Un microcuento es un arma de múltiples filos, sobre todo para el autor, si acaso pretende lograr un efecto específico en quien lo lee. Dice Alejandro: «Los cuentos cortos, mínimos, son semillas de voluminosas novelas», señalando que todo microrelato es un resumen de una obra mucho más extensa, quizás, como esa parte del iceberg que puede ser vista por el ojo normal, y de la que un ojo entrenado es capaz de deducir su verdadera dimensión. En su brevedad, el microcuento debe lograr fijar un escenario, manifestar la trama y precisar los símbolos con los que habrá de transmitir su mensaje.
«El tesoro de la sombra» se compone de 199 relatos breves –que con el del prólogo suman 200–, de los cuales la mayoría pueden considerarse microrelatos, o microcuentos. A través de estas historias el autor busca dejar una enseñanza que queda en el espíritu de cada lector alcanzar, a su propio modo individual, porque, a diferencia de las fábulas, aquí no se cierra ningún relato con una «moraleja» universal, sino que la simbología expuesta queda en poder de quien accede a la misma para que sobre la base de su propio entendimiento aplique el significado que sus circunstancias le sugiere.
Dice uno de los textos: «”Y apareció Jehová a Abram…”» Abram vio a Dios. Es decir no vio nada más de lo que veía de ordinario. Sólo que se dio cuenta de que eso que veía –paisaje, animales y gente– era en realidad Dios». La realidad externa no cambia, sino la manera de ver del sujeto, de Abram. Ahora, luego de esta visión, ¿el sujeto habrá de realizar cambios en esa realidad externa? ¿Es un milagro estar vivo y saberlo? ¿Cuánto tiempo precisó Abram para alcanzar a ver a Dios? Son innumerables las posibles extrapolaciones, todas a la medida del descifrador.
Dice otro: «El árbol decidió viajar. Cuando logró desprenderse de la tierra, se dio cuenta de que sus ramas eran raíces celestes». Aquí, ¿es el cambio individual lo que permite una nueva percepción del entorno? ¿Al cambio individual, le sucede un cambio correspondiente en el entorno? Dice otro: «De pronto, mientras pataleaba, se dio cuenta de que su ataúd era un huevo». ¿Lo que nos protege, en realidad nos aprisiona? ¿Lo que nos limita, en realidad es lo que nos impulsa a la libertad? Como se ve, de un disparo se puede leer su sonido y el silencio a su alrededor.
La sabiduría de Alejandro Jodorowsky se vuelca en estos relatos de una manera sencilla, como también ilimitada. Cada una de estas joyas, breves en su extensión, refieren un largo caminar para conseguirlas, y es parte del disfrutarlas entrever, quizás apenas, quizás claramente, todos los procesos vivenciales como intelectuales que fueron necesarios para tenerlas a la vista. Todo escritor disfruta de escribir, y es por eso que lograr lo conciso sin renunciar al arte resulta difícil, aunque luego el resultado esté asegurado, un lector satisfecho. «El tesoro de la sombra» es uno de esos libros en los que sólo se puede ganar.