POESÍA DE ANTONIO ROJAS

Historias que me cuento

Porque no sabemos qué bestias sueña la noche
cuando sus horas se hacen muy largas, incluso para que Dios esté despierto.
Hildred Castaigne

El último adiós se dice para siempre,
y así destroza y se recuerda.

Hay para quien partir es una manera de quedarse,
y también quien es feliz porque no está contigo.

Hay quienes se rinden al llegar el otoño
como espantajos erguidos en la nieve, yo,
busco historias que contarme :
el viento sopla mariposas frías;
el humo de las chimeneas
va con sus naves sobre el bosque,
y las casas brillan en la oscuridad
lo mismo que un animal muerto
en el solar vacío.

II

Como el caldeo en las noches sin luna de Ur,
abro el mapa de las constelaciones
en busca
del corazón que perdí
en los sesenta grados del sextil inclemente.
Amor,
el terrible,
el que oscurece la luz de los ojos
como la arena que a veces cubre los bazares del Cairo.

III

Entran por la ventana
los primeros lobos de la noche;
apacibles,
sin ruido,
llenan el lugar de una soledad antigua;
los árboles se hunden en la oscuridad
y se estremecen a lo lejos como bestias regocijantes.
No viene el monstruo que mi corazón sueña,
sólo lejanía…
y un estrecho de calle
por donde salgo a caminar un ladrido encadenado
a la espera por palabras,
esas que redimen
o le traen sentido al dolor,
que es una forma de dicha.

IV

Desde otros incendios me recuerdo,
por otras selvas de mangos y pájaros alucinantes,
en una noche toda bosque, toda luna.
Códigos de viejas estirpes
circulan en la memoria de mis genes,
ciclos milenarios de ángeles y bestias
surgen sin edad
en su invisible caudal de aguas metálicas;
en ellos claman todos los muertos
y se abre la tumba del ayer,
el epitafio de las generaciones.

V

Agotadas mis últimas monedas,
voy por la luz simple del día
en espera del pan y el milagro.
Mendicante de colores tibios y palabras puras,
no espero la limosna del mundo;
camino hacia mi,
hacia la aldea de mis memorias,
hasta oir aquella voz que rompía la noche
como un golpe de remos la soledad del agua.

Claro el error y distante lo hermoso,
me traen alegría las campanas de viento,
su argot melódico de metales y madera,
la parábola frutal de la brisa entre los árboles.
En medio del ruido y el humo
que ahogan la ciudad,
un animal me mira
con los ojos llenos de palomas;
las costillas ardientes de cara al sol,
se aleja sin nadie que lo ame.

El amor pasó de largo y nos negó su hueso.

Las calles sucumben
al orden del caos;
sólo se escuchan voces dentro de otras voces,
pasos siguiendo otros pasos con precisión de hormigas;
las gentes no se ven ni se escuchan,
pasan a mi lado apuradas
como moscas revoloteantes al banquete frío de un cadáver.
Mi corazón recoge su mano;
siempre supo que vivir es caminar entre gritos,
la lengua húmeda para lamer su propia herida.

Me alejo en el naufragio de las horas:
falta candor y sobra lo inquietante
en el malogrado azul
que avanza desde los detritus del ocaso;
he visto la sombra que me muerde,
la sombra que soy,
y la condena de un beso.

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