Tormenta
Esta mañana bronca y desabrida
tras la sarta de truenos de ayer noche
vuelve conmigo sin ningún reproche
cauterizada ya la vieja herida.
Volví a las teclas con la amanecida
tras las horas de insomnio y el derroche
que siempre va conmigo y el fantoche
de la muerte anunciada del suicida.
Vengo embargado por la eterna ausencia
de los que ya no están ni son presencia
acostumbrada, vida hoy sepultura.
Vuelvo hecho trizas, polvo, desencanto,
sin expresiones como «flor de acanto»,
que tanto prodigó Literatura.
Vengo en el sura
de no rendirme más a la evidencia
de esa voraz y atroz clarividencia.
Dónde estarás ahora, amiga mía,
dónde tu pronto raudo y tu palabra,
y aquel bronco y veloz que descalabra
al más pintado, Mor, tu diafanía.
No sé cómo me atrevo en mi osadía,
la tozudez innata de la cabra
que no se aviene a nada y hoy me labra
estos palabros en mi mediodía.
Sé que desbarro lenguaraz al cabo
entre estos sentimientos donde cavo
mi tumba al fin y al cabo en mi herejía.
Me agarro a un clavo ardiendo sin remedio,
no derrapar tratando en este predio
que tantas indulgencias me cedía.
Yo ahora moriría
igual que un Quevedón en su quimera
e igual que en su poema nos decía:
«Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día».
Si a toda elocución, solucionando
me voy poquito a poco en la baldía
vendré como un raposo por la umbría
rumiando el tedio por seguir vagando.
No cataréis mi voz si estoy llorando
o arrañando asadura, alevosía
tramando hastiado tras la celosía
de este crudo penar que voy rumiando.
Vengo arrasado y ruco tanta pena
y es tanta decepción la que me inspira
que un bledo es harto el tedio en esta escena
donde amalgamo el caldo de la ira
y el cáncer negro que me meto en vena
para poder cantar a esta mentira.