrarse
con el límite puro de su hombría,
el vacío que llena con las putas y santas
que escribiera el Humberto en su novela.

Los ríos

Si después de mi risa y mis lamentos,
se llena tu pantalla de perfiles exactos,
con errores sin faltas estudiadas,
con aciertos fortuitos, regalos de Fortuna,
disfrutalos a pleno, que son tuyos.

Yo sé bien acentuar que soy pasado
si el futuro me muestra que me toca perder
o ganar -con los años es lo mismo-,
y me gusta cederte la palabra final
por si acaso te preña de alegría.

Los huecos

Sin ayuda me elevo y crucifico
–sobre el rojo tardío de todos los crepúsculos–
el suspiro intranquilo de las niñas
que en mi boca anidaron su verdad que pretende
imponerse por Roma a quien no ama.

Con mi sombra y mi nombre a los costados,
trepado a las rodillas que me quebré de joven,
me desplazo y te aparto; nos excluyo
del relato sencillo que dicen y murmuran
los que lucen, sin gloria, sólo huecos.


Morgana de Palacios

Disforma

Un poeta se sienta ante el papel en blanco
y dice,
hoy voy a escribir un metro y medio
de poesía amorfa
que es lo que se lleva hoy en día
pero además
como soy un innovador de la disforma
la voy a vender al peso.

¿Cuánto vale un kilo de poesía amorfa?
¿Y un kilo de talento, cuánto vale?

¿Cuánto pesa un metro de poesía de amor?
¿y de odio? ¿y de despecho?
¿y de libertad, oiga, cuánto pesa un metro de poesía libericída
arengadora de hordas verbolálicas?

¿Y qué es lo que más pesa en la lírica por metros?

Ya lo sé
la elegíaca
sin duda,
la mortífera, la letal,
la poética del desahucio
el resto,
pecata minuta intrascendente.

Ya no existen las formas,
así que olvídate del clásico
«y pesan más dos tetas que dos carretas»

ahora, ya sabemos que del amor al porno
hay 30 gramos
y que el desamor pesa un poco más
y un poco más el despecho
y un poco más
pero poco
la soledad.

Yo quiero romper el oremus del ojo lector
y escribir un metro de elegía
sobre la muerte de lo que sea

muerte y muerte, mucha muerte
pesadísima

-Ah la erótica de la muerte-

al fin y al cabo se trata de un negocio
que no entra en forma alguna

¿Quién me compra un cuartito de lengua putrefacta?

Anímense
que a mí me quedan tres centímetros
para terminar de cagarme
en la putamadredelapoesíadisforme.


Gavrí Akhenazi

Manual de uso

Esto que hago
es una especie de desaprendizaje.

Un regreso a lo darc tan necesario a mi supervivencia.

Mantener en la boca las continuas deslunas del suspenso
deshabitar la calma,
acidular la miel de lo que nunca mutará en ceniza,
cargar el repertorio con antiguos hedores
y dejar que refluyan los crujidos a hueso descarnado.

Esa victoria pírrica sobre la antigüedad de tus cadáveres
solo ha alojado ruina en los pasillos

y las malas arañas
tejen sus leyendas de sal sobre los ojos
de las perfectas fantasmagorías
que insisten pegadas a los muros.

La gloria ha caducado en su oropel de miedo
mientras todas las ratas que han saltado del barco de la fe
están ahítas de su propia mierda
en despensas vacías.

Solo hay que dejar morir lo que no sirve
para prevalecer.

Y luego,
renacer holgadamente oscuro y torrencial
para ser destripado por tu idioma.