Viejas luces – Eva Lucía Armas
Van los ríos profundos de mi tiempo,
alzando insospechados calendarios
donde cuento los días de esperanza
mientras tacho los días de quebranto.
Arranco de los meses los silencios
cuando no hay ya manera de escucharlos
y en la tela esmeril de cada hora
engarzo los tejidos de mi espacio.
De vez en vez, aquella voz que canta
repasa las historias de dos náufragos
que fabricaron barcos de crepúsculo
para apagar la sed en solitario.
Ahora, aquí, en esta tierra firme,
desenrollamos los papiros mágicos,
hablamos con un ritmo de tambores
convocando al olvido a recordarnos.
Seguro que en el cofre de la vida,
el cuento aquel, aún está esperando.
Cancelación de lo desierto
Gavrí Akhenazi
Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra
y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada
por imaginar cosas que podría decirte
a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.
Pero soy un silencio que se remuerde solo
con vocación inhóspita. Una bestia esteparia
que busca entre las cuevas secretas de tu especie
la especie que ha perdido su espíritu de llama.
Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre,
tu acerico de ausencia se me clava en las plantas
y soy el caminante que ha extraviado un desierto
y rebusca en su sed el agua de la lágrima.
Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios
asesino entre verbos mis mundos de metralla
y, como ves, inclino mi arrogancia señera
a la rienda de seda de tus manos extrañas.
No me acaricies, hembra, que la melancolía
de no haberte tenido, me llena de nostalgia.
Jack Skeleton – John Madison
En voto de silencio me declaro
aunque la «verbi gratia» me desborde
que puede mi discurso no ser claro
si mi voz de poeta es monocorde.
Y ya puede mi Sally tras la reja
pedir que rompa en dos mi mandamiento
que no daré cordel a la madeja
de versos sin tener conocimiento
Hay silencios que dictan en su arrastre
una suerte de efecto mariposa
no temas, Sally Persson, si el desastre
alcanza a mi liturgia clamorosa.
Te vuelves por momentos adictiva
a amores que alimenten tu brasero,
yo soy tu Frankenstein y tú la diva
que doma la pasión del romancero.
Y mientras la metáfora resiste
a regalarme su divino encanto
carcelera es la sombra que te asiste
hasta que el verbo anuncie el contracanto.