Trilogía de la diáspora
Soy ese pez que dibuja
a tinta y con arabescos
mujeres de cuello largo
corazones y cerebros,
máscaras para derrotas
de un rufián llamado tiempo,
extrañas flores de ámbar
y rostros de terciopelo,
sangrantes venas y soles
deshinchados y violentos;
caracolas habitables
del color del limonero,
alas truncadas, y libres,
y metáforas del miedo,
azules cielos prohibidos
y puertas hacia el infierno,
algunos amantes rojos
y otros de inocuos besos,
telarañas para ilusos,
laberintos y burlescos
niños que orinan con saña
sobre el poder usurero.
Soy ese pez que en sus genes,
en su taíno esqueleto,
tiene algo de mambí,
de campesino insurrecto;
que fue un duende con carencias
y ansias de aventurero,
al que le faltaba el pan
y le crecían los sueños.
Soy ese pez argonauta
que navega lisonjero
entre vitrales de Amelia
como sacados de un cuento
y entre las mestizas Floras
de René Portocarrero.
Soy ese pez anodino
que describe a fuego lento
su catarsis octosílaba
como otrora algún aedo;
que es carne de poesía
que heredó de sus ancestros;
que se refracta en Lezama
y en sus cóncavos espejos,
en sus múltiples imágenes ,
y en virgilianos conceptos,
en el Niágara de Heredia,
y en los más «sencillos versos»
de aquel de frente serena
siempre vestido de negro.
Soy ese pez del Caribe
que disecciona momentos
como un biólogo curioso
desentrañando el misterio
de la ausencia que me araña
por ser doble de Odiseo.
Y por ser pez de vigilia
cada noche yo regreso
al cocodrilo varado,
en un insomne velero,
a recordar ese niño
guajiro que llevo dentro,
el que pintaba en el aire
estando atado en el suelo,
al que el duro desarraigo,
cuando me lance el anzuelo,
no pueda pescar su alma
porque sigo siendo isleño.
Soy ese pez en simbiosis
de raíz y sentimiento,
al que el mar le grita en olas
y le sirve de escudero
para que salga triunfante
ante el molino de viento,
y pueda sembrar ocujes
y palmares en el pueblo
que entre nieves y amapolas
habrá de guardar mi cuerpo,
y ese día habrá llegado
la finitud de mi éxodo.