Por Almudena Santalla
Nihil Novum Sub Solem. (Eclesiastés, 1-10).
Paul Valery utiliza estas palabras mágicas, sagradas, para expresar que nada cambia en el mundo literario y que no hay nada realmente novedoso. En la poesía visual todo ha sido ya experimentado, todos los terrenos explorados y el campo de la palabra es el que se eleva por encima del adorno. La expresión oral es la innovadora, la sugestiva, la tremendamente subjetiva y sugerente. La poesía visual es sólo el contorno, no la clave.
Para un lector de a pie la existencia de una poesía visual se remonta a Apollinaire, que fue quien hizo resurgir esta manera expresiva. Pero hay que remontarse antes, mucho antes en el tiempo. Digamos, en primer lugar, a la Prehistoria. El hombre primitivo, una vez aseguradas las comodidades básicas de su vida, se dedicó a pintar y expresar su realidad en las paredes de las cuevas. Formas lineales y geométricas, animales y humanas fueron su mundo, como podemos constatar en los múltiples ejemplos que disponemos. Este hombre ya tenía un cierto gusto estético, ya utilizaba la policromía, ya tenía un cierto deseo de comunicación y de pervivencia.
Saltemos de época y cultura. Egipto y su esplendor. Las paredes son verdaderos testimonios de una civilización que se resistía a caer en el olvido. La escritura jeroglífica encierra esa combinación testimonial y artística que emplearon para servir a un común objetivo. Pero no fue un hecho aislado: podemos recurrir a los glifos, a la literatura cuneiforme hitita o a los glifos mayas para deducir sin margen de error que la poesía visual es a menudo anterior a la aparición de la poesía tradicional.
Pero tuvo que llegar el año 300 a.C. para que toda una tradición previa llegara a conformar el primer caligrama. Sí, año 300 antes de Cristo, a un hombre llamado Simmias de Rodas, todo un innovador. Estamos en Grecia, una Grecia que fue esplendorosa en todos los sentidos. Simmias de Rodas escribió, al menos que sepamos, tres caligramas, El hacha, El huevo y Las Alas. El huevo, por ejemplo, ha de leerse alternadamente, el primer verso y luego el último, el segundo verso y luego el antepenúltimo, hasta terminar en el verso central. El objeto representado, esto es, el huevo, sintetiza la idea del texto en cuanto a símbolo de vida, la gestación y el origen. El sentido general parece claro: la madre ruiseñor nos dice haber perdido un poema en forma de huevo, recogido por Hermes bajo su ala, que ordenó sus versos para enviarlo a los hombres.
No fue un hecho sujeto al más puro azar, sino que tuvo una serie de antecedentes previos: los mandalas hindúes, pero, sobre todo, la inscripción de “Duenos” del siglo IV a.C., encontrada en Roma cerca del Quirinal, que es una espiral grabada en un vaso y que puede leerse de derecha a izquierda. Hay incluso algunos que lo han relacionado con el disco de Phaestos fechado en torno al segundo milenio a. C. y compuesto también en espiral por pictogramas aún no descifrados. Y no hay que irse tan lejos: en su mismo siglo y en el anterior hubo autores griegos que practicaron ejercicios visuales, como El altar de Dosíadas o Teócrito, que hizo un caligrama en el que imita la forma de un instrumento musical de viento llamado siringa, que tocaba el dios Pan, al que la composición va dirigida.
Hay muchos más ejemplos, desde el altar caligramático de Julius Vestinus, que es, además, un acróstico: Olumpie pollous etesi quseias, o los trabajos de Publio Optaciano Porfirio (siglo IV), artífice de carmina quadrata, es decir, poemas cuadrados, y carmina figurata, o poemas con forma de figuras o caligramas, en cuyos tentos destacan letras que van formando símbolos o mensajes dentro de esta especie de gran sopa de letras literaria que se presenta como primer texto a los ojos del lector y debajo del cual hay que extraer el mensaje que se trata de resaltar, para lo cual emplea, por ejemplo, letras en negrita.
¿Qué otros recursos son atribuibles a nuestros más remotos ancestros? Por ejemplo, el lipograma, textos en los que se omite sistemáticamente una letra. Así, el primero reconocido en hacerlo fue Laso de Herminone en el siglo IV, que omitió la letra sigma en la Oda a los Centauros y en el Himno a Démeter. En el siglo III Néstor de Laranda reescribió la Ilíada en forma de lipograma, suprimiendo en cada canto una letra: en el primero alfa, en el segundo beta, y así sucesivamente. O en el siglo V, Trifidoro de Sicilia, que reescribió la Odisea, eliminando una en cada una de las veinticuatro secciones en que dividió los viajes de Ulises.
Otro recurso fueron los monogramas, que es un símbolo formado por cifras y letras entrelazadas en conjunto que ya existían en la época de Constantino con el nombre de Jesucristo. Hay quienes afirman que fueron la base constructiva de la que proceden laberintos literarios, poemas cúbicos y caligramas.
El acróstico también pertenece a esta época. La Biblia y los Textos Sagrados son prueba fidedigna de su antigüedad y de su papel en la literatura hebrea. Los Salmos ofrecen múltiples ejemplos, desde los de plegaria y acción de gracias hasta los de liturgia.
Y los ideogramas…proceden del arte pictográfico y jeroglífico, y también pueden ser considerados en parte los padres del caligrama.
Los centones, o poemas construidos con fragmentos de versos de otros poetas, lo que los convierte en un precedente claro del “collage”, los poemas polilingües, o los cacenphaton, figura que consiste en buscar la dificultad de pronunciación y otros muchos “vicios”: macrología, tautología, anfibología, cacosíndeton, etc, con los tipos poéticos que estas licencias pueden formar, como es el caso del Carmen amphibologicum.
Diómedes Athanasio, por su parte, en su Arte grammatica, recoge versos llamados reciprocus y neothericus o sotádicos, recurso que permite una lectura inversa. Véase el ejemplo:
Musa mihi causas memore quo numine Laeso Laeso numine quo memore causas mihi musa.
Hay tantos ejemplos que es imposible enumerarlos todos. La importancia de la simbología y la potencia del significado de la palabra ya existía mucho antes de que fuéramos conscientes de ello.
Entre fines del siglo IV y principios del siglo V Iulius Rufinianus, Aquila Romanus, Donato y Servio recopilaron formas no convencionales que denominaron vicios. Así, Donato cita como vicios los barbarismos, solecismos, acyrología, tautología, eclipsis, tapinosis, “labdacismus”, “iotacismus”, “myotacismus” (versos letreados, donde cada palabra se inicia con l, i, m o con predominio de éstas).
También incluyen los Ropálicos, que en la poesía griega eran versos en que cada palabra tiene una sílaba más que la precedente.
En el siglo V, Flavio Félix inscribió sus epigramas en los baños de Alima, construidos por orden del rey Thrasamund, uno de los cuales es un poema de veinte hexámetros de treinta y seis letras cada uno, formando un pentacróstico en el que se lee: “Thrasamundus cuncta innovat vota serenans”.
El padre Sedulio, por otra parte, fue autor de una larga elegía en versos serpentinos basada en el Antiguo y Nuevo Testamento, y al que también se le atribuyen acrósticos, como su himno A solis ortus cardine. También escribió un teléstico, donde su nombre venía formado con la última letra de cada verso.
Fortunato aunó formas precedentes, utilizando ampliamente laberintos y caligramas.
Por ejemplo, el Syagrius, que era un laberinto formado por un cuadrado de treinta y tres versos de treinta y tres letras, como la edad de Cristo al resucitar. Utiliza los acrósticos, los telestéticos y mesósticos (internos), dos de ellos formando una diagonal X: el símbolo de Jesucristo.
A su vez, escribió un caligrama perfecto: De Sancta Cruce, una cruz teutónica cuyo punto central viene formado por un rombo con la palabra crux legible desde el centro hacia fuera en todos los sentidos.
En el siglo VII, llega una nueva influencia que marcó la época: la de la estética germánica, que hizo mella en los textos monásticos, escritos en los “scriptorium” y talleres monásticos. Fue una época prolífica en las copias, donde surgieron también las unificaciones lingüísticas a efectos de escritura y ortografía.
Beda el Venerable, en su himno a St. Etheldreda, termina sus cuatro estrofas finales con las letras AMEN. Fue un recurso también utilizado por San Agustín, Hilary de Potiers y Sedulio, entre otros.
La Edad Media resaltó la idea de un mundo recogido por la armonía de los números y la concepción de la palabra a partir del ritmo musical. Abundan los acrósticos y los enigmas, al igual que los pentacrósticos, como en el caso del sajón Aldhelmo. Pero el género visual del Medievo por excelencia es el laberinto, basado en mensajes cifrados, jeroglíficos, simbólicos, sustentados en la geometría y con una representación caligráfica compleja, cuya lectura, por estos motivos, estaba limitada a gente cultivada. El laberinto tiene en cierta medida un origen mozárabe, cultura donde estaba prohibida la representación de la figura humana, que se venía a sustituir por el valor metafórico y alegórico que adquiría entonces la escritura. Los laberintos tienen una clara orientación religiosa, y se distinguen por participar de una estética de la ocultación, ya que se creía que a través de las palabras y revelaciones escondidas de los laberintos se accedía a los misterios de la fe cristiana, y que la fe estaba reservada sólo para los elegidos, capaces de desentrañar sus más íntimos secretos.
Tanto en los laberintos como en el resto de géneros visuales adquiría una importancia crucial la colocación de los componentes del poema, el tamaño, la forma y color de las letras, números y signos y sus posibilidades combinatorias. Todos los elementos confluían en el centro, que era el núcleo del texto, asociado al Universo o el Cielo de los creyentes. Ese centro a menudo se representaba con la letra “O”, el astro sol o simplemente con un círculo.
Merece la pena también mencionar a uno de los más atinados creadores visuales de la época, el monje alemán Rabano Mauro, que empleó en sus obras en color rojo para obtener, en el interior de sus poemas, formas superiores que destacaban del conjunto.
El gramático Virgilio de Tortosa es una especie de sistematizador del sentido caótico de la poesía hasta la transgresión sintáctica: el neologismo, la derivación léxica extrema, el extranjerismo, abreviaciones, retruécanos forzados, ruptura de las palabras o las sílabas y nuevas ordenaciones de letras.
Como se puede observar, haciendo una breve pausa en el devenir histórico, todas son formas que se han seguido utilizando hasta nuestros días. La indagación en la originalidad estética actual está puesta a debate.
El mundo árabe tampoco fue ajeno a las nuevas tendencias. En el siglo XI, la poetisa Omeyya Wallada se tatuaba al estilo bereber poemas con henna en el cuerpo, inaugurando la tendencia actual del “body painting” y el tatuaje.
Otro ejemplo meritorio de mencionar son los muros de la Alhambra, pues a la integración del poema caligráfico y su disposición en el plano se une el elemento básico de la escultura, el volumen, integrado todo en el espacio arquitectónico.
Hay que tener en cuenta que la escritura tiene en el mundo islámico especial importancia, de ahí que se manifestara en múltiples ocasiones en la arquitectura, por su carácter simbólico y gráfico, por su sentido plástico, por toda la magia que encierra.
Y mientras la cultura islámica recurría a la arquitectura, la hebrea ejercía la poesía visual de otro modo bien distinto: a través de los masorah, escritura situada en los márgenes de las páginas formando motivos florales y otro tipo de adornos a modo de tapiz.
Prosigamos con la historia. La trascendencia de los elementos religiosos propios de la Edad Media dio paso al carácter profano del arte típico del Renacimiento. Dios ya no es el centro de las cosas, sino que lo es el hombre, y se van a imitar las obras clásicas de orientación visual. Entre ellos destaca el monje cisterciense madrileño Juan Caramuel, que vivió en el siglo XVII y que fue calificado de oscuro por llevar sus indagaciones visuales al extremo.
Otro ejemplo, en otra línea, es un soneto circular laudatorio al conde de Villaflor, ideado en el mismo siglo por Antonio Álvares da Cunha, que diseñó un código numérico basado en el título del poema, clave para descifrar el resto.
A pesar del carácter profano de la época, también se dieron casos de caligramas religiosos, como el que representaba el nombre de Jesucristo en una esvástica, emblema con el que los primitivos cristianos de la era romana designaban al Hijo de Dios.
También es destacable la técnica del retrógrado, donde se dan poemas con dos lecturas: una lineal y otra inversa, o sílaba a sílaba, o letra a letra, como “remire”, “regire”, las rims derivatius, formadas por palabras que derivan unas de otras, y las rims equivocz, con palabras parecidas fonéticamente.
En el terreno de los acrósticos, como novedad, hay un caso insólito digno de mención: Copla sola de Luis de Touar, donde, aparte del acróstico, aparecen insertados los nombres de nueve damas. El poema que le sigue en el cancionero da respuesta a una pregunta que se le formula sobre cuál es la más importante para él. El nombre aparece insertado en el poema a través de letras mayúsculas a lo largo del poema.
Como ejemplo curioso de rebus (o jeroglífico fonético) se encuentra uno, tal vez del siglo XIX, que recoge Carbonero y Sol:
SKDTDAK (ese cadete de acá)
TDCAYAPTC (te decea y apetece)
CKBCAYCKE (ce cabecea y ce cae)
YTCDYTOBDC (y te cede y te obedece)
El Carmen Chronologico, chronographico o numerale es el tipo de poema que se refiere a una cifra histórica o fecha determinada a partir de la lectura de ciertas letras como números romanos. Es preciso entonces sumar dichas letras para obtener la fecha deseada. Un ejemplo sería el epitafio dedicado a Fernando de Hohemberg, que nos da como fecha 1655.
El Carmen Caballistico se basa también en valores numéricos, pero en este caso a partir de la cábala. Las letras tienen así un valor numérico determinado que es preciso sumar en cada palabra, según una tabla que el autor ofrece, para obtener una cifra total. El primer ejemplo que incluye es el dístico dedicado a la Virgen:
“Ecce potest animi mores affingere palma
A facie mores discit imago mea”.
La suma de todas estas letras según dicha tabla nos da como resultado la cifra de 1668, que coincide con la primera edición de este libro.
El Carmen Arithmeticum, en cierta relación con el anterior, juega con los números y las letras, como en uno de los ejemplos que ofrece Paschasius):
Tertria sunt septê, septê sex, sex quoq tres sunt,
octo dant quatuor, quatuor faciunt tibi septem,
haec numeres, recte faciunt tibi millia quinq”.
Así tertria tiene siete letras, septem tiene seis, etc.
Más interesantes en el plano visual son los ejemplos que ofrece el autor del Carmen musicum, en los que se sustituyen aquellos elementos del verso que corresponden, a partir de sus letras, con las notas de la escala musical, ut, re, mi, fa, sol. De este modo, el verso:
“ma te nequit cat inclyta virtus”
debe leerse:
“FAma LAteRE nequit MIcat UT SOL inclyta virtus”.
En estos casos el texto aparece con el gráfico musical y al pie del mismo las letras que faltan para componer el verso.
El Carmen Grammaticum define al tipo de artificio por el que las palabras del verso aparecen desordenadas y es preciso encontrar la clave de su ordenación. A veces incluso las sílabas de una palabra hay que descomponerlas para lograr el sentido correcto, como en el siguiente ejemplo:
“Furfur edit pannum, panem quoque sustineamus”.
Si dividimos la última palabra en tres obtenemos, una vez colocada en su sitio cada una: Sus – tinea -mus.
Sus edit furfur, tinea pannum, mus panem.
Ya en la transición hacia el Barroco, resurgen con fuerza los caligramas, sobre todo en la Escuela alemana de Nürnberg, con obras con forma de copa, yunque, torres, ramas de laurel, cruz, alas, pirámide, huevo, animales como el oso, corona de espinas o incluso un ataúd (Johann Rudolf Karst). Según avanza el Barroco esta tendencia decae, aunque se siguen encontrando ejemplos todavía, para dar paso a la agudeza semántica, a la ironía, al juego verbal, … esto es, se potencia la palabra.
Acrósticos, caligramas, centones, anagramas,… todos ellos se han seguido usando, a veces intermitentemente, siempre con sello personal, a lo largo de la historia.
Para culminar con este paseo por la poesía visual y sus recursos, quizá uno de los casos más curiosos a mencionar: el poeta romántico inglés William Blake y sus poemas “iluminados”: La impresión iluminada implicaba escribir el texto de los poemas en planchas de cobre con plumas y cepillos, usando un medio resistente al ácido. Las ilustraciones podían aparecer junto al texto de igual modo que los manuscritos iluminados medievales. Luego bañaba las placas en ácido para disolver el cobre no tratado y dejar únicamente el diseño. Las páginas impresas con estas placas tenían que ser recoloreadas a mano con pinturas al agua y después se cosían para formar un volumen.
Blake utilizó esta técnica en cuatro de sus trabajos: Canciones de inocencia y de experiencia, The Book of Thel, El matrimonio del cielo y el infierno y Jerusalem; tratar su obra poética separada de la pictórica hace perder valor a la dimensión de su trabajo.
La originalidad de la poesía radica hoy en día, pues, en la fuerza de la palabra y las imágenes que con ellas se reflejan, ya que el resto de las técnicas visuales tan abundantes hoy, incluso con la poesía virtual o el videoarte, son fruto de indagaciones anteriores. En palabras de Lord Byron: The past is the best prophet of the future. No ignoremos, pues, nuestro amplio bagaje cultural y aprovechémonos de su sabiduría.