Jordana Amorós – España
Cordón umbilical
Ha sido todo siempre
un irse acomodando.
Apurar los minúsculos
resquicios de la vida
por los que se colaban a tus espacios íntimos
esos rayos de Sol
capaces de animarla
y aprovechar las largas tardes de lluvia y tedio
para tejer saudades.
Ahora lo que toca
es adaptarse a la necesidad
de gestionar lo escaso,
a aceptarte viviendo con los ojos escépticos
y la piel agostada
mientras dentro de ti,
a tu pesar,
cultivas la narcótica semilla
del desapego.
Es fácil,
se trata solamente
de entrecerrar los párpados
y borrar los paisajes,
ideas, sensaciones y recuerdos
que anidan en su envés
como quien funde en negro el fotograma
final de una película…
Solo queda esa hilacha,
tenaz,
que constituye
una especie de insólita atadura,
como un cordón umbilical inverso.
Con qué fuerza me une
a la luz…
Cómo cuesta
cortar esta invisible, sedosa y acerada
hebra fundamental de los afectos.
Sombras chinescas
Grotescos
esperpentos de pájaros.
Pluma en pena que escapa rumbo a un sueño de luz.
En la penumbra
agoniza la tórtola cautiva.
Entre las manos
su cuerpo es un dolor torpe y reseco
que en las atormentadas puntas de los dedos
todavía aletea.
Es finito el espacio
de la pared.
Y en el silencio se oye
el crepitar del alma al consumirse.
Isabel Reyes – España
He de marcharme
Rodeada de cosas olvidadas
con tanto agobio encima de mis hombros
recojo libros, fotos, cuadros sin paisaje,
mucho papel en blanco y mis pupilas
sin saber dónde ir, ni cómo el alma
se acostumbró a la luz de atardecer.
Toda mi casa es hoy incertidumbre,
no encuentro lo esencial,
en las carpetas
se perdieron retratos, versos míos
y aquellas primaveras. Quién me aguarda,
me llama desde lejos, nada sirve
de mis maletas, folios, a esta hora
penúltima en que veo
como si ya estuviera sin disfraces
y fuese otra persona la que ocupa
mi corazón, mis huesos, sólo míos
los ojos esta tarde, rodeada
de espejos del crepúsculo y cajas de cerillas
e inútiles postales sin remite
de caminos que nunca hube andado.
Ha llegado la hora de partir.
Ruedan los cláxones
en mi tranquilidad, en este miedo
a ir cerrando ventanas.
Me voy, he de marcharme
de nuevo a ningún sitio, el mar no espera
se mete en los dinteles, abre puertas
empuja, inunda el alma
y lanza mi existencia hacia las rocas.
¿Salvaréis mi equipaje de sus olas?
Indignación
Mientras el sol dispara sus espadas
avanzo como un preso
que huyera en los pantanos del presente:
los perros del cansancio
acechan por el bosque de la gran decepción.
He de seguir, mi sitio está más lejos.
Romperé mis cadenas con un tallo de hierba
y volveré al origen, desnuda y en silencio
alegre y desnortada, sin deudas, sin deberes
oscura y encendida con mi verbo.
Si queréis encontrarme, no me escondo.
Aunque me fugue
estoy aquí, sentada y sola y triste
como una gota dentro de la lluvia
soportando la fiebre primitiva
que me mantiene inmóvil
y digna
y vigilante.
Encerrada en mí misma
y tanta indignación por compañía.
Sergio Oncina – España
Ausencia de vida
No sé por qué ni dónde quiero irme.
Este lugar me aleja de los sueños
y me envuelve en tibieza; arropa y duerme,
apaga los instintos, entierra voluntades
y agota la impaciencia
que incita a pelear contra el fracaso.
Vivo en barro que arrastra,
arenas movedizas
con la velocidad de la quietud
y la satisfacción de mi apatía aceptadora.
Y truena y no me importa la tormenta
aunque ilumine los charcos
y embadurne mi rostro con resina mojada
del árbol deshojado donde quise ampararme.
Es, por fin, lo distinto que acaba por hundirme
en la basura de la que salir,
estímulo asesino que concede
una oportunidad para resucitar
y sentir la alegría
de un nuevo nacimiento en un edén.
No creo en paraísos
ni en volver de la muerte.
Pero tampoco creo
en la ausencia de vida.
En la noche de los vivos
Se dilata la noche de los vivos.
Me entretengo mirando
los árboles sin hojas,
las farolas que lucen mortecinas
y las aceras libres de nosotros.
Ahí, en la esquina próxima
estuvimos los dos,
entre la misma niebla,
bajo el mismo silencio,
en esta misma hora
y, como hoy, nada interrumpía
a la ciudad que duerme
sin saber que te amo,
como si no importase
y mañana la vida continuase impertérrita.
A nadie preocupa
que no vuelvas conmigo;
el furgón de reparto trae pan y pasteles,
los barrenderos sueñan con dormir.
La radio sonará, a las seis y un minuto.
Acabará mi insomnio.
Compraré medialunas para desayunar
con un tazón de leche,
mantequilla, galletas
y olvido.
Ángeles Hernández Cruz – España
Y pude
Enredada entre los hilos del miedo,
me pesaba el recuerdo de aquel día
en que el aire se hizo piedra
para aplastarme el pecho;
me pesaban los “no puedo” y los “quizás”,
losas en el paisaje de mi terco discurso.
Pero usé tu sonrisa de bastón
cuando te ofreciste a llevar mi carga
para un trayecto de ida y vuelta
entre la imprudencia y la victoria.
Con una palmera como único testigo,
conseguimos surcar
la mar escarpada de los barrancos,
y los jadeos de mi corazón
iban desamarrando, uno a uno,
los pesados nudos del acobardamiento.