No Arianna
Hay algo en tu voz de fragua,
de tallador de infinitos,
de burilador de lunas
que van hilando en sus filos,
las singladuras de luz
en el pozo de lo efímero.
¿Acaso tu corazón
acaudillador de trinos
agitará la alfaguara
oscura, donde no hay brillos,
que yace dentro de mí
y que ahoga a los navíos
en derroteros sin mar
por un secarral de espíritus?
Me dimensiona tu voz.
Y tus versos aguerridos
disparan balas de audacia
sobre mi mundo más íntimo,
reacio para sembrado,
inhóspito por antiguo
y sediento por sediento,
mientras, profundo, su acuífero,
troca en diamantes de trueno
al tam tam de tus latidos.
Caminador de este páramo,
tu verso en sus intersticios
se cuela como si un dios
le fuera dando sonidos
a las grutas de mi karma
para que hablen a tu oído
y te guíen, lentamente,
a través del laberinto.
Yo jamás he sido Arianna
ni hay Teseos en mi abismo.
La minotaura se oculta
en su propio maleficio.
Ya no apuesto a los incendios
Hace tiempo, jubilosa,
iba inventando fogatas
con mis páginas insólitas
donde contaba romances
como aquel, el de Verona,
pero en mis cuentos de amor
nunca hubo muertos ni alondras.
Tan solo yo me morí.
Desgajada rama rota
en el árbol del milagro
de haber nacido escritora,
entre historias de novela
fue una novela mi historia.
Y me morí, simplemente,
arrancándome las hojas.
Mis alas se desplumaron,
mi imaginación fue otra
y me estrellé contra el suelo
en una pirueta tonta
escapando a mi destino
desde la sima más honda.
Si no pájaro, arañita,
lagartija trepadora,
vaporcito que se eleva
levitando entre las sombras,
voz de voz recuperada
que no aprende a dar la nota
pero que vuelve eco el canto
como la sierra pedrosa
manda a las voces del viento
a salamanquear victorias
así yo, toda de barro,
toda yo de piedra indómita,
me levanto cada día,
desde esa novela sórdida
y escribo de puño y letra
una página de aroma
envuelta en la paz extraña
de que me dota estar sola.
Por eso no escribo incendios.
Que hablen de incendios las novias
y de besos y de amor.
Ya no creo en esas cosas.