ROMANCES DE OTOÑO

POESÍA CORAL

Rosario Alonso – España

El cuerpo de la hojarasca
por el otoño y sin vida,
como una serpiente inquieta
a mis pies se arremolina,
y entre el crujir de las hojas
que anuncian la despedida
se inunda el campo y me mojas
el pelo con tu llovizna.
Hueles a tierra mojada
perfumando el nuevo día,
a calma que se apodera
–con su semblanza tranquila–
del corazón que se mece
en tus manos sanativas..

Disfruto tanto del agua,
de la tierra, de este día,
disfruto porque estás cerca
entre mis cosas sencillas.


Eva Lucía Armas – Argentina

El otoño busca breve
el día que se desliza
con su diapasón de herrumbre
sobre calles de llovizna.

El otoño, por aquí,
muda su piel, la hace tibia,
y en un carrillón de pájaros
la luz huye, fugitiva.

Amo el otoño y su mundo,
su acuarela de amatistas,
su mansedumbre de cobre,
el fuego de su hornacina.

Soy un otoño que late.
Mi latir no tiene prisa.


Isabel Reyes – España

Vuelve el otoño de nuevo
a ensombrecer la palabra
pues la tristeza aparece
y en mis adentros se instala.

El septiembre veraniego
ha vuelto a mutar su cara
y en este invierno precoz
por nuestro rostro resbala
el dolor de lo caótico
que agresividad desata
sucediéndose las guerras
que algún orate proclama
con el dolor que producen
en las gentes indignadas
inocentes e indefensas
y en el centro de sus almas.

No puedo escribir, no puedo
con la angustia que me mata
ni siquiera un buen romance
con lo bien que se me daban.

En este otoño baldío
Isabel, en retirada,
sigue intentando expresar
lo que le duele con rabia
pero se siente incapaz
de dar a luz la palabra.


Solange Schiaffino – Chile

De pronto, hasta el cielo arde
en rumor estremecido
el alma estallando en rojo
como recuerdos de niños
que en sus rostros atardecen
con el llegar del rocío.
Es el tiempo en su inminencia
alargado en un suspiro,
la sombra de un banco viejo
donde abracé mi destino.

Hoy son ecos, los Otoños
del caminar desprovistos,
tan desnudos en las ramas
de cuanto pretenda abrigo
en lo vano y material.
Que no importe si deslizo
los residuos del café
en los márgenes del libro.
Anhelar respiración
sin sentir ya que me fijo
cada vez que avanzo un paso
por temor al amarillo.
Simplemente oír descalza
cuando el ocre se hace añicos
y querer ese perderse
de ir muriendo estando vivos.


María José Quesada – España

Las hojas tiernas que un día
en los árboles brotaban,
compitiendo con el verde
de la hierba más lozana,
han cambiado de color
sin moverse de la rama.
El otoño viste al bosque
con trajecito de gala
hecho de tinte marrón,
amarillo y color grana.

Pero queda otra sorpresa:
en cajitas bien cerradas
el otoño trae tesoros
-es un fruto y lleva cáscara-
¿qué será ese gran secreto?
¡Nuececitas y avellanas!

Esta estación cierra pronto
las dos cortinas del cielo
para que todos los niños
también jueguen en sus sueños.


Orlando Estrella – República Dominicana

En un otoño se fue
huyendo de los dorados.
Se abrazó de los inviernos,
prefería suelos blancos
esos que inspiran pureza.
Se enamoró de los cantos
que anunciaban fantasias
como de esos reyes magos,

pero el hielo sorprendió
su alma tropical, causando
malestar en su indefensa
dermis de otoño y verano.
Cuando quiso regresar
era tarde para el salto.


Ana Bella López Biedma – España

Llega el otoño despacio
a cubrirme las aceras
con su corazón de noche
y su abrazo de tristeza.
Toca mis sienes de luna
y en mis párpados recrea
la estatura de los sueños
cuando la vida era eterna.
Camina el tiempo descalzo
sobre mis costuras nuevas,
me sepulta entre las hojas,
soledad de las afueras.
Hay un cansancio de pájaro
sobre mis noches en vela.
Pero aún en lo profundo
me late la primavera.


Milagros Morales – España

Con sigilo y con cuidado
vas cambiando los colores:
el verde por el dorado.
Menos el verdor del pino
que te desafía ufano,
mirando desde su copa
su victoria y tu fracaso.

¡Ay, otoño! ¿ Te creías
que tenías en tus manos
la destrucción absoluta?

Siempre habrá pinos más altos
que harán inútil tu lucha.


Eugenia Díaz Mares – México

Una alfombra azafranada
resguarda las experiencias,
con horas y con minutos
casi como la conciencia.
La fina lluvia humedece
los recuerdos con urgencia,
envueltos en tonos rojos
del otoño y su presencia,
cuando apenas es verano
en mí lo hace por prudencia,
para no teñir de oscuro
al sol con su diligencia
sabe que quiero emigrar
lejos de la penitencia,
o buscar muy dentro mío
manos con independencia
suelo mojado al andar
descanso de tanta pérdida,
besar la tierra en mis pies
con la semilla y su esencia
ya carente de rastrojo,
darle luz a mi existencia.


Raúl Muñoz – España

Escribo sobre la lluvia
que decora mi cabeza.
Amante de plataneros,
esposo de la chopera;
al abrigo de las nubes,
alimento con promesas
las miradas infantiles.
De lluvia mi teorema
corona melancolías,
con otoños de la métrica
escribo llenando copas,
y los árboles se alegran.


Jorge Ángel Aussel – Argentina

El veintiocho de julio
ocurre un suceso insólito:
«Han muerto el rey y la reina»,
se titulan los periódicos.

«¡No es posible! ¡Es imposible!»,
plañe la plebe en sus tópicos.

En el palacio Versal,
la Muerte toca en el órgano
Adagio for Strings de Barber,
mientras se reza el responso.
El clima se torna un túnel
tan oscuro y claustrofóbico
que comprime las gargantas
hasta el mismísimo ahogo.
Sin la reina y sin el rey
brindando guía y apoyo,
el pueblo llora elegías
en un reino, ahora, inhóspito.

Algunos autoexiliados
se enteran del necrológico
e imploran volver al reino,
atraídos por el morbo.

Otros vuelven por amor,
ese amor de darlo todo.

Los bufones de la corte
y sus claques accesorios
se asocian ilegalmente
deseando el protagónico.
Se comenta en el palacio
que algunos son alcohólicos
de los que beben delirios,
como borrachos anónimos.
Enmascarando el motín,
se fingen fieles devotos
mientras queman los jardines,
como pirados pirómanos,
para encender la discordia
y hacerse al fin con el trono.

Los protectores del reino
y nobles guardianes cósmicos,
se enfrentan a las calumnias
que persiguen el oprobio
y van reventando egos
igual que si fueran globos.

La reina envía señales
del más allá a sus custodios
y llama a la resistencia
para vencer a los monstruos.
«¡Solo ha cambiado de forma,
pero sigue con nosotros!»,
los guardianes se convencen
en medio de tanto engorro.
«¡Mi seudónimo de bruja
no es un seudónimo, tonto!»,
dice la reina a un guardián,
desde el propio purgatorio.
«¡Y cambien esa del Barber
que me va a dar un soponcio!»,
termina diciendo «ríome»,
y ríe y llora, psicótico,
el guardián que ve su voz
de un violeta metamórfico.

El rey desaparecido
reaparece ante los ojos
de los leales guardianes
que lo esperaban ansiosos.
«¡El rey es un cuervo fénix
que nunca nos deja solos!»,
grita un loco sin camisa
afuera del manicomio.
«Que la muerte no me quiere
es un hecho categórico»,
contesta con su humor negro,
el rey en un soliloquio.

Al final la luz triunfa
contra cualquier despropósito
y la Nueva Alejandría,
que es el último unicornio,
resurge, siempre resurge
gracias a aquellos bibliófilos
que la salvan de las llamas
protegiendo su tesoro.

***

Acabo de comprender,
con este relato corto,
por qué es tan distinto este
otoño de otros otoños.

***

El otoño es la estación
donde mi tren se hace polvo
cuando marchaba, por hora,
a seiscientos tres kilómetros.

Después de un julio fatídico
y de un despiadado agosto,
en septiembre los planetas
se ordenaron en el cosmos
de tal forma que formaron
varios aspectos armónicos
que obraron en nuestro bien,
con poderes milagrosos.

Pero el otoño ha llegado
a sentarse en mi escritorio
para reabrirme las llagas
corroídas por el óxido.

¿Se puede salir incólume
de la muerte y sus destrozos?
¿Cuando se tuercen los días
como los malos negocios?
¿Cuando el mundo se derrumba
justo encima de tu dorso
y respiras atrapado
debajo de tus escombros?
Maldito otoño que llega
con sus preguntas en ocho
y por mucho que me esmero
no desentraño el meollo.
Giro y giro, giro y giro
y giro en mí como un trompo.

Cuando mueren los que amas
también te mueres un poco
y aunque seas el que eras
nunca más verás el rostro
del que en otros tiempos fuiste
cuando eras con el otro.

Con su marrón y su gris,
el otoño es un cronómetro
corriendo en contra del tiempo,
pintando un lúgubre óleo
dedicado al Dios Anubis
que, con unos ojos torvos,
nos observa y nos cuestiona
en el drama tragicómico
del funeral de la patria
donde es posible lo utópico
de dar por amor al arte
sin falsedad ni autobombo,
a la vez que el egoísmo
pretende subirse abordo
y actuar como siempre actúa,
en su beneficio propio.

Después de un julio nefasto
y del más nefasto agosto
donde mostraron la piel
los corderos y los ogros,
las turbulencias siguieron,
y a pesar del mal pronóstico,
reflotamos nuestra nave
descabezando demonios.

Recién entrando en octubre,
por mucho que filosofo,
no logro desentrañar
el sentido filosófico
que debe tener la vida
en este planeta tosco,
donde todo es tan ridículo
que resta hacerse filósofo…

Este otoño es más difícil
que muchos otros otoños
porque de nuevo sentí
lo poquitito que somos
cuando la vida me hachó
una vez más en el tronco;
porque aquí los que se quedan
se van al fondo del fondo
de las cosas que no tienen
ni remplazo ni retorno;
porque estamos los que estamos,
pero ya no estamos todos.

ARTE MENOR

Desde el principio del fin
tengo un sueño recidivo
que no se atiene a los tiempos
de júbilo o de castigo
ni al intelecto disforme
sobre el que ejerce dominio
como un virus melancólico
que actúa en el organismo
mutando desde su génesis
de escándalo fronterizo.

Porque se niega a morir
y ser pasto del olvido,
o quizás porque, inconsciente,
tengo una deuda conmigo,
desde el principio del fin
-cuando el orbe está dormido-
surge cruzando el umbral
de la emoción, sin permiso
y se adueña de mi cuerpo
como un amante furtivo.

Más allá del verbo amar
sin plantearse objetivos,
tiene lo mejor de mí,
lo más feraz, lo más vivo,
lo que no le entrego a nadie
sea amigo o enemigo,
aquello que me hace hermosa
ante un hombre sin prejuicios.

Desde el principio del fin
tengo una deuda contigo
que te pago con el alma,
el corazón y el instinto.

Cuando el fin llame a la puerta
y hayan muerto los caminos
entre tu boca y mi boca,
todo un mundo se habrá escrito.

Más allá del verbo amar

Morgana de Palacios



Rosa de pólvora

Isabel Reyes

Aunque fui rosa de pólvora
y me creía una Xana
hoy las luces de mis iris
son dos barcas congeladas.
Cuarenta días lloviendo
tan fuertemente en mi hábitat…

Entre mis manos y el aire
supimos construir un arca
para salvar a un abril
que en invierno se mutaba.

Hoy al fin el sol reluce
y me lava la nostalgia
regalándome raciones
pequeñitas de esperanza.
Es claridad todo el mundo
y la alegría me llama
como un allegro vibrante
que en mi tempo se instalara
transformando la armonía
mis ojos en luminarias.

Vuelvo a ser rosa de pólvora
en la mar de mis entrañas.



Tengo los ojos nublados
y como cántaros llenos,
en este dos de noviembre
cuando en silencio comemos
extrañando tu presencia.
Sé bien que no te veremos
pero anhelamos sentirte
feliz, sana, recibiendo
golosinas y comidas
que en el altar te ponemos.

La soledad me ha agrietado
en estos años tan negros
cargando tanta tristeza,
que suelto al irte escribiendo
con un caudal de morriña
versos, rimas y recuerdos
que no puedo pronunciar
por el dolor en mi pecho.
Al apagarse tu luz
de mí van quedando restos.

Restos que voy levantando
con el suelo en movimiento
y mi lámpara apagada,
para que veas que ha vuelto
tu madre que no se rinde
mi ofrenda es todo mi esfuerzo,
necesito de tu hombro
aunque sea mientras duermo
en esta senda invernal
donde te busco a lo lejos.

Ofrenda de día nublado

Eugenia Díaz Mares

EN BUEN ROMANCE

Arte menor

Natalia Alberca – España

Luz de luna

Encaramada en un árbol
la niña dijo a la luna:
─Tengo sed, quiero beber
tu leche de blanca espuma,
alimentarme de sueños,
de esos que de ti rezuman;
como cuando era pequeña
y acostadita en la cuna,
a través de la ventana
de mi habitación oscura,
veía el cielo estrellado
y soñaba que a la grupa
de un magnífico unicornio
llegaba hasta las alturas
y conseguía, por fin,
descubrir tu cara oculta.

La luna le contestó:
─Si soñar es lo que buscas
te contaré mi secreto,
préstame atención, escucha…

Y en voz bajita le habló
con mucho amor y dulzura.
La niña escuchaba absorta
recortada en la penumbra
con los ojos muy abiertos
y con la boquita muda.

Después se volvió a su casa
con una escudilla oculta,
resplandeciente de sueños
y llena de luz de luna.



Isabel Reyes – España

Oscuridad

La sombra se ha aposentado
en la mitad de mi entraña
y por más que río y río
la oscuridad me avasalla.
Ni la luz ni los silencios
me dan su dosis de calma
-la que se fue un mes de enero
al filo de la mañana-

El cómo nubla mi vista
entre lamentos y lágrimas
el porqué quema mi boca
al llegar las madrugadas.

Voy a tomar buena nota,
y retirarle las máscaras
a las muchas cicatrices,
que enraizadas como un ancla,
no me dejan volar libre
cual humo de marihuana
para ver si así es posible
que vuelva a brillar mi aura.

Voy andando hacia el futuro
contemplándolo a distancia.



Romance heroico

Gildardo López Reyes – México

Dilema del erizo

Viviendo en el «dilema del erizo»
con todas mis espinas alineadas,
el tiempo me afiló todas las puntas
y ya las tengo todas preparadas.

Mutaron los amores en rencores
con el temor regado en las mañanas,
aquellos sueños que se suicidaron,
con mis preguntas nunca contestadas.

Dispuesto siempre a hincharme sin motivo
con mi supuesta pretensión de calma,
con esta lengua que se afila sola
por demostrar que a mí nadie me gana.

Pero también está el temor creciente
a morir solo, lleno de nostalgia,
sin esa compañera indispensable
con una soledad exacerbada.

¿Te acuerdas de La célula que explota?
ahora quiero todo, al rato nada,
hoy siento que te quiero demasiado,
quizá en la noche ya no me hagas falta.

EN BUEN ROMANCE

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Su castillito de letras

Al caer la madrugada
para escribir se despierta,
toma una taza de insomnio
y en su pasado se acuesta:
las manos en el teclado,
los ojos en las estrellas,
el alma sobre la hoja
y los pies sobre la hiedra.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

A sus diecitantos años
ya se siente de setenta,
de ciento veinte, de miles
de años luz, de la pretérita
edad de los multiversos,
parte de Alfa y Omega,
primitivo como el mundo
singular que lo rodea,
y joven al mismo tiempo,
estrenando vida nueva.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

Fantasea con el sitio
en que, según argumenta,
habitaba mucho antes
de reencarnarse en la Tierra,
cuando solo era un espíritu
sin cuerpo que retuviera
su mente de vasto vuelo,
las alas que se le enredan
probando llaves y medios
a fin de cruzar sus verjas
y transmitir el mensaje
que todavía recuerda.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

Frente a la computadora
pasa los versos en vela,
en soledad, en la calma
de que el vecindario duerma,
escribiéndose un espejo
donde mirarse las penas
y escudriñar lo que ignora,
lo que oculta, lo que niega,
lo que nadie advertiría
si primero no lo muestra.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

Todavía no lo quiere,
todavía no lo sueña…
solo quiere ser él mismo
sin disfraces ni caretas,
y sueña con fabricarse
un castillito de letras
para encontrar en las páginas
su lugar de pertenencia.



Gavrí Akhenazi – Israel

Agua y acero

«…aguacérame los ojos
hasta que me abra de ideas
y con paso resoluto
cruza despacio mi lengua
que, a los gritos, anda loca
por la calle de tu ausencia».

Morgana de Palacios


Si te aguacero los ojos
antigua gárgola negra
y te crecen siete vientos
dentro de la voz desierta,
es que en el Templo se enciende
la luz de la voz eterna
y tiemblan las columnatas
su feroz naturaleza.

Si te aguacero los ojos
– como a un ídolo que tiembla –
verdes de jade y humeantes
como el mar bajo la niebla,
¿a quién perderá el Triángulo
donde estallan mis tormentas?
¿A tu puente de amatista
donde se acoda la tierra
en que afincar el sangrado
de mis alas turbulentas?
¿Al disgregado crepúsculo
en que el vino se despuebla
y fallecen los amantes
bajo el farol de tu puerta?

No pidas que se deshagan
ni tus labios ni tu lengua,
que escuchan los malos duendes
y con plácida inclemencia
concederán tres deseos
y trazarán cien fronteras.

Ellos te quieren a salvo
de mi mirada perversa,
de mi sonrisa disfónica
de mi renegada pena.
Te quieren lejos de mí,
del caos de mi tristeza,
de la sangre que me mancha
por asesinar quimeras
en los tiempos inhumanos
con que remonto las guerras.

Mujer, no pidas por mí
desde el borde de la ausencia.
Mujer, no pidas por mí
desde tus fieras almenas,
porque si tu boca llama
tu palabra me atormenta
y una cadena de llanto
a tus manos me encadena.

Por aguacerar tus ojos
los ojos se me aguaceran.



Gerardo Campani – Argentina

(In memoriam)

Romance del wild, wild west

Por la calle polvorienta
de aquel silencioso pueblo
avanza Randolph Scott
todo vestido de negro.
Rock Hudson lo está esperando
con un temblor en los dedos,
con la pistola prestada
y con la estrella en el pecho.
Qué destino tan injusto
para tan simple vaquero
enfrentarse con un killer
en duelo tan desparejo.

Siempre es novedad morirse
y alguna vez hay que hacerlo.
Si hay que ser hombre de veras
qué mejor que este momento.

El killer sigue avanzando;
el sheriff se siente muerto.

Y cuando están a dos pasos
ocurre un raro suceso:
Randolph Scott se abalanza
sobre Rock, muerto de miedo,
lo sujeta con sus brazos
y le da en la boca un beso.



Vicente Mayoralas – España

(In memoriam)

Sueños y cardo

Son las púas de mis sueños
punzantes como ese cardo
que sobrevive en mi tierra,
la tierra de mis quebrantos,
altanero y amarillo,
como la sed del secano,
en las espinas su angustia
y en las raíces su llanto,
y la mirada en el cielo,
y en el cielo el desengaño.
Así los sueños me hieren
tan profundos, como aciagos,
tan sublimes en recuerdos
y en perspectiva tan parcos.
¡Cómo me duelen los sueños
y cómo me hiere el cardo!
Ambos habitan en mí,
en mi pena, cuesta abajo,
por donde corren mis ansias
y mis anhelos truncados.
En ese amor que me escarba
y descuartiza en pedazos
tengo al niño que me habita
entre los surcos jugando,
ajeno a este otro hombre
de soledades sembrado
y que sueña juventudes
con la esperanza en el raso,
porque morir nunca muere
quien ama, como ama el cardo.


ARTE MENOR

Romances del arrebato

Isabel Reyes & John Madison

Luna en llamas

Isabel Reyes Elena
John Madison

Igual que una luna en llamas
que en metáforas se empoza
damos a luz la palabra
con cruces de la memoria.
Abrimos senderos íntimos
que dejan al mar sin olas
y la tinta sangra y sangra
por nuestro parque de sombras.

Pero ocurre algunas veces
que el sol se nos desmorona
y no podemos plasmar
el grito, el llanto, el aroma
del alma que va por libre
sobre el blanco de las hojas
y es cuando miro al reloj
despojado de sus horas
y en el mapa de mis ojos
se reflejan las palomas.

Cuando la música llega
a desaguar en mi boca,
la poesía me llama
con su voz arrulladora.
Entonces me arrugo en mí
igual que una caracola
y en introspección me escribo
y el poema se desborda.

Pero ocurre algunas veces
que el sol se nos desmorona
y no podemos plasmar
el grito, el llanto, el aroma
del alma que va por libre
sobre el blanco de las hojas
y es cuando miro al reloj
despojado de sus horas
y en el mapa de mis ojos
se reflejan las palomas.

Cuando la música llega
a desaguar en mi boca,
la poesía me llama
con su voz arrulladora.
Entonces me arrugo en mí
igual que una caracola
y en introspección me escribo
y el poema se desborda.

Iza velas compañero
timonel de las palabras
y a la orilla de las horas
ponle música a tu alma
dirigiéndote sin miedo
hacia el noray de mi abra
donde rugen los silencios
y los siglos de nostalgia.

No tengas miedo y expresa
qué te duele, qué sed alta
te está quemando por dentro
y se enraíza con saña
en el fondo de tu mente,
las palabras susurradas
que temen salir al aire
y son aves que no cantan.

En mi isla de sigilo
allá donde guardo el arca
de metáforas y versos
siempre encontrarás la calma.

Amigo de tus amigos
no defraudes a tu dama.

Ella guarda mi armadura
yo en el alma su requiebro,
pienso llevarme a la tumba
este amor, todo desvelo
y no pienso olvidar nunca
su nombre de altos cerros..

Por favor, pido a la luna
que cuando crucé mi cuerpo
el túnel a sierras pulcras
me devuelva su recuerdo
y le susurre a mis dudas
su mantra edénico entero.

Ella guarda mi armadura,
yo en mis arterias su verso,
mi pasaporte de runas
para salir del infierno:

¡Son poemas de alta cuna!,
dirá seguro el barquero.

Ella guarda mi armadura,
yo su sonido en stereo


Morgana de Palacios & Gavrí Akhenazi

Pleamar

En las islas de tu nombre
hay pájaros veraniegos
.

Un hecho del mar, tu boca,
para mi río de muertos
que desagua algunas veces
sus peores pensamientos
en su rutina sin sol
sobre tus playas sin miedo.

En las islas de tu nombre
hay pájaros extroversos.

Un hecho del mar, tus pájaros
sobre el camino desierto
que sobrevuelan constantes
–como a historias de misterio–
la sequía de mis pasos
desprovistos de alimento.

En las islas de tu nombre
hay pájaros a destiempo.

Un hecho del sol, tu mar
acantilado de besos,
amurallado de pájaros,
desabrigado y esbelto
que con sus manos de agua
va moldeando mis silencios.

Cuando mi boca se calla,
un hecho de amor, tu gesto.

Gavrí Akhenazi

En las islas de tu nombre
un cuervo tutela alondras
que en lengua romance dicen
lo que murmuran las sombras.

Cuando el sol quiebra el ocaso
y la noche se transforma
en la escalada de odio
que al sur de tu sur zozobra,
me han dicho que los misiles
caen a cientos en la zona,
que son días de matanzas
programadas peligrosas,
que las alertas no cesan
en sus gritos a deshoras,
que se incendian edificios,
bosques, desiertos y rocas.

Que siguen acuarteladas
en sus cuarteles las tropas,
con la paciencia perdida
y un «alto el fuego» en la boca
que no cumplen las naciones
de la muerte expendedoras.

Qué pasará si el poder
con su mano temblorosa
aprieta el botón del pánico
y descarga cuatro bombas
contra Irán y los sicarios
del terror que en Gaza flota
como el venenoso aliento
traicionero de las cobras.

La información que nos llega
desorienta más que informa,
porque pocos son veraces
con la realidad rabiosa
y menos los que dan cuenta
de las manos tenebrosas
que en la guerra de desgaste
trafica con sangre roja.

Tú escribes por olvidarte
un rato de tus pistolas,
y yo porque no me olvido
de la luz vertiginosa
de esos misiles que estallan
sobre el rostro de la aurora.

Morgana de Palacios


Décima espinela

Ángeles Hernández Cruz – Ana Bella López Biedma

Encadenados a la esperanza – Paisajes de interior

Ángeles Hernandez Cruz
Ana Bella López Biedma

Hoy quiero que fabriquemos
una gran cometa blanca
que nos sirva de palanca
y arranque el mal que tenemos.
En su vela pintaremos
flores de vivos colores
que ahuyentarán los temores,
los llantos y pesadillas.
Volverán las maravillas
con eco de
cantadores.

Con eco de cantadores,
volando en nuestra cometa,
veremos la silueta
del monte de los amores.
Te pediré que no llores
por los que se han apagado
que estarán al otro lado
arropando nuestras vidas.
Aun con las almas heridas
el dolor será olvidado.

El dolor será olvidado
y nuestro Teide orgulloso
destacará siempre hermoso
aunque el día esté nublado.
Lo perverso desterrado,
nos hará ser más humanos,
generosos, más cercanos,
aunque quede algún mezquino.
La esperanza es como el trino
de un canario en nuestras
manos.

Abro la ventana. Llueve
con su arpegio gris plomizo.
En mi corazón granizo
y en mis ojos pura nieve.
Busco un gesto que me lleve
hasta un paisaje de sol,
un roce de tornasol
a esta foto en blanco y negro.
Una sonata en allegro
a mi pena en Mi Bemol.

Cruza el portal, el bolsillo
lleno de arrojo, aventura,
y un toque sin calentura.
Juega conmigo chiquillo
a ese corre que te pillo
que nos devuelva a la infancia.
Retemos con elegancia
a este tiempo que nos toca.
Tiremos a quemarropa
sin mirar la circunstancia.

Inventemos mil paisajes
de vinilo o mazapan,
lugares a los que van
solo los que inventan trajes
sobre torpes fuselajes
con los que subir al cielo.
Convirtamos cada anhelo
en la real realidad.
Solo aquí somos verdad
que en su verdad alza el vuelo.

Isabel Reyes Elena & Idella Esteve, contrapunto

Canto a tu voz

Canto a tu voz mujer porque me trae
el viento de la mar y me azulea
el íntimo paisaje de mi isla.
Somos dos soledades en la brecha
del camino hacia el sol desde lo oscuro
que envuelve nuestra voz, y donde empieza
el periplo interior, nidos de umbría
que el corazón a veces nos destrenza.

Solitarias las dos con muchas viñas,
dos ríos estrellándose en las venas,
dos ocasos volviendo con la lluvia
volcando nuestra sed en los poemas
que se van con el viento de la tarde,
con palabras sembradas que aletean
en el quieto paisaje de mis ojos
y en mis manos de lianas y de selva,
contigo estoy obviando a donde iba
al aguacero intenso que no cesa
y vuelvo con la lluvia a la nostalgia
de antiguas y doradas primaveras.

Ambas en el silencio de la tarde
introversas las dos con mucha esencia,
Idella, amiga mía, mi tocaya
estás aquí, con siglos de certezas
abriéndole las puertas al silencio
de esta mujer que pone en pie su idea
de lavar en la lluvia a la nostalgia
porque tiras de mi con mucha fuerza
.

Isabel Reyes Elena


Sin palabras me quedo porque el agua
de mis ojos ahoga mi voz seca
que de tanto clamar se ha enronquecido
y es tan solo el susurro de una vieja
que ya se sabe estéril, solitaria,
y no da con la fuerza del poema

Solamente en recuerdos se ha forjado
que puede arrebatarse con vehemencia
cuando llega otra voz que la acompaña
y le dice en sus versos «compañera»,
cuando llega el calor de tantos años
que van iluminando sus ojeras
y se quedans las dos introvertidas
pues siempre han sido almas introversas.

Isamaris las dos, como dos rosas
que van juntas en una enredadera
unidas por el son de las palabras
que aunque cerradas siempre están abiertas,
que a veces el silencio se nos abre
y nos deja expeditas las cancelas
para poder sacar todas las cargas
que dejaron pasadas primaveras
y se han vuelto livianas en otoño
porque la edad nos hace estar alerta.

Con las lluvias de abril me va viniendo
la nostalgia de versos en cadena
que otras veces sutiles engarzamos
como joyeros en una diadema
que guardamos avaras en un arca
para sacarla en tiempos de tristeza
y desgranar sus cuentas, poco a poco,
y alegrarnos al fin con su cadencia.

Idella Esteve


Andas buscando y buscándote
en esa playa del alma
como un haz de sol trenzado
insaciable de palabras
que den la luz al paisaje
de oscuridad en que ambas
nos removemos nerviosas
desaguando nuestras ánforas
que nos pesan como un fardo
siempre sobre nuestra espalda.

Hay que saltar las orillas
no echando atrás la mirada
de recuerdos dolorosos
de ausencias y de nostalgia
como mujeres valientes
pues no puede la añoranza
entrañarse en dos poetas
que a la vida le dan cara.

Esos versos en cadena
para alegrar las mañanas
me han servido en ocasiones
para dejar la nostalgia
escondida en los cajones
donde guardo la amalgama
de los recuerdos vividos
que vívidos se derraman.
Mis puertas están abiertas
a todas horas hermana.

En los días que vivimos
de esta manera tan trágica
es cuando más precisamos
que las dos demos la talla.
Puedes entrar cuando quieras
pues te regalo la entrada 
y en alejandrino el próximo
pues cambiaré el pentagrama.

Isabel Reyes Elena


Alejandrinos si quieres,
o endecas con filigrana
de esas que labran en Córdoba
con hilos de fina plata,
cuando ambas romanceamos
se viene a la letra el alma
y no nos importa el metro
si es el ritmo el que nos canta
para que se salga al aire
esa escondida esperanza
que trina como los pájaros
al filo de la alborada
dejándose entre las sombras
la penas y las nostalgias,
amaneciendo con soles
que no han de quemar las alas.

Volemos alto, querida
al horizonte encaradas
sobre el tomillo y romero
que tapizan la montaña,
sobre la dorada arena
de los bordes de la playa
sobre el azul de la tarde
como dos gaviotas blancas

Porque me busco te encuentro
en los versos que engalanas
con ese decir tan tuyo
tan diáfano como el agua
esa que sale de dentro
fluyendo de tu alfaguara,
esa que limpia los ojos
y hace ver las cosas claras
esa con la que me calmo
en mis horas más aciagas,
esa que das en poemas,
esa, mi querida hermana.

Ofréceme alejandrinos
que suenen como romanzas
nuestras voces son capaces
de despertar la mañana.

Idella Esteve


Quiero apagar la antorcha de mi melancolía
y alumbrar tus poemas de música inundada,
quiero dejarte un mundo impune de tristeza
con jirones de aurora y días de bonanza
y que encienda la luz en tus días oscuros
atravesando el halo de una luna incendiada.

Deseo mucho más, querida compañera
de mis justas poéticas que tan bien engalanas
y me animan y empujan a soñar horizontes
sin hilos agridulces, con retales de albada.

Me enseñaste lo oculto del halo del poema
y entre sombras y luces me diste la esperanza,
levantaste mi ánimo cuando estaba sufriente
y sé que en mi destino estabas reservada
con las manos alígeras del aire de la vida
y en muchas ocasiones me diste la palabra,
encontrando los nudos que estaban señalados
a que dos almas puras su introversión volcaran.

Tu voz, susurro cálido, destello de ternura,
navegó por mi sangre con la única jarcia
de los altos vocablos que traslucen tus versos.

He de extender tus versos en mi íntima playa.

Isabel Reyes Elena


En un tiempo, querida, fuiste luz de mis noches
cuando con el silencio a leerte llegaba.
Y yo hablaba contigo antes de irte a la cuna
y tú, con la dulzura en ti identificada,
escuchabas mis dudas, mis palabras, mis cuitas
que por un largo tiempo estaban silenciadas.

Te sentí compañera desde el mismo principio
y enseguida aprecié lo insondable del alma
cuando con voz profunda escribías de adentro
recuerdos escondidos que libres escapaban.

Temor reverencial surgía al contestarte
por no saber decir. Mas tenía esperanzas
puestas en tu consciencia de que yo era aprendiza
y que estaba dispuesta a que tú me ayudaras.

Hubo una connivencia en lo que nos contábamos
y aprendí a imaginarme las cosas que callabas
por todas esas otras que tuve en confidencias
unas veces dichosas y otras veces amargas.

Y siempre he demostrado lo mucho que te admiro,
Eres el exponente de quien sufre y quien ama
eres la gran poeta de precisos vocablos
esos que te son fáciles y en poemas derramas.

Tus versos son suspiros que vuelan en el aire,
que salen de la noche convirtiéndose en alba.

Idella Esteve

Selección de poemas de Eugenia Díaz Mares

Imagen by Tower Art

Un cigarro, oídos sordos

Qué ganas con ser pasiva,
si las tormentas te pegan
y las alas te las pliegan
de manera primitiva.
Buscas una alternativa
que apacigüe el vendaval
tener un día normal,
un cigarro, oídos sordos,
o el gorjeo de los tordos
para la salud mental.

O bien cedes en tu mente
y a tus miedos te regresas,
o marcando tus promesas
a tu pavor le haces frente
sin dejar que se alimente,
ni que esparza su amargura,
tan violenta y tan oscura,
que con sus demonios trate
y con ellos el desate
toda su furia futura.


Cerrojos sin combinación

Se me perdió el amor, y solo me ha quedado
el remanso de haberlo conocido.
Se me quedó impregnado ese aroma a maderas,
sabor a menta fresca que probé en su sonrisa,
la sensación del mundo entre mis manos
y su mirada fija agitando mis entrañas.

Con mi cuerpo de agua he mojado las calles
siguiéndole las huellas.
Él no me quiso gris, me quería fresca y verde,
me dejó con mis sombras en la oscura parada
del tranvía que partió.

¿Qué voy a hacer conmigo?
sí ha dejado cerrojos sin la combinación,
a mi piel con escarcha, mis voces silenciadas
con labios moribundos cómo las golondrinas
perdidas que no migran.


Ofrenda en el día de muertos

La gente dice que has muerto.
Nena mía, ellos no saben
que resplandeces y vives
como el sol todas las tardes,
que sigues siendo murmullo
de amanecer en los mares,
eres música y el ruido
alejando oscuridades.

Que ansiosa espero noviembre
invadida de saudades,
en un altar con ofrendas
flores, velas esenciales,
tu platillo preferido,
con mis lágrimas fugaces.
Celebrando el día de muertos
llorar es inevitable.

Ven a casa, mi pequeña,
te dejare las señales
que te indiquen el camino,
abriré los ventanales
para sacar el silencio,
la tristeza y soledades
hay mucha muerte en el mundo.
Perdona las novedades.

Yo sigo en recogimiento
esperando tu mensaje,
con maleta preparada,
y en mi corazón, finales.
En mi mirada el anhelo
de atravesar los zaguanes
feliz contigo del brazo,
muy lejos de los mortales.

Selección de poemas de Idella Esteve

magen by Enyin Akyurt

Figúrate, si puedes

Figúrate, si puedes,
lo que el rostro te esconde.
¿Qué te voy a decir de los silencios?
¿Qué te voy a contar de los internos gritos?
¿Qué de las esperanzas ya perdidas?

Ampárate en mi sombra, que no hay otra.
Cógete de mi mano
y camina conmigo hacia el poniente;
ya no te importe el norte, ¿para qué?,
llegamos al final de nuestro viaje.

El mañana vendrá
pero nosotros… ¿Cuándo?… ¿Cuándo?… ¿Cuándo?

Todo tiene un final.
Oriente quedó atrás. Todo es Ocaso.


Cuándo

Cuándo saldremos de esta hibernación
en un sueño fatal aletargados.
Cuándo dejar atrás nuestros cuidados,
las cuitas empañando el corazón.

Cuándo, si no me falla la razón,
estarán mis anhelos reafirmados,
aquellos que se han visto refrenados
por esta interminable situación.

Cuándo. Se hace tan larga esta agonía
que traspasa la luz y son penumbra
los rayos que me llegan desde el cielo

y ya no puedo ver brillar el día.
Sólo al llegar la noche se vislumbra
lo real o irreal en mi desvelo.



Divagando

Ejercí de feminista
sólo en casa, coherente.
Hoy la cosa es diferente,
nada hay que se resista.

Para el hecho de cambiar
yo me apunto la primera
cuando me entra la tontera
de cosas tergiversar.

A los hombres llamo nueros,
yernas nombro a las mujeres.
Así lo llevo ¡Qué quieres,
si no me cuesta dineros!

Y me paso por el forro
la gramática castiza
y nada me escandaliza
pues soy más lista que un zorro

No todo en «a» terminado
se refiere al femenino
y es un tema ya cansino
que ha de ser eliminado.

No hay un hombre que se niegue
a que le llamen tenista,
violinista, ajedrecista…
en lo que toque o que juegue.

Lo que finaliza en «ante»
se quiere acabar en «anta»
cosa, pardiez, que me espanta
y no le encuentro atenuante.

Mas pongo trabas, no creas,
si me hacen usar la arroba,
es algo que me joroba,
me causa flato y disneas.

Dejemos las tonterías,
vayamos a lo concreto:
tratémonos con respeto
y acaben las chulerías.

«Simplemente un romance», Gavrí Akhenazi

Imagen by Benou Mecharavy

Para el ramo de tu boca
y en el penal de mi carne,
escribo con estorninos
solas palabras de nadie.

Desembocadura y dique
del caudal de mi desastre,
sombra de luz en mis ojos
de acritud itinerante,
bebo de tu orilla calma
la hierbabuena y el aire.

Estás entre mis silencios
como una luna que arde
en un día anestesiado
hecho con dolor y arrastre,
para decirme que al cielo
tengo una vez de mi parte.

Viejo de mudez y áspero,
sin finales rutilantes
llego con la lengua rota
de prédica en los eriales
hasta tu recodo mágico,
donde acontecen tus árboles
y en el borde de tu mundo
obligo a que ardan mis naves
aferrado de tus costas
con mis palabras de sangre.

«Romance para una duda», Morgana de Palacios

Imagen by Klara Kulikova

Nos citábamos a ciegas
en el motel de los versos
y era como un suicidio
lentificado en el tiempo.
Sin programación mental
desgranábamos silencios
con la paradoja a punto
de convertirse en misterio.

Todo era un baile loco
que siempre bailamos cuerdos.

De futuro nunca hablamos
ni del contraluz del sexo.
Del pasado alguna vez
si es que llegaban los muertos
a resucitar de noche
las lenguas de los lamentos,
mas con cada madrugada
estar vivo era lo cierto,
lo único que importaba
para conjurar los miedos.

Si te creí, da lo mismo,
pero en el confín del sueño
eras la pura metáfora
del amor que estando lejos
te excita la inteligencia
y te solivianta el cuerpo
con las manos tormentosas
al rozarte con los dedos.

Cómo encendimos hogueras
que atizamos con los vientos
de todas las latitudes
para quemar los secretos,
y cómo nos tradujimos
boca a boca el sentimiento
con las espadas en alto
pero el abrazo en el gesto.

Te hubiera reconocido
como reconoce un ciego
la llamada de la luz
desde el corazón del fuego.

El presente está plagado
de instantes de desencuentro,
de historias que nos mantienen
de las circunstancias presos
con los tobillos atados
y la rebeldía en cueros.

Entiendo que tengas dudas
y te asalte el desconcierto
porque la vida que apaga
hasta el resplandor del cielo,
haya llegado a la cima
de cualquier descubrimiento
y nos sepamos las mañas
de ser dos polos opuestos
con la sangre predispuesta
a dejar huella en el verso.

Con respecto a mí no dudes
ni me uses de pretexto,
que por algo estoy de vuelta
de tus íntimos infiernos
y sigo creyendo en ti
con los ojos bien abiertos.

Yo soy la misma y escribo
únicamente si siento
y te estoy sintiendo tanto
como siento el sufrimiento
que te lleva hasta la duda
si piensas que no te quiero.

Y es que te quiero, varón:
frágil corazón de acero.

«Ice man», John Madison

Imagen by Simon Berger

I

Tendrás que desearme
con esta unción de fuego,
que entero me arrebata
como un tornado enfermo
para entender mis ganas
de transmutarme en hielo;
una escultura helada
que no padezca el eco
de esta hambre tan brava,
perra como el infierno,
montaraz que me vuelve
un amante esperpéntico.

A ratos, cara Octavia,
quiero tornarme invierno,
hielo, no hacerte daño,
no desvelarte a un tiempo
mis cerrojos, mi mundo
de Pandora, mis tientos
de Lovecraft que envían
tu canción a un convento
y alejan de mi puerta
tu boca de desierto.

De veras, regia Octavia;
solo pienso en ser hielo
y que algún escultor
piadoso de un certero
golpe de gracia rompa
en pedazos mi cuerpo.

Maldita sea la gracia,
lejana Octavia, tengo
que exigir a mis dioses
romanos ser de hielo.

II

No sé cómo lo hicieron
esos novios de sombra
de tu antaño, mi Octavia,
para bordar tu fronda.

Te estoy enamorando
venerando tu boca
a bolerazos limpios
con el poder de Bola.

Bola de nieve, cálido
como este amor que goza
bajándote una nube
de algodón a tu alcoba
y ni Bola, ni Silvio
con su luz cegadora
y su tiro de nieve
pueden hacerle sombra
a este Romeo nuevo
que corteja tu rosa.

«No Arianna», «Ya no apuesto a los incendios», Eva Lucía Armas

Imagen by Jim Cooper

No Arianna

Hay algo en tu voz de fragua,
de tallador de infinitos,
de burilador de lunas
que van hilando en sus filos,
las singladuras de luz
en el pozo de lo efímero.

¿Acaso tu corazón
acaudillador de trinos
agitará la alfaguara
oscura, donde no hay brillos,
que yace dentro de mí
y que ahoga a los navíos
en derroteros sin mar
por un secarral de espíritus?

Me dimensiona tu voz.

Y tus versos aguerridos
disparan balas de audacia
sobre mi mundo más íntimo,
reacio para sembrado,
inhóspito por antiguo
y sediento por sediento,
mientras, profundo, su acuífero,
troca en diamantes de trueno
al tam tam de tus latidos.

Caminador de este páramo,
tu verso en sus intersticios
se cuela como si un dios
le fuera dando sonidos
a las grutas de mi karma
para que hablen a tu oído
y te guíen, lentamente,
a través del laberinto.

Yo jamás he sido Arianna
ni hay Teseos en mi abismo.

La minotaura se oculta
en su propio maleficio.


Ya no apuesto a los incendios


Hace tiempo, jubilosa,
iba inventando fogatas
con mis páginas insólitas
donde contaba romances
como aquel, el de Verona,
pero en mis cuentos de amor
nunca hubo muertos ni alondras.

Tan solo yo me morí.

Desgajada rama rota
en el árbol del milagro
de haber nacido escritora,
entre historias de novela
fue una novela mi historia.

Y me morí, simplemente,
arrancándome las hojas.

Mis alas se desplumaron,
mi imaginación fue otra
y me estrellé contra el suelo
en una pirueta tonta
escapando a mi destino
desde la sima más honda.

Si no pájaro, arañita,
lagartija trepadora,
vaporcito que se eleva
levitando entre las sombras,
voz de voz recuperada
que no aprende a dar la nota
pero que vuelve eco el canto
como la sierra pedrosa
manda a las voces del viento
a salamanquear victorias

así yo, toda de barro,
toda yo de piedra indómita,
me levanto cada día,
desde esa novela sórdida
y escribo de puño y letra
una página de aroma
envuelta en la paz extraña
de que me dota estar sola.

Por eso no escribo incendios.
Que hablen de incendios las novias
y de besos y de amor.

Ya no creo en esas cosas.

«Trilogía de la diáspora (romance), Ovidio Moré

Imagen by Colbi Crook

Trilogía de la diáspora

Soy ese pez que dibuja
a tinta y con arabescos
mujeres de cuello largo
corazones y cerebros,
máscaras para derrotas
de un rufián llamado tiempo,
extrañas flores de ámbar
y rostros de terciopelo,
sangrantes venas y soles
deshinchados y violentos;
caracolas habitables
del color del limonero,
alas truncadas, y libres,
y metáforas del miedo,
azules cielos prohibidos
y puertas hacia el infierno,
algunos amantes rojos
y otros de inocuos besos,
telarañas para ilusos,
laberintos y burlescos
niños que orinan con saña
sobre el poder usurero.

Soy ese pez que en sus genes,
en su taíno esqueleto,
tiene algo de mambí,
de campesino insurrecto;
que fue un duende con carencias
y ansias de aventurero,
al que le faltaba el pan

y le crecían los sueños.

Soy ese pez argonauta
que navega lisonjero
entre vitrales de Amelia
como sacados de un cuento
y entre las mestizas Floras
de René Portocarrero.

Soy ese pez anodino
que describe a fuego lento
su catarsis octosílaba
como otrora algún aedo;
que es carne de poesía
que heredó de sus ancestros;
que se refracta en Lezama
y en sus cóncavos espejos,
en sus múltiples imágenes ,
y en virgilianos conceptos,
en el Niágara de Heredia,
y en los más «sencillos versos»
de aquel de frente serena
siempre vestido de negro.

Soy ese pez del Caribe
que disecciona momentos
como un biólogo curioso
desentrañando el misterio
de la ausencia que me araña
por ser doble de Odiseo.
Y por ser pez de vigilia
cada noche yo regreso

al cocodrilo varado,
en un insomne velero,
a recordar ese niño
guajiro que llevo dentro,
el que pintaba en el aire
estando atado en el suelo,
al que el duro desarraigo,
cuando me lance el anzuelo,
no pueda pescar su alma
porque sigo siendo isleño.

Soy ese pez en simbiosis
de raíz y sentimiento,
al que el mar le grita en olas
y le sirve de escudero
para que salga triunfante
ante el molino de viento,
y pueda sembrar ocujes
y palmares en el pueblo
que entre nieves y amapolas
habrá de guardar mi cuerpo,
y ese día habrá llegado
la finitud de mi éxodo.

«Octubre», «Nocturnal», Isabel Reyes Elena

Octubre

Octubre llegó a destiempo
con vocación de solsticio
y entre los verdes y ocres
en mí germinó el olvido
despojándome de ramas
que asombraran los caminos
(jamás tuve luminarias
que dieran luz a mi exilio).

Octubre con alfileres
ornamentó el acerico
del corazón que me late
a ritmo de petroglifo.


Hoy soy columna de mármol
conteniéndose el respiro
y aunque el ayer se revuelve
entre pátinas de siglos
para recordarme siempre
todo aquello que yo he sido
no me arrepiento de nada
ni a los veranos envidio
y con mis ojos desnudos
azules, cálidos, limpios,
espero pacientemente
seguir llevando los hilos
de las riendas de mi vida
y que el instante preciso
me encuentre serenamente
abrazando el infinito.

No doblarán las campanas
porque han de morir conmigo.


Nocturnal

Ahora sobre el alero
la luna, triste, se alza
y dialoga antigüedades
con no sé qué voces blancas.

Hay algo extraño en la calle
retorcida y solitaria.

Acaso yo no soy yo,
tal vez no son mis pisadas
éstas que van en la noche
rompiendo la oscura calma.

Los versos que voy pensando
quizás no son mis palabras.

Algo ha pasado en el tiempo.

¿Es otra edad ya lejana,
otra noche y otra luna
dialogando con el alba?

«Quién pudiera», «La niña pescadora», poemas de María José Quesada

Imagen by Tung Lam

Quién pudiera


Quién pudiera ser viento que acaricia tu rostro.
Quién la hoja caída que te logra tocar.
Quién pudiera besarte como yo te besara
-como chispa que salta, como llama en el lar-

Quién pudiera ser río que tu cara refleja
y en sus aguas te mece con sutil suavidad.
O la luna plateada que te envuelve en la noche,
o este cielo de estrellas que te cubre al pasar.

Y quién fuera tu sombra aunque no puedas verme
y quedarme a tu lado sin dejarte marchar.
Quién la ola que llega a romper en la roca
y te besa los labios con espuma de mar.



La niña pescadora


Una niña pescadora
con su red se fue a pescar
donde descansan las olas,
en la orillita del mar.

En la cabeza un pañuelo,
en el talle un delantal
y en la cara lleva rosas
con destellos de coral.

Echa la niña las redes
sobre las aguas de sal
y la corriente las mece
como en un juego naval.

Cuatro peces ha encontrado
cuando las viene a sacar
y una blanca caracola
que entre ellos fue a parar.

Acercándola a su oído
un rumor cree escuchar,
piensa que dentro hay sirenas
que no dejan de cantar.

Lleva la niña a su casa
ese regalo sin par
y su madre le reclama:
llévala, niña, a su mar,

que las sirenas son almas
y solo pueden estar
bajo las aguas azules;
no las podemos guardar.

Y la niñita, apenada,
la vuelve al agua a lanzar
donde lanzaba sus redes,
en la orillita del mar.

Veinte años han pasado
en su rostro y en su hogar
y la joven, aún pescando,
con papá se ha ido a embarcar.

La calma vira a tormenta,
el viento leva la mar.
La muchacha cae al agua.
De poco sirve nadar.

Hasta el lecho submarino
su cuerpo ha ido a parar
pero acudiendo a su encuentro
de ella empiezan a tirar

cinco sirenas preciosas
que no dejan de cantar.
Y nadando la devuelven
en la orillita del mar.