(soneto)
Buenaventura
Estos días de raso y confitura
que pasan sin sentir, pues se deslizan
sobre el envés de un tiempo que eternizan,
son la definición de la blandura.
Sobre la levedad de su estructura
los recuerdos apenas cristalizan,
como el aliento, se volatilizan
en una suerte de buenaventura.
Mejor así ¿Quién quiere ser rehén
de la memoria, usual caleidoscopio
de imágenes que truecan su ensamblaje?
Cuando se está tan cerca del “the end”,
lo menos doloroso y lo más propio
es ir aligerando el equipaje.
Fantasmas a go-gó y calaveras,
chupasangres, arañas, hechiceras…
Llega noviembre y todo el que es capaz
prepara su disfraz.
La consigna es que sea algo impactante,
incluso de apariencia horripilante,
pero yo, como soy algo rarita,
voy de Caperucita.
Y tiene su porqué, que el Hombre Lobo
viene detrás de mí, pues el muy bobo
sabe que en el corsé guardo una fusta
y se ve que le gusta.
Sé que lo pone a cien sin disimulo
que le dé unos azotes en el culo,
Con mi cara inocente, soy la artista
del rollo masoquista.
Golpe va, golpe viene y a degüello
unos cuantos mordiscos en el cuello,
le excita ver la sangre de su ultraje
a juego con mi traje.
En busca de un suplicio enrevesado,
lo pongo ahora a bailar a mi dictado
y de tanto esforzarse en las cabriolas
se queda casi en bolas.
Qué tierno, ese lobito en calcetines
dejándose tocar los cataplines….
¿ Qué hiena, en un arranque de lirismo,
no lo adopta allí mismo.?
Sin dilación, tras unos matorrales
nos ponemos a dar saltos mortales,
en bucle y hacia atrás, mil florituras
en todas las posturas.
Proseguimos así hasta que el día
da fin y en la embriaguez de la alegría
somos un estallido de triunfales
fuegos artificiales.
Sois poetas, podéis captar lo eufórico
de todo este desbarre metafórico.
Y al que lo quiera claro, clarinete,
Halloween, Halloveete….
Halloween
(pareados quebrados)