LOS FAVORITOS DEL EDITOR

Salim Barakat

Dylana y Diram

Una cabra montés en una colina
y una quietud que levanta sus cuernos alto como una cabra montés.
¡No te acerques un paso más, oh guía!
No des un paso más.
Tu lugar es el lugar desde donde las raíces miran raíces
y la tierra mira su heredad.

Una cabra montés en una colina
y una quietud obstinada levantando sus cuernos alto como la cabra.

1. 

Mírala, un montón de canastas rubias bajo el destello de tu sangre, Diram. Mira cómo duerme sobre tu brazo, sus alientos caen estrella tras estrella en la inmensidad de tu virilidad. . . . ¿Recuerdas, Diram, la vez que llegaste a ella, tímido, envuelto en campos, tus pasos los pasos del día, y tu clamor el clamor de los tallos de trigo? ¿Recuerdas la tarde que brillaba en tus ojos, aquella primera tarde en que ambos saqueasteis a besos los tesoros del ser y descubristeis un extraño arroyo bajo el lecho rocoso del alma? ¡Tranquilo, Diram! Que sea lento, tu encantamiento de las cámaras de su corazón: el corazón de Dylana, que cuelga como un latido, lleno de vida.

2. 

Míralo. Una flecha rubia bajo el destello de tu sangre, Dylana. Mira cómo adorna la velada con el sonajero de su virilidad. Él sube a ti en una escalera de jadeos, como si todo el lujo fuera suyo, como si fueras las palabras con las que canta la canción del hombre. Cantadle lo que la nube le canta a su hija. ¿Bajar de tu dulzura empalagosa y revelar la seducción de las alturas, para que tomes el campo de su corazón con el trigo de tu canción? Ven, Dylana, se inclina más cerca, narrando frutas. 

3.

Mírala, mira cómo adorna tu pecho con un rayo de labios y dedos. Mírala, Diram, y verás veinte corazones debajo de su corazón. Cada corazón alucina otros veinte de su sueño. Ella es la boca del río para todo hombre ungido con el estruendo de las raíces. Ella es la filtración de horas y argumentos, el drenaje final de toda valentía o miedo. ¡No te acerques ni un paso más, Diram! ¡No des un paso más! Tu lugar es el lugar desde donde la dulzura se espía dormida en canastos rubios y de sangre. 

4. 

Levántate, Dylana, y aprieta tu suave cerco. Eres el bosque donde su linaje florecerá y las entrañas se mezclarán con las aves. Eres su ruido entre ruidos. Tú eres su alabanza, en la que todo rey ve su reino y todo camina un camino hacia el trono. Por eso, cuando se incline sobre ti, levántale el vaso de la mujer y a su pecho tembloroso levanta el escudo de tu seno, ensangrentado con las nubes y con las edades.

5.

¡Levántate, Diram! Levántate para ver desde los picos de la alegría la pendiente de la mujer que se extiende desde las máscaras deslumbrantes hasta la canción. Eres la espada de sus resortes. Contigo golpea las mañanas y se abren en anhelos y alces. Eres su aliento entre alientos y su alabanza en que el aire sumerge las flechas perdidas de los dioses. Así que cuando ella se incline sobre ti, levanta a su boca tu boca, tachonada con el canto del hombre, y a su seno tembloroso levanta el escudo de tu seno, salpicado de agua y elogios.

6.

¡Míralo, Dylana! Mira cómo recoge rayos y esparce vientos sobre tu lecho. Mira cómo cuelga de tus jadeos como una fruta. Él pone trampas para las plantas como si se jactara de ti ante la penetración del agua. Mira cómo rodea el agua como la tierra, para asediar el latido de tu corazón que se eleva, como la espuma y los barcos, del agua. . . . Cuando abra su red al final del día, esparciendo planetas y lucios, que duerma en sus profecías. Déjalo ser, Dylana. Todo lo que agarra de la tierra es un puñado de ladrillos, y todo lo que ve es la pendiente de tu pecho extendiendo sobre la tierra una sombra de noche y virilidad.

7.

¡Mírala, Diram! Mira cómo junta bandadas de gansos ante tu corazón y teje las nubes. Mira cómo se balancea hacia ti, manada a manada desde la ladera más lejana, mano a mano con el horizonte creciente. Cuando salta los arroyos, su vestido revela raíces que no tocan la tierra pero rozan las alabanzas con que se cubren todas las raíces. Si decides tomar su mano entre las tuyas, también tomas el horizonte. Si decides abrazarla, deja que las raíces te sostenga; que la fruta sorba la fruta de tu aliento; que la tierra se precipite hacia ti, desenvainando su torrente de leche y de formas.

8.

¡Despiértalo, Dylana! Despiértalo de un sueño bordado con la dulzura de mil corazones ebrios. Despierta la mañana con él para que juntos partan hacia ti, empolvados de lujuria, de opulencia, de júbilo. Porque es el último al que verás alucinando, soplando cuernos ilusorios, llenando, como un sirviente, las copas de los ahogados con heroísmo. Ahí está él, en su propio vendaval, en el antiguo ráfaga de raíces y el regocijo de lo salvaje en lo salvaje. Él es el último que verás acercarse como la señal que envía una tormenta antes de que use una armadura ensangrentada y arranque el mantel, rompiendo los platos contra el mármol del alma. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

9.

¡Despiértala, Diram! Despierta la mariposa de lo invisible y su libélula dorada. . . Despierta a Dylana y, con ella, despierta la casa, piedra por piedra, y luego el cuadrado alrededor de la casa y luego la valla. Y cuando termine con eso, despierte la mañana que duerme junto a la cerca. Di: Ven, Dylana, ven, seamos testigos del brillo vacilante de la tierra mientras arroja hierro y esplendor a nuestro escudo humano. Ven, descubramos nuestros pechos a los campos, temblando con la dulzura de una punta de lanza hundida donde fluyen el sésamo y el azafrán. Como si, juntos, lucháramos por ser heridas más allá de las cuales no hay heridas. Ven, despiértala, Diram.

10

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al niño, su pecho desnudo inquieto bajo un rayo torrencial. Despiértalo, despierta el día y los panes. Llena tu balde, aquello de lo que riegas a los animales invisibles de la mañana, llénalo con capullos de seda y bayas que caen de la alabanza. Teje con seda y bayas la dulzura que cubre a Diram. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

11

¡Despiértala, Diram! Despierta el sueño de debajo de sus pestañas. Tírale un guijarro de tiempo, que se estremezca como el rostro de un manantial; que ella se ensanche anillo por anillo, cada uno un carruaje que lleva hierbas y senderos. Vamos, por dios, el mensajero de los valles está recogiendo ramos de niebla para los dos y esparciendo lavanda infancia sobre la cerca de la casa. Despiértala. Despiértala, Diram.

12

¡Despiértalo, Dylana! Despierta el rostro de la farsa, ese niño rodeado por las guadañas de los dioses. Despiértalo para que seas testigo del veloz rocío matinal y sus jocosas seducciones. Que sepas que el rocío relincha en la hierba y tiene cuernos que declaran herejía bonachona en suelo bonachón.

13

¡Despiértala, Diram! Despierta la pompa celestial de Dylana. Esparce sobre ella gotas de mañana y arrogancia. Si ella se extiende ante ti, despierta, obsérvala como una planta estudia a una planta. Siéntense juntos a la sombra de los besos y déjense seducir por canciones de canciones. Despiértala, Diram. ¡Despertarla!

14

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al rayo humano, Diram, mientras desciende ebrio del esplendor del hombre. No cubras tus manos o tu jadeo sobre él. Que se extienda, claro y lucent; brotes y racimos que asoman dentro de él. Entonces lo poseerás a él y todo lo que se cierne dentro de él. Puedes elegir ser el hogar humano de plantas, nubes y alas. Dylana, ¡despiértalo!

15.

¡Despiértala, Diram! Despierta la sangre viva y sus formas amigas. Corónate para el despertar de Dylana con un suave tamborileo. Es el despertar de un trono por cuyo poder brotan las fuentes y corren los arroyos. Ella es tu arco. Con ella te lanzas -cuando te lanzas- a ti mismo en un canto final. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

16

¡Despiértalo, Dylana! Despierta la opulencia y sus formas amables. Sé testigo de la apertura de sus pestañas sueltas pájaros. Es una vigilia que sólo la mañana conoce, captando el sonido del agua. Él es tu arco. Con él disparas -cuando disparas- tu totalidad en una canción final. ¡Despiértalo, Dylana, despiértalo!

17

¡Despiértala, Diram! Despierta Dylana, un océano de espuma. Extiende tus velas cuando se tuerce bajo el barrido de tu sangre matutina. Carga su sangre con nubes desnudas. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

Despiértala,
Despiértala,
No quise despertar la tierra esa mañana.
La tierra tampoco quiso despertarme.

Todo pasa cuando las señales están completas, y el que se aferra al gemido partirá con la mañana. Así partieron, Dylana y Diram, y yo no quise despertar a la tierra esa mañana y ella no quiso despertarme a mí.

. . .

Regresaban y la tierra también regresaba de su cosecha diaria de mil espigas de trigo, mil llamaradas, mil intrusiones donde los valientes han abandonado sus destinos bajo una ola invisible, mil escudos resquebrajados, mil rayos mojados de besos; mil hombres dispararon a Dylana y Diram con flechas de ceniza; se inclinaron ante el silencio que esparce aguas a su paso y devasta flores.

Así partieron: un niño y una mujer.

Y yo soy un guía que condujo a dos amantes a nada más que a la dulce futilidad. Supe cuando el corazón hereda la desembocadura del río, se revela, como un secreto los cobertizos delirantes. Pero sin embargo los llevé conmigo, envueltos en relámpagos que florecen en aureolas amargas, los llevé hacia un esplendor no heredado, y allí dije: Despliega tus velas como una estrella naciente con la que la tierra escucha el golpear del agua sobre el escudo del agua. . 

. . .

Por dios, por dios, no me pidas, después de todo esto, no me pidas que narre la tierra, dirección por dirección, y el cielo, tornillo a tornillo. Soy la perpetuación de la historia, y si hablo, hablo mi corazón esparciéndose en la tormenta como urogallos de arena de cobre. ¡No! No me pidas, después de todo esto, que narre la muerte con la muerte, y que pise esta dulzura como el hueco de la pezuña de un mulo. Mire, mientras se sienta allí en una valla puesta del sol, mire y verá veinte hombres que cubren a Diram y Dylana con sus capas. Luego, una sola línea de sangre escurre descaradamente entre guijarros y paja y desaparece al borde de la desolación.

Acerca del autor

Salim Barakat es un poeta y novelista kurdo-sirio. Nació en 1951 en Qamishli, una ciudad étnica, religiosa y lingüísticamente diversa en el norte de Siria. Se mudó a Damasco a principios de la década de 1970 y luego a Beirut. En 1982, las crecientes tensiones políticas y sectarias en la ciudad devastada por la guerra lo obligaron a partir hacia Chipre, donde permaneció más de quince años. Reside en Estocolmo, Suecia, desde 1999. Ha publicado más de cuarenta y seis obras de poesía y prosa, incluidas tres autobiografías.

EN PROSA POÉTICA

Isabel Reyes – España

¿Un poema de amor en tierra extraña?

Niña, niña, niña… para poder cruzar el estrecho puente hacia ti me hace falta apoyarme en tus pensamientos y en tus ojos: ¿por qué no me miras?

La ciudad suspendida en el aire, mondaba despacio la manzana inabarcable de la aurora.


Se precisa un hombro donde descansar la cabeza. Cuando se encuentra amanece antes en los descansillos de las escaleras.

Préstame un cestillo de rosas para la procesión de la vida y de la muerte.

Ahora cada día amanece más temprano. La noche es algo provisorio, carece de esencialidad y fundamento. Estamos sobre la vida para caminar hacia la luz.

En nuestro interior tenemos un gran horno de leña en el que se cuecen todos los soles, el sol del pan crujiente que se come en la mesa para estar todos juntos, el sol armonioso de tu cuerpo, mujer, que huele a labranza.

O el sol maduro de mediodía, amigo, que semeja en estos momentos tu rostro trasfigurado y tú ni te enteras…


¿Sabemos hacia dónde nos dirigimos? Aún no hemos aprendido a pesar de cruzar los tenebrosos caminos de la noche.

Ahora mujer, es cuando deberías ponerte a escribir un poema. Porque la poesía es siempre un amanecer que va llenando de resplandor los muebles de la casa y los cuadros de las paredes del cuarto de estar. Pero ¿cómo va a ser posible escribir un poema en tierra extranjera? Niña, tienes la capacidad de hacer posible lo imposible. Escribe pues poemas de amor.


Un día todos los poemas de amor del mundo servirán de epílogo para el Libro del Apocalipsis, pues se nos ha dicho que el mar después no existirá y pasará la figura de este mundo. Te ayudaré a cruzar ese puente carcomido mirándote a los ojos; y tú, no te preocupes, te enviaré a casa por correo mi último poema.


El encuentro con la luz, hija, es lo tuyo. A qué tiene que venir nadie a casa con sus serillos de oscuridad. Las tonterías esas de los poemas de amor, comprenderás niña tonta, que las madres no las consentimos.



Gavrí Akhenazi – Israel

Poiesis

En el cuarto de los solos, somos dos, o tres o tres son multitud y entonces ya somos demasiados dependiendo.
El cuarto de los solos dejó de ser el cuarto de los solos y ahora casi nos empujamos por ese pequeño espacio especial, especial y espacialmente disputado, que es tu corazón.

Pero no cabe ahí una sola pena más, como en el mío.

La luz se ha derrumbado.
Debajo de la luz, soy una sombra que escapa por un hueco.
La luz se ha derrumbado sobre mí, igual que la memoria.
Anaqueles de luz se han derrumbado con sus libros monótonos encima de mis libros y todos confundidos, somos papeles viejos.
Pero no llega el viento a hacer limpieza.

La luz no existe más.
Tampoco el aire.

Luego vendrá la escoba a poner orden en el sitio impedido de las manos.
Barrerá los cerebros que acumulo, el hambre de beber, la sed del daño, la impúdica y reñida mansedumbre de lo que persevera y nunca ceja.

El dolor está listo y embalado, pero se hallan de huelga los correos y bajo el brazo pesa su gratuidad, temblando.
¿En qué buzón comprado depositar la ofrenda que agoniza con su propio holocausto entre mis dientes?

La luz no vuelve más desde la aurora.

Que todo sea un apagón de sangre. Un sitio de metales que rodean un latido penúltimo y disparan -fiera violencia rota- destiñendo la boca de la carne hacia un cementerio de cerámicos.

Que todo sea un apagón de sangre. Una boca deshecha que se abre con hondo estremecimiento muscular y tiembla, precipitada como alguien que corre, boqueando como alguien que gotea su último estertor amurallado y acaba, dulcemente, en un sopor de charco que coagula.

La sangre es lo más íntimo de un hombre.
Pinto en rojo tu nombre sobre el karma y luego resucito, ya vacío.

EL AUTOR INVITADO

Jorge Alejandro Neira Rosas (Chile)

Poemas

INTERSECCIONES EN UN PLANO NO EUCLIDIANO

Entre la pléyade de amigas y amigos
en estos ocho años se han casado y divorciado
casi todos.
En mi pared, una ventana va contigo en tus pasos
y en tu insomnio.
¿Sabes cuantos eclipses parpadean en mi silencio?
Este calendario rota y rota sobre sí mismo.

Entre tu jaula y la mía
aun cae el rocío.


CINEMASCOPE

Si.
Es verdad que no duermo,
pero da igual.
Mirando las imperfecciones del cielo raso
repaso las arrugas que asoman en tus mejillas.
Si.
Es verdad,
el techo este es un cine de fantasías
desde el que me sonríes
y me pregunto
por qué
aun
sueño contigo.


MUJER QUE MIRA COLORES EN UNA PARED

Si llegas hecha verso y metáfora
desenredando tu ADN de maga,
balanceando tu existencia de penumbras
o mirando de revés la tómbola de tus años,
quedarán tus huellas
en mi pared.
Si llegases -octosílaba, silente-
danzando y alumbrando el último adjetivo,
masticando una calle de favelas,
tiñendo de sangre tu luna menstrual,
dejarías tu alma
descansando
en esta ventana.


DOBLEZ

Camíname después de las orillas,
en otras ramas,
dibujando en la periferia
estos ángulos que matan.

Cada esquina un vórtice que nos mira.

Un vals de ballenas en el ajedrez planetario.

Esta fuente gorgotea sangre de unicornios,
tan mal está nuestra sociedad.
Las muchachas se pintarrajean
como si con eso acunaran horizontes.
Las manos líquidas de labiales trasvestidos
inoculan falsos pentagramas,
no hay año bisiesto en una uña que maquilla,
en un labio que se pudre en una tumba.
Esta fuente se deshace y arroja pelucas al viento.
¿Quién caminó sobre sus pecados a medio confesar?
Desvistieron cada muñeca y ocultaron sus lágrimas entre tanto reloj sin cuerda.
¿Dónde estuvo la señora muerte en sus zapatos blancos?
¿Dónde quedó el verde que te quiero verde si solo hay humo en la memoria?
La densidad misma,
tarjetas de crédito y plástico en todos los océanos.

Esta fuente, esta fuente…
Esta fuente gorgotea sangre de unicornios,
tan mal está nuestra soledad.


Prosa

UNA MANO MUERTA SALUDA MI NAUFRAGIO

Todos los puertos están clausurados. Canta mi canción, leva tus anclas, estruja mi sombra. La tarde cae y caen tus lágrimas, así, de soledad inmune.



EN TRÁNSITO
SIN MÁS ADICCIONES NI FALSAS EXPECTATIVAS.

Dejar que la noche se devore a sí misma en algún oscuro rincón del alma, deshabitar aquellos hilos que alguna vez fueron puentes luminosos apretando ese destino hacia una calle sin salida, intentando resolver, a golpes cotidianos, una ecuación desde el inicio mal planteada, una esperanza inocente que se diluye ya en pasos perdidos tras la luna.

Abandonar caminos de fantasía y espejos, triturarse los ojos, las manos, las rodillas; arrancarse los sueños dejándolos ir hacia cualquier cementerio, solo rosas negras serán pasaporte hacia el olvido, una larga cadena de amaneceres y lluvia que ya no me revivirán, negras rosas de silencio, rosas de vacío implacable, horizonte preso en nunca más voltear la vista.
Huérfano, ahora, de vino y tabaco, madrugando sin norte, voz perdida en la arboleda. Tanto ir solo a estrellarme, a repensarme solitario escudriñando viejas huellas en arena, un triste canto de gaviotas sobre un mar embravecido, una gran circunferencia que abandonó su centro, inútil reloj durmiendo sin horas, estrella muriendo lejos de cualquier constelación.

Unos resabios amargos de voces me aguijonean a la distancia. Se ha ido la luz, el multiverso no amanecerá en mi desayuno; ninguna plaza volverá a triangular esa distancia, la pandemia será apenas una anécdota, un paréntesis de temor y mascarillas, la hora final en un juego de abalorios diluidos, un punto aparte en sonrisas que no veré, una lámpara sin combustible mirando por última vez al infinito.

Es la hora de tatuarse un sol muerto, de clavarse las uñas en la garganta, arrancarse uno a uno todos los versos que, atragantados, esperaban la vida. Esta es la hora, la de caer al pozo ciego, inmisericorde, en la contraportada de un libro que no se volverá a transitar, palabras sin sentido, gramática esquizoide en un silabario de hojas marchitas.

Aquella hora en ese huerto donde el todo nos abandona, cuando el silencio nos golpea a gritos en los huesos y la noche nos besa los ojos.

La última cruz, sin salvoconducto, directa a la muerte segunda, un remolino ciego blandiendo su estocada final, sin despedidas, ningún obituario; un corte perfecto y limpio llevándose los dedos del espíritu. La última cruz, trazada en el aire con lágrimas de sangre que no se recordarán.

Llueve ahora.
De medias hojas, de medias lunas, llueve.
Rojos hilillos me atraviesan.

Es la hora de tatuarme todos los soles muertos.



TODO CRÉDITO TIENE VENCIMIENTO

En este callejón sin salida, la muerte me arrincona, me ofrece un año más de vida a cambio de mis manos. Sin emoción alguna advierte que mi tiempo se ha terminado, que nada puedo hacer sin saltarme esta larga cadena de aspiraciones y remordimientos, solo me apunta y exige: mis manos por más vida.

Le respondo: tu cabeza por un año de lluvia en un calendario bisiesto.

No se lo esperaba, baja su capucha y saca de entre los jirones de su capa, una baraja que me ofrece. Naipes cotidianos, todas las postales aún no dibujadas, una colección de sermones y batucadas, inútiles timones en barcos olvidados, llaveros inservibles en noches de eclipse, ruidos apenas audibles para una carabela que flota en una nube de luciérnagas; me entusiasma con viajes a diestra y siniestra. Siniestros, más bien.

Yo también insisto: tu guadaña y un volcán boca abajo.

La muerte no renuncia, nunca lo ha hecho, por lo que sé.

Extiende frente a mí un tablero de cementerios fugaces y rotos, una cierta amalgama de ofrendas amarillas y oscuras, una total muestra tipo feria transuniversal, una tempestad de algoritmos en un cuaderno de agua, pasos lentos en tres dimensiones; intenta ganar su partida, es decir, mi partida…, pero yo tampoco renunciaré, no ahora.

Negociando con la muerte pasaron estos años. Sí. Y tuve hijos, huertos, amantes, amores que no fueron pero que igual fueron y dejaron otros caminos en medio de agujeros negros y enanas blancas.

No toqué sus cartas a pesar de su asombro, me negué a sostener su violín o a caminar sobre sus ojos. Truqué y retruqué cada astilla de su tiempo, enarbolé toda raíz que brotó en mis sienes, no dejé piedra lunar sobre venus y trepé, trapecista sin vértigo, hasta el último cuadrante.

No sé si fue una tregua. Alzó su diestra y me mostró la torre Eiffel.
Orgullo, dijo, solo una vez.

Es lo último que recuerdo en este quirófano en el que me arrancan el corazón.


Acerca del autor

Jorge Alejandro Neira Rozas nació en Chile; es antropólogo de profesión, poeta y cuentista. Escribe desde su juventud apareciendo su primera publicación en 1975, como integrante de un poemario junto a otros dos destacados poetas nacionales: José María Memet y Gustavo Becerra.

Fue luchador social contra la dictadura de Augusto Pinochet y debió exiliarse. Retomando la escritura en 2013, en 2018 ve la luz su primer libro «De nostalgias y caminos».

Al día de hoy, Neira Rozas cuenta ya con seis libros terminados, de los cuales «Mujeres de luz y sombras» está en proceso editorial y «Peldanne» siendo prologado.

El autor es miembro de número de la SECH (Sociedad de Escritores de Chile)

Su página en Facebook: SURPOESÍA.


LOS POÉTICOS

Morgana de Palacios

Imagen de Marion Grimm en Pixabay

Del género epistolar

Como el amor, el agua te rodea. Inunda tu boca, tus oídos, penetra por tus poros, se acompasa a tu respiración, baila contigo y te besa hasta dejarte exhausta.

Entonces, flotas libre de todo mal y ajena al mundo.

No hay sustituto para el agua que, además, no hace promesas y suele llenarse de luces para seducirte con su transparencia.

A veces pienso que no hay nadie cuya boca brille tanto.

El amor gotea y se va acumulando en una vasija de porcelana donde me lavo la cara cada día al levantarme.

Por la noche desmaquilla mejor que cualquier fórmula japonesa, cierra los poros y elimina imperfecciones de la piel.

Cuando gotea sangre, como ahora, los pómulos se tiñen de un rubor exquisito y hasta se difuminan las ojeras.

No hay mal que por bien no venga, así que la violencia que canta está afónica de ausencia, pero tiene el rostro resplandeciente.

Eugenia Díaz Mares

Imagen de Free-Photos en Pixabay

Meditando

En las pupilas se quedaron añejos tus anhelos porque no pudiste encontrar atajos para llegar a realizarlos ni lograste inventar una excusa para hacerlo.

Observas en tus manos solo sombras y te tiemblan, deseando sacudirlas hasta cambiar de piel, aunque te duela.

Deambulas por las habitaciones imprimiendo tu silueta para ver si la gente que te ama logra ver que existes también para ti, y que, aunque te hayan enseñado a no pedir, entre tus labios habita una madeja de cosas que has deseado queriendo disfrutarlas con juventud y salud.

Te das cuenta que así lo has elegido al aplazar tus cosas por darle prioridad a las de los demás, que se han acostumbrado a verte como ese mueble cómodo que siempre está presente, en el que ellos descansan sin ver cómo te ahogan.

Y te quisieras ir de ese lugar donde te sientes muerta, descansar, hacerlo realidad.

O derribar murallas que has construido alrededor del corazón, reencontrarte, volver a ser tú y observar lo que has hecho contigo, por el apego y la rutina de solo ver el mundo por esa rendijita de ventana.


Idella Esteve

Imagen de JuiMagicman en Pixabay

Cristales de otoño

Pero siempre tenemos esa ventana de otoño, esos cristales que nos aíslan aunque nos permiten ver las hojas en vuelo, amarillos y ocres en espirales, y las gotas de lluvia… ¡Oh, esas gotas de lluvia!, esa nostalgia acuosa cayendo, resbalando, esa humedad que llega hasta los huesos y que invade nuestro ser pero que inspira tanto. Mi inspiración es de lluvia, no de viento; es la lluvia de afuera y es la lluvia interior que se desborda sacando el sentimiento, es la lágrima en estado puro que se va sorbiendo a tragos cortos en la copa de los recuerdos que siempre permanece inacabada.

Cristales que hoy se van entristeciendo y se van empañando con el vaho silencioso del suspiro.


Gavrí Akhenazi

Fernet con cola

Fernet con cola y la cosa toma ese tinte de espuma cremosa, oscura, dulce. Empieza por ahí la lengua a relamer la pasión por la muerte y se libera, se libera como una independencia bicentenaria, hecha un poco de lluvia y mucho de calor.

Hoy llegamos a casi 50ºC y todos sufrimos las ganas de matar.

Es esa intolerancia dulce de exigir que hay que ser tolerado, aunque uno no tolere. Mata y muere en el mismo acto de prestidigitación. Se impone o se sepulta. Cincuenta grados sobre las cabezas, las ideas, la voluntad, las ganas y la sed.

Cincuenta grados y un solo tacho de agua, en el que todos vamos cincuenta veces a sumergir la cabeza, con todas sus ideas de derrumbe y salimos chorreando ideas líquidas, licuadas, calientes, abusivas, exhaustas, decisorias.

Cincuenta grados te generan las ganas viscerales de no tener paciencia y entonces, luchás contra vos mismo, luchás por disciplina, porque se debe, por voluntad, por ira contra el clima o porque querés ser el mejor en el acto aquel de resistir.

Después llegás al mundo de los buenos, que tienen ventilador, aire acondicionado o viven en las zonas donde el mundo es invierno. Y vos venís así, casi en cenizas, iracundo de haberte chamuscado en nombre del deber, todo el puto día ese caliente que te comió desde el sudor al habla.

Venís y ves que hay gente que está bien, que mira el mundo desde su tranquilizador ombligo anónimo de gente que está bien en un mundo que está patas arriba ¿y qué hacés? ¿Revisás el cargador del arma a ver si los pescás desprevenidos y le quitás un peso inerte al hambre?

No.

El calor te dejó tan sin ideas, que te ponés a discutir de Roma.

Ergo, terminás igual que terminó Bizancio. Sin nada que decir y plagado de muertos imposibles.

Así que yo les dije: Fernet con cola para «todo el mundo por el que se supone que vamos a morir».

Un pedo viene bien si no hay futuro.


María José Quesada, prosas

Imagen by Ilona Ilyés

Día de viento

El viento de esta tarde agita los árboles sin miramiento. Lo hace con el robusto pino que aguanta con firmeza y con el tierno naranjo que se doblega a su merced. Las palmeras de tronco largo y espigado parecen bailar, quizá es la manera que tienen, con sus ramas, de echar a volar.
Entre todo, existe calma. Es uno de esos días grises que no invitan al movimiento.
El parque está vacío, en las terrazas de los bares no hay gente, los novietes quinceañeros, posiblemente, se habrán recogido en el portal de algún edificio al calorcito de sus palabras. Es domingo, además, por lo que la mayoría nos podemos permitir el simple hecho de no hacer nada. No hacer nada…
Y te pones a ver las noticias y te enteras que han destruido un gran legado de la historia antigua, y no haces nada…qué puedes hacer por más indignación que te entre. Y ves el anuncio de un niño que pasa hambre y le miden el bracito…y no haces nada, y te pones a pensar cosas de tu vida que han ido quedándose atrás y nunca más volverán…y no haces nada. Es entonces que quisieras salir de ti, por una vez ser tú el viento que empuja, y te pones a pensar qué ha pasado para llegar a convertirte en árbol. Tal vez lo sabes, pero como ya es tarde, te dejas llevar… y no haces nada.


El verde abrazo

Son las siete y cuarto de la mañana, el sol ya ha baldeado el suelo del cielo dejándolo limpio de oscuridad, brillante. Ahora se sienta a pensar, tanto, que poco a poco empezará a calentarse; después de tantísimos años mirando las cosas que hacemos los de por aquí abajo es de entender que tiene motivos.
Dado que esta escena que a continuación relato ocurre en el monte, entenderá el lector que los protagonistas son las aves, los árboles y las hierbas, las florecillas, los insectos y hasta las mismas piedras, bastante proclives al beso mineral. Creo oportuno aclarar lo del beso mineral. Cuando el agua penetra en la tierra es besada, tanto en su recibimiento como en su despedida que será a través de los muchos manantiales. Es el beso más antiguo de la historia.
Pues bien, toda esta presencia es la que otorga magnificencia al rico enclave. Por lo demás, mi presencia es intrusiva, pero el monte, recogiéndose un poquito, me deja un espacio, me recepta. Es un excelente anfitrión y antes de marcharme debo agradecérselo. Acorde con la luz del día tengo tiempo para pensar de qué manera lo hago.

No existe la prisa en este lugar; aquí, el tiempo no es oro, es más. Aquí fluye con su natural recorrido por el camino del día. Los pajaritos tienen su quehacer y por cierto lo hacen muy ordenadamente. Uno de ellos está construyendo un nido, lo he visto ir y venir de la rama al suelo y del suelo a la rama con ilusión… ¿ilusión?… Tal vez eso de la ilusión solo es cosa nuestra. Sí, estoy convencida de que en el reino animal eso no existe, por eso tampoco existe la decepción. Aquí todo es instintivo, memoria genética, todo es sencillo y al mismo tiempo magnífico. Que me digan que construya mi propia casa con mis manos y proporcionándome a mí misma todo lo necesario; o que me pidan la paciencia de las flores que han de esperar el momento adecuado para florecer, por no decir de la inteligencia del árbol de hoja caduca que es capaz de sacrificar su follaje para sobrevivir cuando el alimento escasea. La naturaleza es inteligente, no busca motivo, busca fin. La naturaleza se da.

Dentro de esta paz que percibo hay un movimiento y un trabajo excepcional, de categoría. Todo tiene un orden perfecto, sin voces, exceptuando el sonido de histéricas maracas que producen las cigarras, pero bueno, están en su casa. Cada cuál sabe su función y la asume sin necesidad de orden ni premio.

He pensado y decidido que la mejor manera de agradecer mi acogida en este lugar es que el monte nunca se dé cuenta de que he estado aquí.


Bancos y problemas

Los problemas del parque no son los bancos, que los hay, ni los columpios; tampoco los árboles, avecillas, papeleras y hormigas. Los problemas del parque no se ven pero se hablan:
Es el hijo que se ha divorciado, es el nieto que no come, lo mal que está la vida con tanto sinvergüenza suelto; el viento que hace hoy y el calor que ayer hizo. Lo buenas que están las croquetas que prepara el abuelo, tan buenas, que cuando va a echar mano de ellas, con suerte, le dejan una.

El solitario hombre que abre una lata de atún sobre la hoja de periódico que hace de mantelito y duerme en un coche abandonado.

Pero para que esos problemas, no ya se resuelvan sino que se desfoguen, que a veces suele aliviar, es necesario ese escenario que, para quien va con prisas, pasa inadvertido.

Y convoca la reunión, a las cuatro de la tarde, un rayo de sol que llama a sentarse en el banco que da al oeste, el magnífico color granate del pruno; el alto y espigado pino que intenta tocar el cielo año por año. Las despeinadas palmeras. El jaleo de los gorriones y ese céfiro empapado en salitre que sube desde la playa y se expande como un suspiro de la bajamar.

El tumulto de los niños chicos que sacan a botar la pelota y da miedo verlos; los jovenzuelos en pandilla que llegan, al salir del instituto, con los dedos pegados a los teléfonos móviles.
Y los labios que se pegan a otros labios.

Sí. Hay bancos buenos.

Ronald Harris, prosas

Tu sombra en las cortinas

En las habitaciones vacías pena tu sombra, silente de perplejidades, austera. Nada, sino su anodino ritmo en las cortinas. Nada, sino la tenue insolencia de su paso, difuminando estos anhelos ateridos, vástagos de una pérdida, olvidados. Yo no tengo más que la pupila de estas noches, atormentada. Yo no tengo más que un espacio lleno de viento, aquel maléfico sonido parecido a un alma; rito de la nada buscando abrigo. Yo no tengo más que mi duda, vacía, vacía y bella como tus tobillos; oquedad que danza en el despeñadero de un espejismo parapléjico. Un sueño se adentra en la espesura, mis dedos lo sienten pasar, lo tocan sin remedio, y lo pierden.


Carolina

En tus manos no hay destino, sólo este imperio de sombras azules, y ese largo y ebrio cascabel donde juegan tus dedos a matar mis eternos insomnios sin sosiego. Y sólo soy cuando me tocas. Sólo soy cuando tus ojos me crean, y el feroz aparato de mis horas comienza a moverse, chirriante y devastado, reloj que en mi pecho cruje, metálico, por cada segundo de este ardiente espejismo que son tus ojos en mí, sobre mí. Te huye el mar sin duda, así como todas las cosas de las que estoy hecho te buscan sin remedio por el mundo. Como los alfileres a su imán. Como las abejas a su reina. Así mis huesos se arrastran hacia ti, cada noche y cada día de mi inútil existencia.


Divagaciones para el retorno

No estaba en el apetito la encrucijada, ni en el medio de esas piernas la respuesta. Había una gruta si, donde dejar la agonía por un rato; un momento que de no ser tan finito y fugaz, sería ciertamente similar a la alegría. Y caducamos los sueños esperando nuestro cometa, uno que quizá no venga a salvarnos. Pero que importa la salvación si al otro lado estás tú y la posibilidad de la sorpresa.

..
De frente a las mareas Dios vigila su creación. El viento sopla su nombre sobre el brillante lomo de las gaviotas, y recorre las costas gritándolo en susurros que exaltan oro de la arena y del caracol, y de las barcas que muerden el tiempo que les devora bajo el agua, cuando las Eras de sal acumulada en sus barrigas húmedas, se convierten de pronto en las estrellas de aquel cielo que fuiste junto a mí. Porque conmigo siempre fue la mejor época, la tierna intensidad de las cosas que terminan; ese hermoso y cruel refugio que fue el amor.


Hay cosas que no se deben tocar, cosas que no se deben repetir ni en secreto.


Y el cristo ensangrentado que habita en mi corazón grita mientras beso el luto blanco de las noches sin ti.

«Criatura celeste», Ronald Harris

Imagen by Kevin Turcios

venías abrazada a tu planta y al desenfado

luminosa

sonreíste y eran las seis
y latías como una criatura celeste al principio de la noche

al tocarme
me convertiste en un ser al otro lado de la sombra
algo que brilla lejos de una paciente y bella oscuridad

traías el día a cuestas y aun así
tu corazón acarició mis ojos
y cualquier egoísmo fue imposible


Desnudo

Me atropellan tus multitudes sin misericordia, para hacerme caer en esta lengua exquisita, cuando quisiera no saber suplicar de esta manera: tan ángel y genuino, tan deliberadamente bello, cruel y frágil sobre mi sangre hasta la dicha. Pero soy ésto y te suplico con un pájaro en los ojos, y me aferro a tu calor en este arácnido oscuro, cuando todo en mí es la alegría de tu sueño que me calma, sabiéndote prisionera de mi lecho como una ofrenda brutal y maravillosa. Hoy la felicidad es un episodio inmóvil de la memoria, atesorado para siempre.

«1994», Isabel Reyes Elena

Imagen by Sebastian Mark

Están las fosas llenas de cadáveres,
de miradas selladas
y temblores inmóviles.
Están las fosas llenas de silencios,
de retorcidos gestos
y brazos apuntando,
un revuelo en el aire de mi Bihac herido.
Están las fosas llenas de despojos
y hay ribetes de luto en los dondiegos.
El rictus de la boca se concreta
en un susto pasmado, en un asombro
que se quedó desnudo para siempre
en la noche de Bosnia-Herzegovina.
Están las fosas llenas, rebosantes
de corazones rotos, de recuerdos
que ya no tendrán pecho en que albergarse.
Están llenas las fosas de ausentes recobrados
a golpe de odio y bala.
Sólo la tierra sabe su regreso
.


Metáfora del lugar

Las ciudades en esta parcela del mundo parecen inventadas y tienden a la sublimación de la realidad. El hombre de por aquí lo que desea es encontrarle a la metáfora sus despropósitos, porque se dan con tanta frecuencia los espejismos, que se ve lo que no está; se elevan tanto en el aire las paneras y los hórreos que cualquiera los convierte en castillos. Por esta tierra anduvo Pelayo observando la meseta, mientras hurgaba entre sus secretos, hasta convertir la batalla en victoria.

Los paisajes de estos montes están a propósito para que se resbale el personal por la raya del horizonte y se caigan de bruces al encuentro consigo mismo. La gente va feliz a través de los renglones de su lengua vernácula, y con mucha capacidad de imaginar.

El paisaje asturiano tiene tendencia a darse la vuelta sobre sí mismo y por mor de tantos rodeos y circunloquios por las montañas y prados, posee el don de sobrepasar el aquí y ahora y fantasear más de la cuenta. Los hombres y mujeres de este lado de la tierra, piensan que en el puerto de Pajares se acaba el mundo y se deslíen los colores últimos. Las cosas al fin y al cabo, carecen de consistencia en sí mismas y el ser humano se define como ser abierto al infinito, incorregible fabulador habituado a metamorfosear porque sí la evocación del cortezón de la intemperie. A cada quien le sobra por tales “andarivienes” su ración de herejía. En tales enclaves el burgués falto de mollera, el cura, la sobrina del boticario, el vendedor de pan a domicilio, el lechero…todos están escuetamente centrados en la mitad misma del paisaje desatinado y quieto.

Por acá no hay movimiento. Las figuras que aparecen, si se movieran, ocasionarían un gran desnivel en el universo, pues están convencidos de que tienen en su mano el eje de la tierra.

No se sabe qué tiene este paisaje, estos verdes, sus montañas, las calles de este lugar, el orvallo, el «volanderío» de sus casas sobrepuestas en los pueblos marineros. Los habitantes de este doblez del mapa de la tierra, sobre todo si han sido tocados por el arte, fundan cada mañana el lugar, o lo reinventan, o fingen que lo hacen. No es tan fácil, apenas sí se deja. Está, de algún modo, aguardando y se acicala como una mujer detrás de los espejos. Venid almas sensibles de ahora o nunca, venid, reclinad vuestros sentidos en este paisaje donde el laúd suena en cada paso, en cada acera, en cada mano vibrátil que anuncia un nuevo mundo.

En definitiva este lugar es el resultado de una invención, o el escalofrío de una metáfora sin posibilidad de resolver. Las golondrinas rasantes que antaño cruzaban la cordillera volverán, o han vuelto, como en la rima de Bécquer.

«Respecto del fondo…¿y cómo era?», Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen by Jonah Brown

Oscuro, el fondo me recibe y me acompaña
cayendo inútil a mi lado en el absurdo
que el tiempo dicta o nos propone sin hablarlo.
Sabemos tanto de la guerra que ofrecemos
que apenas somos un etcétera granate.

La perra, menos displicente, se acomoda
sonriente y guapa al imposible que se teje
difícil, duro pedernal despreciador
de nubes negras, de riachuelos despojados
de niños breves conquistando un oleaje.

A solas, siempre sin testigos, ocurrimos
arriba, abajo, por los bordes de lo simple.
Igual que un mar que se ignoraba y que aparece
de rojo o negro, palpitando sus crueldades
sin nombres propios, escondiéndose sus víctimas.


«Yo amé mucho a un niño,
y vivimos encerrados cien años en un cuchillo».


Un africano, en el corazón del continente, discutiendo poderes con el sol se entrega al trance a través de un tambor. Desprovisto de hambre, de sed, de una piel que le permita, acaso, acceder a dolores profanos, alcanza el ritmo.

Golpea, profundo. Cada golpe es un gesto en una red de infinitas aristas ondulantes que reciben y transmiten, del impacto, su consecuencia vibratoria; la tensión sostenida por dos manos que se hacen una misma secuencia con el tambor.

El sol recorre la breve y bruna geografía del africano, sin prisa, casi como si lo mirase detenidamente desde varios ángulos. Primero su cintura; de apoco, después, la forma de punta de lanza clavada en la tierra que es la anchura de su espalda, brillosa, imponente, solitaria; su cabeza llena de rizos diminutos, negros, y, luego de algunas horas, el pozo profundo de sus ojos, donde parece habitar el rastro de algo anterior a todas las fieras.

El africano golpea tranquilo un rato más, inmutable al sudor, a las moscas, a la derrota del sol, que de nuevo volverá mañana a examinarle el ritmo.

Del otro lado, donde terminan las redes que el tambor palpita, un niño de plata, de piel blanca, ojos negros y pelo criollo, azabache, murmura preces en el muelle de una bahía en donde las barcazas sueñan, ciegas, atrevidas, con navegar en mar abierto.

«Caracol», prosa poética, Ronald Harris

Imagen by Lucas Went

Este caracol ebrio que besó tu mano, y que la maldijo de amaneceres epilépticos nos dice al oído cada día: escribeescribeescribe escribeescribe escribe, hasta vaciarnos por completo.

Conviértete en las palabras que nos mantendrán a salvo, aferrados al símbolo que simplifica todo y que nos libera. Porque desaparecer por completo resultó casi un regalo, un obsequio a punto de estallarnos en la cara.

Y aunque ya no estés aquí y te pasees por los jardines de la mano del mismo caracol, y te sumerjas en la herrumbre, y te hayas desecho en otras cosas, húmedo en el asco y sonriente, y no estés aquí y no seas más y no nos acompañes, y te difumines junto a otra sombra menos asesina, será igual este túnel en la cabeza hasta tus dedos, con los que tocarás por nosotros la poesía.

«Cristales oscuros», Ana Bella López Biedma

Imagen by Lisa Runnels



Criaturas extrañas, las casas sin cristales iluminaban sus ojos con la tristeza de las farolas.

Él era la boca de tragarse noches y las manos del hambre. Y yo carne de pérdida.

Fue más la forma de violar el pensamiento, cuando la lengua taladró un agujero pulcro en mitad del cerebro y puso allí su nido de serpientes.

Eres mala.

Cierro los ojos. Veo el mar y una playa desierta. Canturreo sin mover los labios. No estoy aquí.

Tú eres la culpable.

Él me robó el apellido de todos los hombres. Después odié a mi padre. Lo odié tanto que casi lo perdí.

Cantar me devuelve la parte de mí que no sobrevive.

***

La sonrisa es un ave migratoria.

Con los dedos palpo su vacío en mi rostro. Toco la piel del llanto. Toco la nada.

No existe la primavera. Es una excusa del destino para volver más crudo el invierno. Yo no sentía el frío cuando era cadáver.

Migró también la luz de las pupilas, el tiempo de soñar y el cielo virgen. Ya no me encelo más con la alegría. Es demasiado agudo su filo para mis venas. Y al final lo pongo todo perdido.

***

A veces me siento enferma de ruido, ese ruido que alguna vez será silencio y ahora es un murmullo gris, espeso, desquiciante.

Soñarse en otra boca es ahogarse en un mar escuálido y turbio. Derramarse por la boca en una marea que se mueve siempre de dentro hacia fuera, que anega la otra boca y hace desaparecer el mundo. Lo otro es besarse sólo. Y solo.

Anoche soñé que estaba condenada a muerte. Esperaba en un patio que parecía un desierto. Nadie venía a despedirme. El miedo se agarraba a mi costado como un dios terrible y la muerte no era el dolor, el dolor era la soledad infinita, ese patio infinito, ese mar infinito.

Soy un alma diminuta que guarda las distancias para no romperse.

***

Besar una lápida es tan triste… se quedan ahí los besos, afuera del silencio, descolgados y en ruinas. Y tú los miras, tan ajenos, mientras aún te humean los labios y piensas que parecen las guirnaldas de un árbol de navidad en febrero.

Algunas veces me alegro de ser tan diminuta por dentro. No me cabe el dolor y sobrevivo a base de anestesia y prisa.

Reconozco el sabor de los charcos y todos los te quiero que se me quedaron varados en la boca.

***

No hace falta conocer el día exacto. Está ahí, agazapado, buscándote la lluvia y los despojos. Como el olor de un trueno, como el hambre que viene tras el hambre, se acomoda dentro de tus entrañas y espera. Es el final que llega y con él, el silencio.

La primera ventana al mundo emerge de los labios del deseo. Letanía dulce que acalla la razón y vuelve la piel líquida. Es el sueño que vive en otro sueño, del que nunca despiertas. La voz incandescente, la premura de un beso sin esquinas, la estación de un tren desnuda como un páramo y tus pasos, y sus pasos…

Y luego viene el pensamiento en vilo, el tragaluz de los quizás, el vuelo del mañana que no llega, las manos en un cuerpo como interrogantes, querer clonar la vida y converger dos líneas paralelas. Y todo goteándote la boca porque el alma también tiene los muslos de una mujer sin luna. Y así pasan las noches…

El último balcón tiene vistas al vacío. Allí, donde los días no son sino recuerdos de agua que destilan las manos y las lenguas, es donde te emborracha el dolor y desdibuja el sol de tu silueta, volviéndola de sombra y de costumbre. Allí se cierra el círculo y el mundo se vuelve inhóspito y fugaz como las cosas que no importan.

Por qué, dirás, por qué, sabiendo ya el destino de un infierno diminuto y febril donde sólo cabe tu nombre, por qué seguir siendo parte de un presente imposible. Porque estoy viva hoy y ves, es más de lo que dije nunca antes.

***

Estaba sola antes de estar sola. Envuelta en un papel de estraza arrugado y triste.

Estaba sola con mi soledad de orilla sin agua, sin pisadas, tan de arena que ni sed tenía.

Y me inventé un reflejo de luna para las noches largas, luminoso y frío, trazándome una línea en el suelo. Yo era la equilibrista de la sonrisa pintada y la pértiga sin límites.

Me lo inventaba todo. Por eso ya no hay nada.

«Hiperbreves, breves y otras delicadezas», Silvana Pressacco

Imagen by Olcam Ertem

Poética hiperbreve

Inventé un mundo tan lejos de mí que ahora no encuentro un pájaro que me quiera regresar.




Ante la oscuridad del mundo abro las ventanas hacia mi adentro porque allí los fantasmas son conocidos verdugos a los que ya no les temo.




Por proyectar tantos vuelos he olvidado cómo agitar las alas.





Deseo un pedacito de brillo entre las sombras para que mi memoria vislumbre lo que tengo antes de que la vida reproche mi ceguera.




Hay batallas que nunca suceden porque las manos se encierran para lastimar la propia carne, para que el dolor que causa esa impotencia silencie la boca de los vía fora. Es inútil enfrentarse al enemigo si nuestro corazón es el que lleva su estandarte.




En muchas oportunidades me propuse modificar la rapidez con la que transito por la vida porque, siempre confabulada con mi responsabilidad, impidió que disfrutara de muchos paisajes que dejé atrás. No puedo victimizarme porque mientras mantenía la mirada fija en el cartel de llegada sabía que no había caminos de retorno.
Mis talones nunca encuentran una fuerza externa que resista el empuje de las obligaciones. Sigo el trayecto vencida por la inercia.




El aire que regalaba por estas fechas gestos y mates sin apuros, se convirtió en un huracán que empuja y que bate todos mis costados. Nunca sospeché que las estaciones nacían y morían dentro de uno y que mi invierno fuera inmortal.




Cuando me busco cierro los párpados. Cuando necesito sentir o pensar apago la luz del afuera. ¿Será que la verdad se pega al reverso de los ojos? ¿Qué es lo que ellos ven que enceguece el entendimiento? ¿Por qué si en el silencio oscuro de mi habitación la verdad es tan clara, por la mañana ando a tientas?




De qué vale la fortaleza de las raíces, para qué el crecimiento y el cuidado de las ramas para albergar muchos nidos.
Se están robando la tierra y las semillas y hasta la lluvia quiere abandonar el ahora y el futuro.



Mi yo monocromático


Estoy paralizada ante un campo de matas y espinas. Permanezco rígida hasta en mis pensamientos, agobiada de tanto color marrón. Marrón el camino que atraviesa la planicie como si fuera un tajo de muerte en un cuero incapacitado de sangrar. Marrón el horizonte, el cielo, el reloj. Marrón seco, marrón amarillento como el color de la muerte, de la desilusión. Todo es marrón afuera, todo es marrón en mi adentro, todo es del color de la tierra gastada, sin aromas, sin semillas; del color de la tierra que solo vive inviernos.
Aguardo
Y sigo aquí, en la esquina de los intentos, aguardando que el tiempo se detenga alguna vez ante un semáforo para que pueda cruzar la vida sin miedo a que su hambre egoísta arranque las plumas que resguardo apretadas a mi carne. Quiero recordar el sonido de mis propios pasos, reconocer entre tantas sombras mi silueta y sorprenderme de nuevo con el alumbramiento de esas palabras que me tomaban de la mano para llevarme por la vereda que conduce hacia mi adentro.



No es traición


Desde que las palabras son de mi propiedad tus ojos están llenos de preguntas. Duele tu mirada mientras escuchas la verdad. Una verdad que limará las costras viejas y permitirá reencontrarnos con lo que somos y con lo que sentimos.

Los motivos de mi decisión quedan sobre la mesa junto a tus manos entrelazadas. Unas manos grandes que no saludan al desamor que presento y reprimen el deseo de ahorcar mis razones.

Mi sinceridad sin anestesia colgó algo pesado de tus hombros. Tu aspecto de niño triste conmueve; tanto, que me confunde. Pero logro ignorarte porque me resulta difícil continuar sin restos y abandonar a la guerrera que soy detrás de un escudo de conformismo.

En la vida nada es definitivo y mis sentimientos entregaron las armas convencidos de que luchaban por una causa de mentira. Llamalo locura si querés, egoísmo, pero no traición. Traición sería el silencio y seguir compartiendo un maquillaje cada vez más inútil.

No me retengas, esta vez gana mi fuerza sobre tu dolor

«Entre lo reflexivo, lo poético», prosas breves de Morgana de Palacios

Imagen by Nika Akin

Las palabras, los gestos, los énfasis, los silencios, los hermetismos metafóricos.
La incógnita soy yo y el agujero negro de mi historia.



Entre el arrebato y la reflexión


A mí me falta el aire por momentos. Tengo un bloqueo alveolar, sin duda, porque el oxígeno se niega a mis pulmones.
A mí me falta el aire y yo le echo la culpa a los cuarenta cigarrillos diarios y a este andar con prisa de la Ceca a la Meca, solucionando entuertos propios y ajenos, con la certeza de que surgirán otros, así que ni siquiera disfruto de una victoria mínimamente duradera.
Ya sé que las cosas podrían ir peor (alguien saldrá con Murphi) pero a mí me sigue faltando el aire y me enrabio miserablemente porque, si lo pienso, es lo único gratis que te da la vida.

Todo lo demás cuesta un riñón y, repito, a mí me falta el puto aire, aunque la espirometría que me acabo de hacer diga que estoy al cien por cien de mi capacidad respiratoria, pese a tantos años fumando, y mi amiga la doc se empeñe en que en esa prueba es imposible el fallo.
Hay pulmones y pulmones, me dijo la incrédula enfermera que se jactaba de no haber cedido jamás a ningún vicio. Y la creí, vaya que la creí, tenía cara de desconocer incluso la tentación, cuanto más el placer que puede suponer caer en alguna, de vez en cuando.
Ya veo que van a empezar con el cuento de los ataques de ansiedad por algún tipo de estrés. Antes nadie sabía qué era el estrés, todo lo más se hablaba de esplín y si era asunto femenino, de histerismo, pero ahora todo es consecuencia del estrés y hasta los cosechadores de nabos padecen estrés por la rutina.

No me gustan las connotaciones porno de la palabra ansiosa, porque siempre se me viene a la cabeza la imagen de una tipa de ojos desorbitadamente lelos y boca enorme engullendo cualquier cosa con forma de banana como si le fuera la vida en ello, y estresada es de la familia del estragada que, según mi abuela, era algo como estar cagada y el agua lejos, así que me quedo con el histerismo que es más literario y guarda un cierto enigma. No es nada raro escuchar eso de ¿qué le pasara a esta tía que siempre está histérica? aunque la contestación siempre sea la misma carente de toda imaginación: nada, no le pasa nada, salvo que necesita un buen polvo.

¿Histérica?, psssssssss, como que tampoco, pero empiezo a pensar que este hijo de puta se me ha llevado el aire colgado de la boca, y va a ser eso.
Todo, con tal de no echarle la culpa a los 140 kilos, obvio.

Miputamadre.


El blog


Tendré que hacerme un blog para escupir lo que malinterpreto.
Un blog rojo pasión, lleno de insinuaciones, donde pueda decir aquello que no digo, mientras oigo comadres, distraída y cazo musarañas.

Un blog de amor y odio, de reverberaciones y silencios, de qué lista que soy-jódete y baila, de sólamente escucho mis voces interiores.
Un blog que recopile los peros y las dudas, los para qué sin un por qué que llevarse a la neura y el arsenal de cartas que nunca te escribí.

Un mandala inexpugnable que me haga un ente en exclusiva entre la marabunta de blogueros.

No me explico qué hago sin un blog, si hasta el más idiota tiene uno, porque si no, no existe.
Un luminoso blog que avale cualquier crimen que pueda cometer en defensa propia, y donde tu nombre no aparezca jamás entre los cientos de nombres que se nombran.

Ahhh un blog, un vacío conceptual esperando mi cicuta de relleno, un estruendo letrálico, un sinvivir a machamartillo, el paso definitivo a la posteridad gloriosa, porque el que calla, otorga, y no me da la gana otorgar un carajo.

Un blog, sí, un blog, ni más ni menos que un puto blog.
Y sálvese quien pueda.



De lo conmovedor


Ahora que soy mayor para opositar a hindú, me da pena la vida.

Todo lo que está vivo me conmueve, así que evito pisar bichos en el campo, aparto delicadamente a las hormigas culonas que se me suben a la tortilla, o a las empapuzadas de Coca Cola, no vaya a ser que me trague alguna sin apercibirme, y me la paso eludiendo los nuevos brotes cuando camino por el pinar cercano.

Algo extraño me está sucediendo. Las malas hierbas rebosan mis arriates de flores y tienen toda la pinta de llegar a convertirse en algo parecido a la selva orinoco-amazónica. Ayer mismo se me cruzó en el paso una cucaracha de color caramelo y desvié la vista, simplemente, pese a la enorme fobia que me inspiran y que siempre me llevó al pisotón certero sin pensármelo dos veces.

Me estoy ablandando como un soufflé y me dedico a mantener vivos a animales viejos y con taras: Un periquito índigo con una sola pata útil, que no se mantiene en pie ni entrenándose; un perro absolutamente sordo que me mira con cara de desconcierto porque el silencio mundial debe parecerle una conspiración en toda regla; una gata bulímica que disfruta provocándose el vómito a base de hierbajos y decorándome las alfombras, y algún loco que otro, consentido.

Ahora que me queda poca, me da pena la vida.
Sin duda, estoy kaputt.


Yo no era


Yo no era una carta de amor, aunque escribiera cientos. No era un cúmulo de preguntas idiotas que se lanzan al aire sin esperar respuesta con tal de figurar como escritora, ni una traducción al esperanto de poemas ajenos.
El exotismo en mí se limitaba a ser lo más cercano desde la enormidad de la distancia, la hondura frente a frente y día a día, porque no hubo uno en que estuviera ausente del latido, con el talento intacto y palpitante y la caricia pronta.

Nunca fuí insomnio, sino voluntad. Mi férrea voluntad como un viático nocturno de extrema transparencia.

Pero llegó un mal trece con su aguijón de Agosto, mientras ardía el mundo a mi costado y me mudé al sótano de sombras como otros se mudan a casas imposibles a buscarse a sí mismos, en medio de una taiga imaginaria alfombrada de libros que despierten a los asombros muertos.

Nunca me imaginé tanto temblor en la voz del silencio.
La seducción del agua intentando abrir brecha, gota a gota de poesía líquida, en una piedra larga, lisa y lánguida, tan pagada de sí como inmutable, me aguaceró los ojos de insistencia.

Bram Stoker de caza y yo en la inopia, espantando vampiros luctuosos con las manos atadas por el sueño.
Siempre se cumple Agosto y termina clavado como una estaca canicular en el corazón del pánico, incluso si equivoca el objetivo y se le escapa incólume la presa.

Porque la virtualidad es una inválida que esconde la verdad de la cojera, soy un daño colateral con el que ya contaba y el único que no puede asombrarle.

Siempre lo supe, el ático de pájaros no existe.


Una cuestión de hambre


Será porque ha pasado por demasiadas pérdidas, que no pasa por mí como algo inefable, como algo líquido y fluyente que arrastra la miseria de la memoria y alguna que otra brizna de esperanza.

Se ha vuelto consistente y necesario como un desayuno cotidiano para un estómago repleto de vacío.
Podría prescindir de él hasta el almuerzo con sólo una molestia controlable, mas a la hora de la cena ya tendría un motivo imperioso para llevármelo a la boca de la desmotivación.

Qué belleza letal la de su desnudez devolviéndole el ansia a mis papilas, desperezándose en blanco y negro sobre mi lengua.

Qué extraño estar tan cerca con tan sólo el asombro de por medio para paliar el hambre.


Escalada


Siempre estoy escalando en el vacío, con el cuerpo pegado a mi sombra erizada en el reto. Siempre interpretando gestos irremediables y díscolos para cualquier ojo, terminando las frases que se quedan a medias, como si realmente me importaran.
Podría dejarme caer desde la altura sobre cualquier poema donde recuerde a un hombre caleidoscópico, y sería una forma de venganza sutil.
¿Acaso no lo son todos los sacrificios?.

¿Qué estás planeando tan seria y tan sola? me preguntó, la muerte, contesté, y se puso a llorar la muy estúpida, como si se tratara de la suya.

Ya no recuerdo cuando fue la última vez que fruncí el ceño por puro placer, y es que depender de la herida para seguir viviendo es sólo una putada más que añadir al carro de la compra diaria.


Con-versar


De qué me sirve estar paralizada mientras la bestia del mundo se hace fuerte y me abarca.

El mordisco sólo respeta al mordisco, allí donde más duela.

Qué más quisiera yo que fueran besos y no tener jamás que revolverme, pero me revuelvo y ocupo los silencios a medida que escribo, y me sorprendo, pensándote, con los músculos tensos.

Aún estás aquí. No sé si por purgar el vuelo de tus alas por los vientos del mundo, con ese malditismo que arrasa realidades, o por prender la luz en las habitaciones donde se esconden todos los espectros de aquellos que has matado con las manos, con las letras, o con la indiferencia.

Aún estás aquí, sabiendo que es inútil intentar bloquear los engranajes del odio, con la lengua viva de penumbra, y casi tumefacta de tanto descreer.

La umbría en ti se expande, igual que en un retrato en blanco y negro, de sombras estratégicas, que nunca dejan ver el fondo de los ojos, su espesura.

El universo es un gran vacío negro, hecho de soledades. Las nuestras siempre acaban por hacerse compañía, entre arcada y arcada, sin airbag que nos proteja del asco.

No sé, pero me da, que hasta el vómito nos une cuando ataca.

————–

No sé si he sabido vivir. Probablemente no, pero seguro que sabré morir.
Seguro.
Tiempo al tiempo.

«Pagoda, otras prosas breves», Ana Bella López Biedma

Yo sé que no soy pájaro ni vuelo. Apenas polvo suspendido en el aire. O alguna cosa frágil, delicada, un respirar de loza, la sombra en un cristal.

A veces me pregunto que se siente afuera de esta yo que se arrebata siempre cielo adentro. Polvo a contraluz extrañamente quieto. Polvo sin viento. En espera.

Como un lugar donde nunca entra nadie. Como un espacio solo. Solo.


Escribo puentes de cristal, diminutos, invisibles al tedio o a la prisa. Filamentos de luz que con la luz se quiebran. Tejidos con las manos aun niñas, libres de culpa o de razones. Apenas una respiración cercana basta para que se diluyan en el aire y desaparezcan.

Pero yo escribo puentes de espuma sobre la piel del mar, salpicados de sal, como ese primer beso que no llega y se queda en el borde de los labios, vestido de promesa. Puentes que solo esperan pero que nunca esperan. Ajenos a la lluvia en mi ventana, o al monótono gruñir de la lavadora. Ajenos a la vida.

Escribo puentes hechos de palomas mensajeras. Puentes que no dicen nada, y no quieren nada. Miles de puentes que parten de un lugar que es solo mío. Puentes perfectos que a veces, casi sin darme cuenta, alzan el vuelo.

«Espacio abisal», Ronald Harris

Imagen by Matikay

Dios bendijo tus caderas de princesa porno, de cenicienta de prostíbulo. Dios te montó con su espada de tinieblas y te dio el nombre que hoy nos multiplica en los burdeles de tu alma. Y al tocarte entendí la primera proporción del vacío: tu garganta alojando a un ser extraño. Al tocarte me di cuenta que solo somos sombras acudiendo al llamado de la carne, fantasmas que retornan a la realidad cuando los convoca la lujuria, espectros alojados en ese espacio abisal oculto tras el pubis.

Aun así ven y enciende la lámpara genital que arderá por nosotros toda esta cruel y larga noche.

Ven y deja como prenda el estigma de tus senos que brillan como astros desdichados.

Ven y grita lo que nos queda por decir, con las manos, con la lengua, con las uñas, con los dientes, con las venas engrosadas de placer y soledad; las acariciaré suavemente hasta que te duermas sobre mí, hasta que te abandones en mi pecho mientras mi corazón te abraza los oídos, mientras el calor de mi cuerpo de hombre te proclama diosa y ofrenda y mis ojos apenas abiertos, vean como desapareces hecha milagro, justo antes del amanecer.