Y tú no estás
Van los días trenzando mi memoria
en su angosto y lentísimo descenso.
Se posan en el aire como indecisa pluma,
arraigan en la nada y su raíz estéril
estrangula el discurso de las horas.
En mi cuello el pasado echa su hálito
áspero como un trago de aguardiente.
Las furtivas figuras que poblaban
este tiempo aplazado, se desvelan
y renuevan los frágiles cimientos
sobre los que mi vida alzó sus muros
con la vana intención de hacerse fuerte.
Saber que ya no estás es el abismo
y aunque soñar no acorta la distancia
-es único reducto, el único artilugio-
siempre recurro al sueño como a un mapa.
Porque no sé qué hacer para encontrarte
y la noche se adensa y tú no estás.
No queda tiempo ya
No queda tiempo ya.
Se escurre de puntillas despoblándome,
halo de luz que deja
huellas tenues de seda parecida
a la estela nocturna de un caracol que escapa.
Se alejan los recuerdos.
Un frenesí de sombras como un río
agitando su propia inexistencia
que adelgaza la vida lo mismo que un silbido.
Ningún camino acoge
el arrastrar del paso que soporto.
Retrocede el aliento hasta su génesis
para intentar decir palabras sanas,
pero un silencio viejo
agotado de andar entre los dientes
anega los sembrados de mi voz.
Tropiezo al escapar con mis deseos,
a tientas los descubro
y son viscosas formas
que al intentar asirlas
como peces escapan.
Nada sé del destino, y el pasado
me ofrece sólo sombras deslizándose,
apresurada brisa que se convierte en tiempo,
en tierra, en polvo, en humo, en nada.
Ave de paso
Nunca sé cuando llega ni cuando va a emigrar,
es un ave de paso que lo mismo detiene
el curso del otoño, que rasga primaveras.
Puede encontrarme oyendo esa rapsodia in blue
que ciñe a los crepúsculos el malva de sus notas
o dejando en mis versos todo cuanto traspasa.
Hay veces que es el alba quien me lleva hasta ti
haciendo de infinito, para que sienta el peso
de las alas caídas, refugio de lo oscuro.
Yo no sé si te alejas, soledad, cuando cruzas
este abismo ignorado o vienes a dejarme.