La eternidad de un instante
Estaba en la mitad de mi plegaria
cuando llegó desde un balcón
—balcón de la certeza y el ensueño—
la imagen de tu rostro en mi delirio.
Llegaron como potros
a la pradera de la fiebre,
a mi desierto de tu carne,
los sueños que produce la heroína
lanzándome a buscar, a perseguir
“La rosa púrpura del Cairo”.
Y saltaste a mis ojos:
surrealismo del lenguaje corporal,
paciencia de segundos en el río,
rayo celeste que descarga
en los dominios del asceta
su anuncio de tormenta y de caricia.
llegó tu luz
palabra que se extingue y se reencarna,
principio y fin, eternidad de un solo instante,
susurro del asombro que a mi asombro
insufla vida, con algunos signos,
la realidad de tu mirada.
Estaba en la mitad de una oración
cuando de pronto recordé
que soy agnóstico.
Monólogo
Sin proponérmelo hice de mí
el gran actor de una triste comedia;
caricatura con alto perfil
que se reencuentra en un verso, un poema.
Mi vocación de payaso es reír
y hacer reír, una cruz que me pesa.
Mas un empeño retoca lo gris:
todo el trabajo que pongo en las letras.
La identidad de anormal y su credo,
del trovador sin canción ni guitarra,
del caballero que halaga a las damas
son solo máscaras, trajes, relleno…
y del conjunto de rostros que atisbas
éste que escribe en tu piel, no es mentira.
Leslie J.
Ella es quien guía a su mamá, ella es sus ojos.
Los pocos años no la frenan en su andar
para salir y aventurarse —sin cerrojos—
a una ciudad con mil enredos por salvar.
Leslie dirige con la mano en el timón,
y el mar se rinde a su niñez, un mar in-gente.
Camina cándida y confiada en su intuición
camina atenta a los obstáculos, valiente.
Sus cinco años son la luz de una mirada,
la madurez y la esperanza, la fortuna
de aquellas luces en lo oscuro de la luna.
Siendo una niña es la paloma no entrenada
que vuela lejos con tres alas en el vuelo.
Hoy su estatura no se mide desde el suelo
sino a partir de dos mujeres y un anhelo:
sumar su crónica, una más, a la memoria
de sol y sombras que se tiñen de victoria.
Soneto al hijo que no tuve
No puedo imaginar cuánto es que dueles, crío
porque me comporté como el mayor cobarde.
Huí de nuestro pacto, sabiendo aquella tarde
que decidí vivir sin ti, con un vacío,
que con el tiempo yo me lo reprocharía.
El día de la siembra se fue durante agosto
y las lunas de octubre decretaron el costo.
En mi río no hay peces, solo piedras y umbría.
Acepto que mi ciclo se agotó y las horas
corrieron sin el gozo de festejar tu santo
y me perdí las noches de consolar tu llanto.
He sido un hombre gris que se privó de auroras;
errante solitario en su egoísmo preso
que no movió montañas por un amor y un beso.
Hoy me hace compañía un fiel sabueso
y añoro de unos labios, su calor, su legado…
un cachito de vientre sonriendo a mi costado.