De: A partes iguales
Era como mi sombra y me miraba
oscura desde el centro a la cabeza.
Enroscándose donde el miedo empieza,
a la muerte que soy me recordaba.
Hecha de negras voces me llamaba
-arrodillado yo como el que reza-
El color de sus manos, la pobreza
-el odio de su aliento deformaba-
Detrás de mí corría y con sus brazos
encadenándome se parecía
al diablo más feroz y más hambriento.
Su cuerpo era mi cuerpo hecho pedazos
y mi sangre sobre su sangre olía
a la piel putrefacta de su aliento.
De: El último deseo
Mañana volveré para enterrarme vivo
y volveré con esa tierra nueva
con olor a humedades y a verano.
Iniciaré
ese rito de apagarme un poco
cada cinco de mayo.
Topo de mis verdades
y ciego entre mis gestos de silencio,
cavaré hasta retener las sombras
de lo que fuimos.
Mañana, ni la Luna
descubrirá mis buenas intenciones.
Será profundo el hoyo
donde seque mis lágrimas.
Y en mi caparazón de hierro
y cubierto de oscuridades
y acurrucado
descenderé a tus abismos
para poder amarte hasta las noches.
No creo en los deseos
por eso los escribo sin guardarme
los envoltorios.
Te creo sólo a ti
porque escuchas y callas
sin boca, ni nariz,
tapándote los oídos con los huesos
que te quedan.
Me creo solo a mí
porque sin conocerme
Soy lo único que reconozco.
Tú sabes que te debo…
Tú sabes que te debo
un pedazo de mí
y otro pedazo de ambos.
Yo no te pido nada
pero quiero asumir tu voz de medianoche
y quiero que lo intentes por ti aunque susurre,
otra mirada ajena a la que nos define.
Para mí sigues siendo
ese fugaz poema de diminutas alas
y una palabra a tiempo y una verdad a tientas,
vivida desde el ser que nos proscribe.
Atado a tu garganta te gritaré mil veces,
no importa dónde estés o hasta cuándo
y si la vida busca una luz en tu ombligo,
será porque en su fondo nació cualquier mañana
ese eterno rugido grabado a fuego,
entre las dos mazmorras de los ultraversales.
Naciste aquí blandiendo tus espadas
y vivirás aquí por mucho que te alejes.
De: El último deseo
Hay sangre que te hiere
y muertos a decenas en tus ojos,
y tristeza y olor a desengaño
en tus pobres caricias.
Te niegas a vivirte como un escarabajo entre desechos
y me pides que sueñe y que decida
entre tu risa imbécil y mi carne invencible.
Hoy puede que no lleguen
mis manos a tu vientre
y puede que me ría hasta de ti,
y no lo haga contigo.
Juzgarme a mí callando
resulta tan gracioso como partirte el alma
con tu acero de estúpidas certezas.
No me vengas con eso
y ríete del tiempo que te queda
perdido en el espacio de tus ojos.
Riámonos del calco de tu espejo
y de cada segundo entre segundos
y vívete y olvídame.