IN MEMORIAM

El lado de doler – Morgana de Palacios

Diluvia en Benarés

Diluvia en Benarés. El horizonte
camina por delante de mí misma,
inalcanzable niebla que se abisma
donde lloran los ojos de Caronte.
Donde habita el silencio, tras el monte
de la desolación, Benarés sueño
con monzones de lirios, con el dueño
del lupanar febril de la belleza.

Cerrada por olvido: soy Tristeza
y Dios…es tan pequeño.


Yo huelo a Benarés cuando anochezco
desolada de lluvias y monzones
y me disuelvo en llanto a borbotones
y del alma a la boca desfallezco.

Huelo a flores luctuosas, a abluciones
con el agua sagrada del quebranto
a pan en el tandoori del espanto
y a la cúrcuma roja del dolor.

Yo huelo a Benarés cuando el amor
me cierra la esperanza a cal y canto.



Cuanto más hablo más muda me siento
más recóndita digo, más me escondo
al final de mi misma, más ahondo
en el rito de serme. Pozo cruento
el silencio vigila descontento
el soez griterío de mis venas
y quiero ser silencio por las penas
de esta noche de rostros disecados.
Silencio de cuchillos afilados
que me pudran la voz con sus gangrenas.


Sentirse Benarés de Ganges moribundo,
hervidero de ideas, oscura Varanasi
poblada de despojos y luminarias, Kaasi
donde arden las piras del ego más profundo.
Morirse en Benarés, crematorio del mundo
y reencarnarse en miles de versos anunciados
por cósmicas mujeres sin culpas ni pecados
con la boca de pájaros y el espíritu en vuelo.
Pavesas bajo el cielo
de los desamparados.

Ámbitos de Tin Iggi

Mientras sueño a Tin iggi
recuerdo el frescor en la maraña albada de tu pelo mojado
y abro las claves de esta boca, hoy por hoy inútil,
suspendiendo la voz.
No la escucho.
Se retuerce atrapada en la jaula donde llueve tu nombre.

Esa lluvia pierde la oportunidad de los himnos
a los que ya no regresaremos,
porque el Sahara,
–no como aquella vez–
negará su tormenta de derbakes sobre el cobijo de la vieja jaima.

Te asustaba montar en el camello oscuro.

Y luego, sobre esa nave hecha toda de oleaje,
reías como una niña que al fin descubre que puede cantar
porque la felicidad regresaba la lágrima a tu boca de dátil.

Reías bajo mi tagelmust y ocultabas en índigo tus ojos de marea.

Yo observaba tu mar con un éxtasis roto.

Los dos hacíamos del mal destino un ancla
y jurábamos sobre cada mensaje
buscar en todas las costas las botellas que los contenían
echadas a las idas y vueltas de la patria que éramos
el uno para el otro,
extranjeros del tiempo en el tiempo de reos de la vida.

Te asustaba montar en tu camello oscuro.

Peludo animal indócil, le decías, cuando le sobornabas con dulzuras
esa tristeza lánguida de la mirada que lo ha visto todo.

Yo me negaba a cerrar los ojos porque estaba seguro
de que huirías por el puente de la luna,
con mi única estrella en la luz de tus manos.

Así es que me he quedado en el desierto
de este cuarto de hospital que arde
mientras otro simún despedaza la jaima

una vez más.

Te extraño
como si nunca hubieras existido.

Gavrí Akhenazi

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