CONTRATAPA

El «nuevo» mundo

Tengo más de cuarenta años de carrera, una cantidad de novelas publicadas de la que me asombro hasta yo, premios «de los importantes», cuando las editoriales, allá lejos y hace tiempo, apostaban en sus concursos por el talento literario y no por el «número puesto». He conversado con escritores toda mi vida. He debatido en innumerables mesas redondas y jurado en una buena cantidad de concursos, hasta que ser siempre el disidente con la elección de la editorial me hizo entender que «juras eran las de antes». Mario Benedetti me quería a pesar de que yo era un joven díscolo que no quería escribir poesía incluso por no darle el gusto. Tengo bien cimentados mis puntos de vista y he llegado a mis propias conclusiones sin tener que estar recurriendo cada cuatro palabras a la cita de «lo dijo tal o lo dijo cual».

¿Por qué hago todo este preámbulo?

Porque estoy azorado, estupefacto y me pregunto cuál será el destino de la literatura. También me planteo si hasta este momento viví en un frasco literario en el que parece que hemos optado por recluirnos unos cuantos.

Nunca me había sucedido que alguien pida consejo sobre cuántas palabras un escritor debe escribir al día para ser escritor y me explique que se fijó una meta de x cantidad de palabras, sin tener en cuenta que el meollo de la cuestión no es la cantidad sino la calidad de lo que se escribe. Escribir estupideces que luego borrarás, es una pérdida de tiempo.

O que algunos ¿escritores? vayan por allí regalando sus libros a cambio de que gente que lee (independientemente de la calidad de esa lectura) les haga una reseña para las redes sociales y así poder vender su obra (también independientemente de la calidad de la misma). La ecuación es: más reseñas, más ventas. Quiero pensar que las reseñas son honestas (independientemente, repito, de la calidad de las mismas) y no que dependen del «hoy por ti y mañana por mí», como sucede en toda red social que precie de serlo.

O que alguien que dice ser escritor reniegue o pregunte acerca de si la corrección de estilo es importante.

O preguntar a todo el mundo ¿qué título le pongo a mi novela?, luego de exponer una sinopsis que podría ser de esa o de miles de novelas idénticas a esa: la buena chica se enamora del chico malo, que termina teniendo sentimientos nobles además de buenos bíceps y son felices al final sin que falten las perdices.

¿Si tu vida fuera un libro, cómo se llamaría?

Me preguntaron una vez algo así en una entrevista y me levanté y me fui. Mi editor me corrió por los pasillos y no es que uno sea recalcitrante ni pedante, pero espera un poco más de enjundia en el que te hace la entrevista.

Luego ¿escritor de mapa o escritor de brújula? Tuve que averiguar qué cosa era eso y resulta que el de mapa es el que hace un diagrama o un organigrama de cómo son las secuencias de lo que va a escribir y hasta tiene en la grilla de qué color es el pelo de su personaje. El de brújula, no sé, supongo que es el que se fija un norte y encara hacia allá como un aventurero (o sea, es más de mi estilo, si acaso ese fuera el de brújula).

La navegación me acercó a esta red en particular (de twitter huí despavorido, harto de discusiones malhabidas –confesaré que tengo responsabilidad en esas discusiones, porque me apasionan los debates), y siento que es haber llegado a una isla insólita cuyo dios es «el algoritmo» al que todos imploran fervorosamente, con cientos de habitantes de los cuales hablan mi idioma apenas tres o cuatro mientras todos los otros se per-siguen entre ellos tratando de ser per-seguidos, mientras oran: «Querido algoritmo…»

Ni qué decir del desesperado clamor por recetas mágicas contra el «bloqueo del escritor» o la compulsión a «producir contenido para no perder presencia en la red» y acto seguido, pasar a quejarse de los pocos seguidores a los que les interesa ese contenido o de las cuentas que tienen carradas de seguidores y no siguen ni a su propia sombra.

Todo muy pueril, hasta ingenuo, diría. Incluso los haters son ingenuos, tontolines. Y los nóveles… ¡ay los nóveles!, si no estuvieran tan pagados de sí mismos o tan, tan en pañales que ni siquiera entienden que lo están, cuánto se beneficiarían de un tipo como yo, que no pretende otra cosa que transmitir lo poco o lo mucho que sabe para que le sirva a alguien más y la vida no entierre conmigo el conocimiento.

En fin, me vuelvo a mi frasco. Debo ser uno de esos «consagrados pedantes que nos miran por encima del hombro», tal como describió alguien de ese mundo a otro que le dijo que estaba demasiado manida su saga de vampiros románticos y sufridores.

Querido algoritmo, pese a estar visitando tu templo, yo solamente te pido que me dejes como estoy.

גברי אכנזי

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