No encuentro en ningún verso la catarsis,
tal como veo el mundo, mi reducido mundo,
desde un viejo sillón gastado, roto
que ve correr el tiempo como corre
el agua y su erosión
entre los muchos desaciertos
la poca certidumbre,
que aún sonríe triste
por tanta caridad, urgida de tutores
y tanta oscuridad y estupidez
con decenas de miles en sus filas.
No puedo hallar en mi arsenal un verso
—con una ojiva que nos riegue la esperanza—
para arrojarlo al mundo.
Y no puedo encontrarlo
porque en el vértice del tiempo-espacio
apenas soy un gramo de dolor,
una voz que se miente para ocultar el rostro,
una mano que escribe su placebo,
una gota de sangre
que se evapora en este cuerpo mío,
en esta carne que devoran los demonios
con la ilusión de ver
de creer en la mejora
de mi pequeño hogar
de mi maltrecho prado,
habitado por quienes se nombran a sí mismos
seres humanos.