por Gavrí Akhenazi
Ausencia de sinonimia
Ya que existe una marcada confusión en el uso de la denominación «escritor», cabe decir que «redactar» y «escribir» no solamente son verbos diferentes sino que, además, no son sinónimos.
Por lo tanto, no deben confundirse ya que el aprendizaje de la redacción es relativamente sencillo para todos y se consigue durante la alfabetización primaria. Sus herramientas son la gramática y la ortografía.
El aprendizaje de las normas de ambas dará a cualquiera una redacción decorosa.
Escribir es mucho más difícil y sin temor a pecar de elitista, ese verbo, tan diferente a redactar, solo es posible para una minoría que a las herramientas naturales del «redactar decorosamente», agrega necesariamente la creación y este segundo componente requiere de originalidad, elocuencia y, por qué no, de un grado aceptable de singularidad.
La redacción basa su constructo en prosa expositiva, sin ningún plus agregado que aporte aspectos connotativos a la lectura. La redacción es la base del periodismo: «opiniones libres, hechos sagrados». Igualmente, la redacción engloba la didáctica de cualquier disciplina, ya sea científica o gastronómica. El rango para emplearla es un campo muy vasto.
Para redactar, además de las herramientas mencionadas, se requiere racionalidad, coherencia, especificidad en lo expuesto, concreción y claridad.
Por eso, la redacción es un campo de la inteligencia racional y la escritura es un campo de la inteligencia emocional.
Las obras de arte o las que se consideran por tales, siempre van más allá de los aspectos lógicos y provocan en los receptores un grado de emoción inexplicable.
Ese aspecto movilizador que pone en juego una sinergia propia, particular y difícil de definir, es el «acto creativo» que trasciende la mera ejecución que otorgan las herramientas de cualquier disciplina, para fabricar un ámbito en que juegan factores externos a la intelectualización racional de lo percibido.
La sensibilidad, expresada a través del acto creativo, es establecida desde una frecuencia indefinible, porque es un enfrentamiento de sensibilidades diversas que, emocionalmente, consiguen una convergencia irracional, si se me permite el término.
Esto, es común a todas las artes, en mayor o menor medida.
La escritura, que pertenece más al plano cognoscitivo que al del impacto visual, sonoro o estético propiamente dicho, requiere, por este mismo motivo, un mayor grado de entrega emocional al momento de transformar el «constructo redactado» en un elemento que despierte la simbólica emocional en el receptor.
El verbo escribir, más allá de lo definido en los diccionarios, refiere, en la intimidad del escritor, a todo ese otro mundo que transforma la óptica propia en una construcción de estilo propio.
Lo connotativo de una visión del mundo va más allá del encasillamiento que normalmente se hace de ello en el marco de lo poético.
El escritor que pone en juego sus procesos interiores de creatividad, ofrece en su reunión de símbolos y en su forma de trabajar la obra, una apreciación diferente de lo conocido, un enfoque secundario de una misma realidad primaria. Como el artista plástico, el escritor dibuja a su modo y con sus elementos naturales, la percepción propia de lo que observa y esa percepción incluye un bagaje interno que, quizás, el mismo escritor descubre a medida que lo plasma.
Este peculiar fenómeno que se da frente a la obra como una metáfora del ser interior, podría definirse como el momento en que un escritor descubre que lo es, porque deja de redactar y comienza a crear.