¡Azú, azú!, Silvana Pressacco
He aprendido a asociar el azul con la ambivalencia de mis emociones; un océano vasto donde navego entre la añoranza y la paz. En su infinito, encuentro la libertad de lo que fue y la aceptación de lo que es. La tonalidad más clara trae la risa de los niños en la galería de la escuela, los juegos de corridas en el patio y el olor a sol; la más oscura, se convierte en una sombra que me acompaña con tormentas de nostalgia.
La profundidad de su color trae los abrazos que ya no recibo; a veces, me provoca una tristeza que busca analizarme mientras señala con un dedo hacia un pozo sucio y oscuro, del que siempre puede salvarme. Es como ese momento de «la hora azul» en que todo se ve de ese tono sin ser de noche ni de día, y todas las luces se apagan como promesa de un nuevo comienzo.
Me gustan las anécdotas que recuerdo cuando pienso en el azul, todo lo que viví hasta aquí rodeada de ese color que siempre elegí: el vestido que lucí en un evento importante, el título de un libro, mi primer auto, un paisaje para dos que después fue el de la familia, la lluvia mirada en soledad, unos ojos pícaros y ahora la vocecita dulce de mi nieta repitiendo su preferencia por «el azú, azú», como si solo se tratara de una coincidencia. Definitivamente ha encontrado un nuevo hogar en el corazón de mi pequeña, un lugar significativo como en el mio. Ahora lo veo como un puente que conecta de otra manera nuestras historias porque, cada vez que ella lo elige, estoy presente aunque sea desde muy lejos.
Cómo no dejar que el azul me envuelva si es la memoria de cada sentimiento, un recordatorio constante de que la belleza de la vida se encuentra en las cosas comunes junto a los colores que decidimos amar.