De mañana
Una, tan sólo una, nada más,
me dijo la persona del espejo.
Y salí de mañana absorto,
lleno de mundos que cantaban
con voz de pergamino:
¡Vive, Javier, tú vive!
Tras el velo del uno estaba el cero.
¿Es mi conciencia concurrente con mi cuerpo…?
Y la voz del espejo, y la voz del camino
disentían: quizás no eres Javier.
Es difícil vivir así,
la incertidumbre impide, paraliza.
Tan solo una, sin sentido,
me dice la razón en la calleja oscura
ante la encrucijada del rumor de la sangre,
de los ojos que buscan la ternura del mundo
y aquellos otros que se cierran
cuando escudriñan mi interior.
Naces, creces,
te reproduces
y oh, Dios, acaba todo.
Nada recordarás, me augura el viento,
salvo un regusto de tus células
disperso por el mundo,
así como el león de diente rojo guarda
un secreto sabor de mariposa.
Una, tan solo una, nada más.
Caen las hojas en el parque
camino del trabajo.
Viento del norte
Tu yo más mentiroso
se levantaba de tu sombra:
quería un trozo de mi carne,
un tercio de mi alma.
Cambiaste de color.
Hubo un momento
en que no te reconocí,
abandonaste tu lenguaje,
el infantil sonido del amor.
Ya no eras permeable,
no te expandías con olor de rosas
moviéndote entre cuerpos
con un pensamiento sencillo.
Surgieron remolinos a tu espalda,
te llenaste de yos
sobre tus rizos.
Para entonces
mi pupila no se posaba como pájaro,
quieta, cantando en rama.
Me encogí en tu ribera,
me pensaste como derecho,
como posesión,
como materia.
Y un frío viento se llevó
todo el calor.
Recuerdos del Edén
Y así pasan los días, reptan,
se enroscan como hiedra a mis latidos
o boca abajo, raudos, hacia atrás,
me arrastran hacia el fondo
donde, asustado, me interpreto.
Recuerdo que hubo tiempos de amanecer colmado,
con sonidos de plata fina entre mis palmas,
pero no los retuve.
¿Cómo no recordar lo jóvenes que éramos?
Allá entre los barquitos
amanecía de otra forma.
Me cuesta respirar
porque percibo el mundo.