Encaramada en un árbol la niña dijo a la luna: ─Tengo sed, quiero beber tu leche de blanca espuma, alimentarme de sueños, de esos que de ti rezuman; como cuando era pequeña y acostadita en la cuna, a través de la ventana de mi habitación oscura, veía el cielo estrellado y soñaba que a la grupa de un magnífico unicornio llegaba hasta las alturas y conseguía, por fin, descubrir tu cara oculta.
La luna le contestó: ─Si soñar es lo que buscas te contaré mi secreto, préstame atención, escucha…
Y en voz bajita le habló con mucho amor y dulzura. La niña escuchaba absorta recortada en la penumbra con los ojos muy abiertos y con la boquita muda.
Después se volvió a su casa con una escudilla oculta, resplandeciente de sueños y llena de luz de luna.
Isabel Reyes – España
Oscuridad
La sombra se ha aposentado en la mitad de mi entraña y por más que río y río la oscuridad me avasalla. Ni la luz ni los silencios me dan su dosis de calma -la que se fue un mes de enero al filo de la mañana-
El cómo nubla mi vista entre lamentos y lágrimas el porqué quema mi boca al llegar las madrugadas.
Voy a tomar buena nota, y retirarle las máscaras a las muchas cicatrices, que enraizadas como un ancla, no me dejan volar libre cual humo de marihuana para ver si así es posible que vuelva a brillar mi aura.
Voy andando hacia el futuro contemplándolo a distancia.
Romance heroico
Gildardo López Reyes – México
Dilema del erizo
Viviendo en el «dilema del erizo» con todas mis espinas alineadas, el tiempo me afiló todas las puntas y ya las tengo todas preparadas.
Mutaron los amores en rencores con el temor regado en las mañanas, aquellos sueños que se suicidaron, con mis preguntas nunca contestadas.
Dispuesto siempre a hincharme sin motivo con mi supuesta pretensión de calma, con esta lengua que se afila sola por demostrar que a mí nadie me gana.
Pero también está el temor creciente a morir solo, lleno de nostalgia, sin esa compañera indispensable con una soledad exacerbada.
¿Te acuerdas de La célula que explota? ahora quiero todo, al rato nada, hoy siento que te quiero demasiado, quizá en la noche ya no me hagas falta.
Al caer la madrugada para escribir se despierta, toma una taza de insomnio y en su pasado se acuesta: las manos en el teclado, los ojos en las estrellas, el alma sobre la hoja y los pies sobre la hiedra.
No quiere ser escritor ni sueña con ser poeta.
A sus diecitantos años ya se siente de setenta, de ciento veinte, de miles de años luz, de la pretérita edad de los multiversos, parte de Alfa y Omega, primitivo como el mundo singular que lo rodea, y joven al mismo tiempo, estrenando vida nueva.
No quiere ser escritor ni sueña con ser poeta.
Fantasea con el sitio en que, según argumenta, habitaba mucho antes de reencarnarse en la Tierra, cuando solo era un espíritu sin cuerpo que retuviera su mente de vasto vuelo, las alas que se le enredan probando llaves y medios a fin de cruzar sus verjas y transmitir el mensaje que todavía recuerda.
No quiere ser escritor ni sueña con ser poeta.
Frente a la computadora pasa los versos en vela, en soledad, en la calma de que el vecindario duerma, escribiéndose un espejo donde mirarse las penas y escudriñar lo que ignora, lo que oculta, lo que niega, lo que nadie advertiría si primero no lo muestra.
No quiere ser escritor ni sueña con ser poeta.
Todavía no lo quiere, todavía no lo sueña… solo quiere ser él mismo sin disfraces ni caretas, y sueña con fabricarse un castillito de letras para encontrar en las páginas su lugar de pertenencia.
Gavrí Akhenazi – Israel
Agua y acero
«…aguacérame los ojos hasta que me abra de ideas y con paso resoluto cruza despacio mi lengua que, a los gritos, anda loca por la calle de tu ausencia».
Morgana de Palacios
Si te aguacero los ojos antigua gárgola negra y te crecen siete vientos dentro de la voz desierta, es que en el Templo se enciende la luz de la voz eterna y tiemblan las columnatas su feroz naturaleza.
Si te aguacero los ojos – como a un ídolo que tiembla – verdes de jade y humeantes como el mar bajo la niebla, ¿a quién perderá el Triángulo donde estallan mis tormentas? ¿A tu puente de amatista donde se acoda la tierra en que afincar el sangrado de mis alas turbulentas? ¿Al disgregado crepúsculo en que el vino se despuebla y fallecen los amantes bajo el farol de tu puerta?
No pidas que se deshagan ni tus labios ni tu lengua, que escuchan los malos duendes y con plácida inclemencia concederán tres deseos y trazarán cien fronteras.
Ellos te quieren a salvo de mi mirada perversa, de mi sonrisa disfónica de mi renegada pena. Te quieren lejos de mí, del caos de mi tristeza, de la sangre que me mancha por asesinar quimeras en los tiempos inhumanos con que remonto las guerras.
Mujer, no pidas por mí desde el borde de la ausencia. Mujer, no pidas por mí desde tus fieras almenas, porque si tu boca llama tu palabra me atormenta y una cadena de llanto a tus manos me encadena.
Por aguacerar tus ojos los ojos se me aguaceran.
Gerardo Campani – Argentina
(In memoriam)
Romance del wild, wild west
Por la calle polvorienta de aquel silencioso pueblo avanza Randolph Scott todo vestido de negro. Rock Hudson lo está esperando con un temblor en los dedos, con la pistola prestada y con la estrella en el pecho. Qué destino tan injusto para tan simple vaquero enfrentarse con un killer en duelo tan desparejo.
Siempre es novedad morirse y alguna vez hay que hacerlo. Si hay que ser hombre de veras qué mejor que este momento.
El killer sigue avanzando; el sheriff se siente muerto.
Y cuando están a dos pasos ocurre un raro suceso: Randolph Scott se abalanza sobre Rock, muerto de miedo, lo sujeta con sus brazos y le da en la boca un beso.
Vicente Mayoralas – España
(In memoriam)
Sueños y cardo
Son las púas de mis sueños punzantes como ese cardo que sobrevive en mi tierra, la tierra de mis quebrantos, altanero y amarillo, como la sed del secano, en las espinas su angustia y en las raíces su llanto, y la mirada en el cielo, y en el cielo el desengaño. Así los sueños me hieren tan profundos, como aciagos, tan sublimes en recuerdos y en perspectiva tan parcos. ¡Cómo me duelen los sueños y cómo me hiere el cardo! Ambos habitan en mí, en mi pena, cuesta abajo, por donde corren mis ansias y mis anhelos truncados. En ese amor que me escarba y descuartiza en pedazos tengo al niño que me habita entre los surcos jugando, ajeno a este otro hombre de soledades sembrado y que sueña juventudes con la esperanza en el raso, porque morir nunca muere quien ama, como ama el cardo.
Igual que una luna en llamas que en metáforas se empoza damos a luz la palabra con cruces de la memoria. Abrimos senderos íntimos que dejan al mar sin olas y la tinta sangra y sangra por nuestro parque de sombras.
Pero ocurre algunas veces que el sol se nos desmorona y no podemos plasmar el grito, el llanto, el aroma del alma que va por libre sobre el blanco de las hojas y es cuando miro al reloj despojado de sus horas y en el mapa de mis ojos se reflejan las palomas.
Cuando la música llega a desaguar en mi boca, la poesía me llama con su voz arrulladora. Entonces me arrugo en mí igual que una caracola y en introspección me escribo y el poema se desborda.
Pero ocurre algunas veces que el sol se nos desmorona y no podemos plasmar el grito, el llanto, el aroma del alma que va por libre sobre el blanco de las hojas y es cuando miro al reloj despojado de sus horas y en el mapa de mis ojos se reflejan las palomas.
Cuando la música llega a desaguar en mi boca, la poesía me llama con su voz arrulladora. Entonces me arrugo en mí igual que una caracola y en introspección me escribo y el poema se desborda.
Iza velas compañero timonel de las palabras y a la orilla de las horas ponle música a tu alma dirigiéndote sin miedo hacia el noray de mi abra donde rugen los silencios y los siglos de nostalgia.
No tengas miedo y expresa qué te duele, qué sed alta te está quemando por dentro y se enraíza con saña en el fondo de tu mente, las palabras susurradas que temen salir al aire y son aves que no cantan.
En mi isla de sigilo allá donde guardo el arca de metáforas y versos siempre encontrarás la calma.
Amigo de tus amigos no defraudes a tu dama.
Ella guarda mi armadura yo en el alma su requiebro, pienso llevarme a la tumba este amor, todo desvelo y no pienso olvidar nunca su nombre de altos cerros..
Por favor, pido a la luna que cuando crucé mi cuerpo el túnel a sierras pulcras me devuelva su recuerdo y le susurre a mis dudas su mantra edénico entero.
Ella guarda mi armadura, yo en mis arterias su verso, mi pasaporte de runas para salir del infierno:
¡Son poemas de alta cuna!, dirá seguro el barquero.
Ella guarda mi armadura, yo su sonido en stereo
Morgana de Palacios & Gavrí Akhenazi
Pleamar
En las islas de tu nombre hay pájaros veraniegos.
Un hecho del mar, tu boca, para mi río de muertos que desagua algunas veces sus peores pensamientos en su rutina sin sol sobre tus playas sin miedo.
En las islas de tu nombre hay pájaros extroversos.
Un hecho del mar, tus pájaros sobre el camino desierto que sobrevuelan constantes –como a historias de misterio– la sequía de mis pasos desprovistos de alimento.
En las islas de tu nombre hay pájaros a destiempo.
Un hecho del sol, tu mar acantilado de besos, amurallado de pájaros, desabrigado y esbelto que con sus manos de agua va moldeando mis silencios.
Cuando mi boca se calla, un hecho de amor, tu gesto.
Gavrí Akhenazi
En las islas de tu nombre un cuervo tutela alondras que en lengua romance dicen lo que murmuran las sombras.
Cuando el sol quiebra el ocaso y la noche se transforma en la escalada de odio que al sur de tu sur zozobra, me han dicho que los misiles caen a cientos en la zona, que son días de matanzas programadas peligrosas, que las alertas no cesan en sus gritos a deshoras, que se incendian edificios, bosques, desiertos y rocas.
Que siguen acuarteladas en sus cuarteles las tropas, con la paciencia perdida y un «alto el fuego» en la boca que no cumplen las naciones de la muerte expendedoras.
Qué pasará si el poder con su mano temblorosa aprieta el botón del pánico y descarga cuatro bombas contra Irán y los sicarios del terror que en Gaza flota como el venenoso aliento traicionero de las cobras.
La información que nos llega desorienta más que informa, porque pocos son veraces con la realidad rabiosa y menos los que dan cuenta de las manos tenebrosas que en la guerra de desgaste trafica con sangre roja.
Tú escribes por olvidarte un rato de tus pistolas, y yo porque no me olvido de la luz vertiginosa de esos misiles que estallan sobre el rostro de la aurora.
Morgana de Palacios
Décima espinela
Ángeles Hernández Cruz – Ana Bella López Biedma
Encadenados a la esperanza – Paisajes de interior
Ángeles Hernandez Cruz
Ana Bella López Biedma
Hoy quiero que fabriquemos una gran cometa blanca que nos sirva de palanca y arranque el mal que tenemos. En su vela pintaremos flores de vivos colores que ahuyentarán los temores, los llantos y pesadillas. Volverán las maravillas con eco de cantadores.
Con eco de cantadores, volando en nuestra cometa, veremos la silueta del monte de los amores. Te pediré que no llores por los que se han apagado que estarán al otro lado arropando nuestras vidas. Aun con las almas heridas el dolor será olvidado.
El dolor será olvidado y nuestro Teide orgulloso destacará siempre hermoso aunque el día esté nublado. Lo perverso desterrado, nos hará ser más humanos, generosos, más cercanos, aunque quede algún mezquino. La esperanza es como el trino de un canario en nuestras manos.
Abro la ventana. Llueve con su arpegio gris plomizo. En mi corazón granizo y en mis ojos pura nieve. Busco un gesto que me lleve hasta un paisaje de sol, un roce de tornasol a esta foto en blanco y negro. Una sonata en allegro a mi pena en Mi Bemol.
Cruza el portal, el bolsillo lleno de arrojo, aventura, y un toque sin calentura. Juega conmigo chiquillo a ese corre que te pillo que nos devuelva a la infancia. Retemos con elegancia a este tiempo que nos toca. Tiremos a quemarropa sin mirar la circunstancia.
Inventemos mil paisajes de vinilo o mazapan, lugares a los que van solo los que inventan trajes sobre torpes fuselajes con los que subir al cielo. Convirtamos cada anhelo en la real realidad. Solo aquí somos verdad que en su verdad alza el vuelo.
Canto a tu voz mujer porque me trae el viento de la mar y me azulea el íntimo paisaje de mi isla. Somos dos soledades en la brecha del camino hacia el sol desde lo oscuro que envuelve nuestra voz, y donde empieza el periplo interior, nidos de umbría que el corazón a veces nos destrenza.
Solitarias las dos con muchas viñas, dos ríos estrellándose en las venas, dos ocasos volviendo con la lluvia volcando nuestra sed en los poemas que se van con el viento de la tarde, con palabras sembradas que aletean en el quieto paisaje de mis ojos y en mis manos de lianas y de selva, contigo estoy obviando a donde iba al aguacero intenso que no cesa y vuelvo con la lluvia a la nostalgia de antiguas y doradas primaveras.
Ambas en el silencio de la tarde introversas las dos con mucha esencia, Idella, amiga mía, mi tocaya estás aquí, con siglos de certezas abriéndole las puertas al silencio de esta mujer que pone en pie su idea de lavar en la lluvia a la nostalgia porque tiras de mi con mucha fuerza.
Isabel Reyes Elena
Sin palabras me quedo porque el agua de mis ojos ahoga mi voz seca que de tanto clamar se ha enronquecido y es tan solo el susurro de una vieja que ya se sabe estéril, solitaria, y no da con la fuerza del poema
Solamente en recuerdos se ha forjado que puede arrebatarse con vehemencia cuando llega otra voz que la acompaña y le dice en sus versos «compañera», cuando llega el calor de tantos años que van iluminando sus ojeras y se quedans las dos introvertidas pues siempre han sido almas introversas.
Isamaris las dos, como dos rosas que van juntas en una enredadera unidas por el son de las palabras que aunque cerradas siempre están abiertas, que a veces el silencio se nos abre y nos deja expeditas las cancelas para poder sacar todas las cargas que dejaron pasadas primaveras y se han vuelto livianas en otoño porque la edad nos hace estar alerta.
Con las lluvias de abril me va viniendo la nostalgia de versos en cadena que otras veces sutiles engarzamos como joyeros en una diadema que guardamos avaras en un arca para sacarla en tiempos de tristeza y desgranar sus cuentas, poco a poco, y alegrarnos al fin con su cadencia.
Idella Esteve
Andas buscando y buscándote en esa playa del alma como un haz de sol trenzado insaciable de palabras que den la luz al paisaje de oscuridad en que ambas nos removemos nerviosas desaguando nuestras ánforas que nos pesan como un fardo siempre sobre nuestra espalda.
Hay que saltar las orillas no echando atrás la mirada de recuerdos dolorosos de ausencias y de nostalgia como mujeres valientes pues no puede la añoranza entrañarse en dos poetas que a la vida le dan cara.
Esos versos en cadena para alegrar las mañanas me han servido en ocasiones para dejar la nostalgia escondida en los cajones donde guardo la amalgama de los recuerdos vividos que vívidos se derraman. Mis puertas están abiertas a todas horas hermana.
En los días que vivimos de esta manera tan trágica es cuando más precisamos que las dos demos la talla. Puedes entrar cuando quieras pues te regalo la entrada y en alejandrino el próximo pues cambiaré el pentagrama.
Isabel Reyes Elena
Alejandrinos si quieres, o endecas con filigrana de esas que labran en Córdoba con hilos de fina plata, cuando ambas romanceamos se viene a la letra el alma y no nos importa el metro si es el ritmo el que nos canta para que se salga al aire esa escondida esperanza que trina como los pájaros al filo de la alborada dejándose entre las sombras la penas y las nostalgias, amaneciendo con soles que no han de quemar las alas.
Volemos alto, querida al horizonte encaradas sobre el tomillo y romero que tapizan la montaña, sobre la dorada arena de los bordes de la playa sobre el azul de la tarde como dos gaviotas blancas
Porque me busco te encuentro en los versos que engalanas con ese decir tan tuyo tan diáfano como el agua esa que sale de dentro fluyendo de tu alfaguara, esa que limpia los ojos y hace ver las cosas claras esa con la que me calmo en mis horas más aciagas, esa que das en poemas, esa, mi querida hermana.
Ofréceme alejandrinos que suenen como romanzas nuestras voces son capaces de despertar la mañana.
Idella Esteve
Quiero apagar la antorcha de mi melancolía y alumbrar tus poemas de música inundada, quiero dejarte un mundo impune de tristeza con jirones de aurora y días de bonanza y que encienda la luz en tus días oscuros atravesando el halo de una luna incendiada.
Deseo mucho más, querida compañera de mis justas poéticas que tan bien engalanas y me animan y empujan a soñar horizontes sin hilos agridulces, con retales de albada.
Me enseñaste lo oculto del halo del poema y entre sombras y luces me diste la esperanza, levantaste mi ánimo cuando estaba sufriente y sé que en mi destino estabas reservada con las manos alígeras del aire de la vida y en muchas ocasiones me diste la palabra, encontrando los nudos que estaban señalados a que dos almas puras su introversión volcaran.
Tu voz, susurro cálido, destello de ternura, navegó por mi sangre con la única jarcia de los altos vocablos que traslucen tus versos.
He de extender tus versos en mi íntima playa.
Isabel Reyes Elena
En un tiempo, querida, fuiste luz de mis noches cuando con el silencio a leerte llegaba. Y yo hablaba contigo antes de irte a la cuna y tú, con la dulzura en ti identificada, escuchabas mis dudas, mis palabras, mis cuitas que por un largo tiempo estaban silenciadas.
Te sentí compañera desde el mismo principio y enseguida aprecié lo insondable del alma cuando con voz profunda escribías de adentro recuerdos escondidos que libres escapaban.
Temor reverencial surgía al contestarte por no saber decir. Mas tenía esperanzas puestas en tu consciencia de que yo era aprendiza y que estaba dispuesta a que tú me ayudaras.
Hubo una connivencia en lo que nos contábamos y aprendí a imaginarme las cosas que callabas por todas esas otras que tuve en confidencias unas veces dichosas y otras veces amargas.
Y siempre he demostrado lo mucho que te admiro, Eres el exponente de quien sufre y quien ama eres la gran poeta de precisos vocablos esos que te son fáciles y en poemas derramas.
Tus versos son suspiros que vuelan en el aire, que salen de la noche convirtiéndose en alba.
Qué ganas con ser pasiva, si las tormentas te pegan y las alas te las pliegan de manera primitiva. Buscas una alternativa que apacigüe el vendaval tener un día normal, un cigarro, oídos sordos, o el gorjeo de los tordos para la salud mental.
O bien cedes en tu mente y a tus miedos te regresas, o marcando tus promesas a tu pavor le haces frente sin dejar que se alimente, ni que esparza su amargura, tan violenta y tan oscura, que con sus demonios trate y con ellos el desate toda su furia futura.
Cerrojos sin combinación
Se me perdió el amor, y solo me ha quedado el remanso de haberlo conocido. Se me quedó impregnado ese aroma a maderas, sabor a menta fresca que probé en su sonrisa, la sensación del mundo entre mis manos y su mirada fija agitando mis entrañas.
Con mi cuerpo de agua he mojado las calles siguiéndole las huellas. Él no me quiso gris, me quería fresca y verde, me dejó con mis sombras en la oscura parada del tranvía que partió.
¿Qué voy a hacer conmigo? sí ha dejado cerrojos sin la combinación, a mi piel con escarcha, mis voces silenciadas con labios moribundos cómo las golondrinas perdidas que no migran.
Ofrenda en el día de muertos
La gente dice que has muerto. Nena mía, ellos no saben que resplandeces y vives como el sol todas las tardes, que sigues siendo murmullo de amanecer en los mares, eres música y el ruido alejando oscuridades.
Que ansiosa espero noviembre invadida de saudades, en un altar con ofrendas flores, velas esenciales, tu platillo preferido, con mis lágrimas fugaces. Celebrando el día de muertos llorar es inevitable.
Ven a casa, mi pequeña, te dejare las señales que te indiquen el camino, abriré los ventanales para sacar el silencio, la tristeza y soledades hay mucha muerte en el mundo. Perdona las novedades.
Yo sigo en recogimiento esperando tu mensaje, con maleta preparada, y en mi corazón, finales. En mi mirada el anhelo de atravesar los zaguanes feliz contigo del brazo, muy lejos de los mortales.
Figúrate, si puedes, lo que el rostro te esconde. ¿Qué te voy a decir de los silencios? ¿Qué te voy a contar de los internos gritos? ¿Qué de las esperanzas ya perdidas?
Ampárate en mi sombra, que no hay otra. Cógete de mi mano y camina conmigo hacia el poniente; ya no te importe el norte, ¿para qué?, llegamos al final de nuestro viaje.
El mañana vendrá pero nosotros… ¿Cuándo?… ¿Cuándo?… ¿Cuándo?
Todo tiene un final. Oriente quedó atrás. Todo es Ocaso.
Cuándo
Cuándo saldremos de esta hibernación en un sueño fatal aletargados. Cuándo dejar atrás nuestros cuidados, las cuitas empañando el corazón.
Cuándo, si no me falla la razón, estarán mis anhelos reafirmados, aquellos que se han visto refrenados por esta interminable situación.
Cuándo. Se hace tan larga esta agonía que traspasa la luz y son penumbra los rayos que me llegan desde el cielo
y ya no puedo ver brillar el día. Sólo al llegar la noche se vislumbra lo real o irreal en mi desvelo.
Divagando
Ejercí de feminista sólo en casa, coherente. Hoy la cosa es diferente, nada hay que se resista.
Para el hecho de cambiar yo me apunto la primera cuando me entra la tontera de cosas tergiversar.
A los hombres llamo nueros, yernas nombro a las mujeres. Así lo llevo ¡Qué quieres, si no me cuesta dineros!
Y me paso por el forro la gramática castiza y nada me escandaliza pues soy más lista que un zorro
No todo en «a» terminado se refiere al femenino y es un tema ya cansino que ha de ser eliminado.
No hay un hombre que se niegue a que le llamen tenista, violinista, ajedrecista… en lo que toque o que juegue.
Lo que finaliza en «ante» se quiere acabar en «anta» cosa, pardiez, que me espanta y no le encuentro atenuante.
Mas pongo trabas, no creas, si me hacen usar la arroba, es algo que me joroba, me causa flato y disneas.
Dejemos las tonterías, vayamos a lo concreto: tratémonos con respeto y acaben las chulerías.
Para el ramo de tu boca y en el penal de mi carne, escribo con estorninos solas palabras de nadie.
Desembocadura y dique del caudal de mi desastre, sombra de luz en mis ojos de acritud itinerante, bebo de tu orilla calma la hierbabuena y el aire.
Estás entre mis silencios como una luna que arde en un día anestesiado hecho con dolor y arrastre, para decirme que al cielo tengo una vez de mi parte.
Viejo de mudez y áspero, sin finales rutilantes llego con la lengua rota de prédica en los eriales hasta tu recodo mágico, donde acontecen tus árboles y en el borde de tu mundo obligo a que ardan mis naves aferrado de tus costas con mis palabras de sangre.
Nos citábamos a ciegas en el motel de los versos y era como un suicidio lentificado en el tiempo. Sin programación mental desgranábamos silencios con la paradoja a punto de convertirse en misterio.
Todo era un baile loco que siempre bailamos cuerdos.
De futuro nunca hablamos ni del contraluz del sexo. Del pasado alguna vez si es que llegaban los muertos a resucitar de noche las lenguas de los lamentos, mas con cada madrugada estar vivo era lo cierto, lo único que importaba para conjurar los miedos.
Si te creí, da lo mismo, pero en el confín del sueño eras la pura metáfora del amor que estando lejos te excita la inteligencia y te solivianta el cuerpo con las manos tormentosas al rozarte con los dedos.
Cómo encendimos hogueras que atizamos con los vientos de todas las latitudes para quemar los secretos, y cómo nos tradujimos boca a boca el sentimiento con las espadas en alto pero el abrazo en el gesto.
Te hubiera reconocido como reconoce un ciego la llamada de la luz desde el corazón del fuego.
El presente está plagado de instantes de desencuentro, de historias que nos mantienen de las circunstancias presos con los tobillos atados y la rebeldía en cueros.
Entiendo que tengas dudas y te asalte el desconcierto porque la vida que apaga hasta el resplandor del cielo, haya llegado a la cima de cualquier descubrimiento y nos sepamos las mañas de ser dos polos opuestos con la sangre predispuesta a dejar huella en el verso.
Con respecto a mí no dudes ni me uses de pretexto, que por algo estoy de vuelta de tus íntimos infiernos y sigo creyendo en ti con los ojos bien abiertos.
Yo soy la misma y escribo únicamente si siento y te estoy sintiendo tanto como siento el sufrimiento que te lleva hasta la duda si piensas que no te quiero.
Y es que te quiero, varón: frágil corazón de acero.
Tendrás que desearme con esta unción de fuego, que entero me arrebata como un tornado enfermo para entender mis ganas de transmutarme en hielo; una escultura helada que no padezca el eco de esta hambre tan brava, perra como el infierno, montaraz que me vuelve un amante esperpéntico.
A ratos, cara Octavia, quiero tornarme invierno, hielo, no hacerte daño, no desvelarte a un tiempo mis cerrojos, mi mundo de Pandora, mis tientos de Lovecraft que envían tu canción a un convento y alejan de mi puerta tu boca de desierto.
De veras, regia Octavia; solo pienso en ser hielo y que algún escultor piadoso de un certero golpe de gracia rompa en pedazos mi cuerpo.
Maldita sea la gracia, lejana Octavia, tengo que exigir a mis dioses romanos ser de hielo.
II
No sé cómo lo hicieron esos novios de sombra de tu antaño, mi Octavia, para bordar tu fronda.
Te estoy enamorando venerando tu boca a bolerazos limpios con el poder de Bola.
Bola de nieve, cálido como este amor que goza bajándote una nube de algodón a tu alcoba y ni Bola, ni Silvio con su luz cegadora y su tiro de nieve pueden hacerle sombra a este Romeo nuevo que corteja tu rosa.
Hay algo en tu voz de fragua, de tallador de infinitos, de burilador de lunas que van hilando en sus filos, las singladuras de luz en el pozo de lo efímero.
¿Acaso tu corazón acaudillador de trinos agitará la alfaguara oscura, donde no hay brillos, que yace dentro de mí y que ahoga a los navíos en derroteros sin mar por un secarral de espíritus?
Me dimensiona tu voz.
Y tus versos aguerridos disparan balas de audacia sobre mi mundo más íntimo, reacio para sembrado, inhóspito por antiguo y sediento por sediento, mientras, profundo, su acuífero, troca en diamantes de trueno al tam tam de tus latidos.
Caminador de este páramo, tu verso en sus intersticios se cuela como si un dios le fuera dando sonidos a las grutas de mi karma para que hablen a tu oído y te guíen, lentamente, a través del laberinto.
Yo jamás he sido Arianna ni hay Teseos en mi abismo.
La minotaura se oculta en su propio maleficio.
Ya no apuesto a los incendios
Hace tiempo, jubilosa, iba inventando fogatas con mis páginas insólitas donde contaba romances como aquel, el de Verona, pero en mis cuentos de amor nunca hubo muertos ni alondras.
Tan solo yo me morí.
Desgajada rama rota en el árbol del milagro de haber nacido escritora, entre historias de novela fue una novela mi historia.
Y me morí, simplemente, arrancándome las hojas.
Mis alas se desplumaron, mi imaginación fue otra y me estrellé contra el suelo en una pirueta tonta escapando a mi destino desde la sima más honda.
Si no pájaro, arañita, lagartija trepadora, vaporcito que se eleva levitando entre las sombras, voz de voz recuperada que no aprende a dar la nota pero que vuelve eco el canto como la sierra pedrosa manda a las voces del viento a salamanquear victorias
así yo, toda de barro, toda yo de piedra indómita, me levanto cada día, desde esa novela sórdida y escribo de puño y letra una página de aroma envuelta en la paz extraña de que me dota estar sola.
Por eso no escribo incendios. Que hablen de incendios las novias y de besos y de amor.
Soy ese pez que dibuja a tinta y con arabescos mujeres de cuello largo corazones y cerebros, máscaras para derrotas de un rufián llamado tiempo, extrañas flores de ámbar y rostros de terciopelo, sangrantes venas y soles deshinchados y violentos; caracolas habitables del color del limonero, alas truncadas, y libres, y metáforas del miedo, azules cielos prohibidos y puertas hacia el infierno, algunos amantes rojos y otros de inocuos besos, telarañas para ilusos, laberintos y burlescos niños que orinan con saña sobre el poder usurero.
Soy ese pez que en sus genes, en su taíno esqueleto, tiene algo de mambí, de campesino insurrecto; que fue un duende con carencias y ansias de aventurero, al que le faltaba el pan
y le crecían los sueños.
Soy ese pez argonauta que navega lisonjero entre vitrales de Amelia como sacados de un cuento y entre las mestizas Floras de René Portocarrero.
Soy ese pez anodino que describe a fuego lento su catarsis octosílaba como otrora algún aedo; que es carne de poesía que heredó de sus ancestros; que se refracta en Lezama y en sus cóncavos espejos, en sus múltiples imágenes , y en virgilianos conceptos, en el Niágara de Heredia, y en los más «sencillos versos» de aquel de frente serena siempre vestido de negro.
Soy ese pez del Caribe que disecciona momentos como un biólogo curioso desentrañando el misterio de la ausencia que me araña por ser doble de Odiseo. Y por ser pez de vigilia cada noche yo regreso
al cocodrilo varado, en un insomne velero, a recordar ese niño guajiro que llevo dentro, el que pintaba en el aire estando atado en el suelo, al que el duro desarraigo, cuando me lance el anzuelo, no pueda pescar su alma porque sigo siendo isleño.
Soy ese pez en simbiosis de raíz y sentimiento, al que el mar le grita en olas y le sirve de escudero para que salga triunfante ante el molino de viento, y pueda sembrar ocujes y palmares en el pueblo que entre nieves y amapolas habrá de guardar mi cuerpo, y ese día habrá llegado la finitud de mi éxodo.
Octubre llegó a destiempo con vocación de solsticio y entre los verdes y ocres en mí germinó el olvido despojándome de ramas que asombraran los caminos (jamás tuve luminarias que dieran luz a mi exilio).
Octubre con alfileres ornamentó el acerico del corazón que me late a ritmo de petroglifo.
Hoy soy columna de mármol conteniéndose el respiro y aunque el ayer se revuelve entre pátinas de siglos para recordarme siempre todo aquello que yo he sido no me arrepiento de nada ni a los veranos envidio y con mis ojos desnudos azules, cálidos, limpios, espero pacientemente seguir llevando los hilos de las riendas de mi vida y que el instante preciso me encuentre serenamente abrazando el infinito. No doblarán las campanas porque han de morir conmigo.
Nocturnal
Ahora sobre el alero la luna, triste, se alza y dialoga antigüedades con no sé qué voces blancas.
Hay algo extraño en la calle retorcida y solitaria.
Acaso yo no soy yo, tal vez no son mis pisadas éstas que van en la noche rompiendo la oscura calma.
Los versos que voy pensando quizás no son mis palabras.
Algo ha pasado en el tiempo.
¿Es otra edad ya lejana, otra noche y otra luna dialogando con el alba?
Quién pudiera ser viento que acaricia tu rostro. Quién la hoja caída que te logra tocar. Quién pudiera besarte como yo te besara -como chispa que salta, como llama en el lar-
Quién pudiera ser río que tu cara refleja y en sus aguas te mece con sutil suavidad. O la luna plateada que te envuelve en la noche, o este cielo de estrellas que te cubre al pasar.
Y quién fuera tu sombra aunque no puedas verme y quedarme a tu lado sin dejarte marchar. Quién la ola que llega a romper en la roca y te besa los labios con espuma de mar.
La niña pescadora
Una niña pescadora con su red se fue a pescar donde descansan las olas, en la orillita del mar.
En la cabeza un pañuelo, en el talle un delantal y en la cara lleva rosas con destellos de coral.
Echa la niña las redes sobre las aguas de sal y la corriente las mece como en un juego naval.
Cuatro peces ha encontrado cuando las viene a sacar y una blanca caracola que entre ellos fue a parar.
Acercándola a su oído un rumor cree escuchar, piensa que dentro hay sirenas que no dejan de cantar.
Lleva la niña a su casa ese regalo sin par y su madre le reclama: llévala, niña, a su mar,
que las sirenas son almas y solo pueden estar bajo las aguas azules; no las podemos guardar.
Y la niñita, apenada, la vuelve al agua a lanzar donde lanzaba sus redes, en la orillita del mar.
Veinte años han pasado en su rostro y en su hogar y la joven, aún pescando, con papá se ha ido a embarcar.
La calma vira a tormenta, el viento leva la mar. La muchacha cae al agua. De poco sirve nadar.
Hasta el lecho submarino su cuerpo ha ido a parar pero acudiendo a su encuentro de ella empiezan a tirar
cinco sirenas preciosas que no dejan de cantar. Y nadando la devuelven en la orillita del mar.
Yo, la que mira de frente lo que encuentra en su camino, te he de mirar diferente, que no se note el cariño. Tú eres clavel de otra aurora, la religión de otro templo mientras que yo soy la autora de lo que siento por dentro. Y sí, te miro, distinto, te miro disimulando, sin que te des cuenta, niño, de cómo te estoy mirando.
La tormenta que me aviva
Estás lejos, me lo está diciendo el aire, no respiro tus partículas de hombría no resalta entre sus ondas tu lenguaje ni cabalga tu ansiedad sobre mi herida.
Porque no relampaguean las miradas que encendieron los rincones que me habitan, y no truenan poderosas las palabras, se desploma la tormenta que me aviva.
Quiero el rayo de tu impronta, tu amenaza, el estruendo de tu gen provocativo, la catarsis de tu nervio con mi calma como unión entre mi luz y tu sonido.
Dame el viento, remolino de mis aguas, y fundiremos esta muralla de hielo por caer después en libre catarata empapándote de amor hasta los huesos.
Te conocí una mañana, tú te marchabas del puerto yo a la bahía bajaba y quiso dios que ese encuentro mi vida entera cambiara.
Llevabas la red al hombro, venías de la almadraba, para el mar eras un lobo para mis ojos, un Atlas.
Y al pasar junto a tu mano y contemplar tu sonrisa mi ser quedó hipnotizado como por arte de ondina.
La red te ofreció la estrella que me engarzaste en el pelo: Es para ti, mi sirena, dijiste sin titubeo.
Sin tener culpa la estrella quise esquivar ese gesto y al darme la media vuelta se me enredó en el cabello.
Cerró el círculo de presa tu corazón lisonjero.
Las caracolas cantaban y susurraban dulzonas, algo fue cortando el aire con alas de mariposas.
Cada noche una fogata nos encendía la Luna, sí mi amor, mi lirio de agua, febril, lumínica, pura.
Volviste de nuevo al mar, pasión de los marineros, yo te quería alcanzar con las ondas del pañuelo que lloraban soledad, marino de mis anhelos.
Guardado celosamente, el miedo, veta profunda, desbarató los dinteles de mi templanza madura.
Regidas por un mal viento una formación de bocas iba desgarrando el puerto. Gritaban las caracolas, yo les pedía silencio.
Marché hasta la última piedra, aquella que el mar bañaba. Con arañazos de fieras nereidas desesperadas no daban siquiera tregua a que mi voz te nortara.
Sin guarda quedó la noche, los ángeles descansaban y el agua imantó en su cauce nombre, amor, estrella y barca.
No quiero ver más el mar sino entregarle a su hambre mi cuerpo y mi soledad. Me dejará enamorarte vestida de agua y coral.