Video de Isabel Reyes sobre un poema de Morgana de Palacios
Si te tocara a ti sentir mi ausencia
como sentí la tuya tantas veces,
recuerda que volver es la premisa,
que no olvido jamás a quien me enseña
y tú me has enseñado que los hombres existen
y se llaman «Lauchita» de pequeños.
Que tus manos de niño
ya eran barricadas amorosas
protectoras de abuelas y de hermanas
porque tomar partido está en tus genes
y es la voz de tu hombría nopoeta
la que cava dulcísimas trincheras
en nombre de mi nombre,
jugado hasta la sangre.
Que da lo mismo el tiempo que transcurra
con la carga letal del gas sarín,
si un hombre como tú
-más animal de láudano que nunca-
me presta sus pulmones
con el aire vital que no le sobra.
Te digo hoy
te estoy diciendo todo
por si mañana no llegara nunca
y algo de mí muriera en el tintero.
Te digo hoy y digo de la suerte
de haberte disfrutado en toda tu potencia.
Ocurra lo que ocurra
(si no lo escribes tú el destino no existe)
voy a vivir en medio de tu frente
y ese será mi templo al que volver
y mi mayor triunfo.
El otro a tu costado
apareciste de pronto a mi costado
como un grito espacioso de fatiga,
vos
la que levanta pájaros en el pecho del mundo
la que surte profundos himnos de agua
en la sed de mis ojos
la que anda con mis jirones de alegría entre sus dientes
como llevando pan
como llevando nidos destejidos de aire
como llevando parte de mis costillas rotas
como llevando todo mi peso
siempre
apareciste entre mis mordiscos
hecha de mis severas maldiciones
puteada en mis idiomas carniceros
odiada mansamente por este animal árido
que aceptaba el destino de tu fuerza
apareciste entre mis explosiones tenebrosas
toda de candelabros y de mantras
mientras yo me afanaba con mi tumba
cavando a toda orquesta
sosteniendo a mi muerte del cabello
porque te vio y huía
apareciste como un puntal de mi costado flaco
de mi torpeza embólica
de mi tartamudez desafectiva
de mis armas de guerra y mis sollozos
apareciste y te quedaste ahí
como una jalâ santa en mi mesa sin dios
entonces mis hambres te comieron
con todas sus mandíbulas
y todos
sus vacíos de estómago
y se volvió mi mundo un juramento
a tu carne de azúcares avaros
azúcares inhóspitos y avaros
me quedé a tu costado con las armas cansadas
y los pies monolíticos
me quedaste, mujer, a tu costado con la mano tendida
y yo ahí
volviéndome decente en medio de tu palma prodigiosa
eso es lo que soy
ese oeste sombrío
amoroso y violento
guardián del cuadrante de tu brújula
y vos
mi norte inamovible
Gavrí Akhenazi