PROSA POÉTICA DE WILLIAM VANDERS

Ajeno

Estas paredes sin culpa están llenas de mis culpas. El concreto es áspero como la inocencia de la mano cuando siembra. Intento repintar mi lamento para atenuar el grosor de la grieta. Realmente me esfuerzo, pero cuando la mente se rompe el cuerpo se deshabita, se desarticula, porque el alma vive donde la raíz alguna vez hizo nicho.

Se puede arrancar el árbol y cambiarle de aire, incluso, taparle los ojos para que no memorice el traslado a campo ajeno, se puede, incluso, mimarle, decirle: aquí te replantaré, te cuidaré, te abonaré, te abrazaré para abrigar tu desconsuelo… pero no puedes devolverle aquel salitre, aquel sol, aquel carpintero que lo perforó para acunar a la familia.

Hay resiliencia de hueso, de sangre, de carne, de pensamiento… el alma siempre estará en donde tocaron el rostro de tu ternura.


Perseguido

Inventaste pájaros de agua volando por el fuego; peces, en el corazón de la piedra; árboles, con sequías en el llanto de sus hojas; muecas, borrando el hambre del abatido.

Inventaste el jolgorio del silencio, el caparazón de la pausa, el entresijo de la sospecha, el cansancio sin sueño.

Compusiste sonatas para la ventisca y operetas en la sordera del trueno. Proyectaste sombras azules para atrapar ángeles corruptos escapados del sol.

Pero al reinventar el tiempo, las horas antiguas retrocedieron hasta tu infancia para mostrar el alma muerta, aplastada por la finitud del sosiego y por la guerra.

Finalmente, tatuaste zapatos de ónix en tus pies para ocultar el rastro

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