Y si muero que no me repatrien
Anclado en estas islas, abandono
la búsqueda falaz del paraíso,
tantas veces perdido en esa ruta
del buscar imposibles y no ver
que ya lo has encontrado, que lo habitas.
Y luego… pues veremos si hay futuro
más allá de este mundo. Por las dudas:
Cuando muera que no me repatríen,
que me entierren desnudo en suelo griego,
en algún cementerio entre los pinos
con amplias vistas al azul del mar,
donde el cuerpo se mezcle con la tierra
y acaso vuele el alma hacia sus musas.
Así, si hay otra vida, cuando llegue
esa resurrección y abra los ojos
contemplaré mi amado mar Egeo,
y sentiré mi psique enriquecida
por los sabios consejos de los mitos
con los que ha convivido en el Parnaso.
Anatema contra el mal versolibrismo
Aquí el autor, en el comunicado,
reivindica la libertad del verso,
la métrica es muy amplia, un universo
de estructuras de armónico rimado.
Desde la que es más simple, el pareado,
a la altiva sextina todo cabe
si se etiqueta bien. Como se sabe
es básico “no dar gato por liebre”,
que el ritmo del poema nunca quiebre
y que la rima en ripio no se trabe.
Mas dije libertad,
que no libertinaje o anarquía
pues algunos le llaman poesía
a lo que es simple prosa de mala calidad.
Decidme, o no, si os digo la verdad:
El nuevo catecismo
de gente que no sabe es el versolibrismo.
Si algún pintor moderno prescindió
de su época de escuela, no creó
con alma un cuadro abstracto. Pues versando es lo mismo.
Para romper las normas
dominarlas primero es necesario,
ya que para vencer al adversario
hay que primero trabajar según sus hormas.
La métrica y sintaxis, profundas plataformas,
siempre subyacen, reinan por mucho que el poema
aparente engañarlas. Anatema
proclamo contra quienes sin entender de nada
quieren darnos lecciones de libertad errada:
¡Echarlos del Parnaso!, es mi grito y mi lema.
Hubo una vez una ciudad canalla
Hubo una vez una ciudad canalla
que mojaba la pluma en el alcohol
para escribir directamente en vena:
como todos los jóvenes yo vine
a llevarme la vida por delante;
una ciudad en la que el bardo
rechazaba el papel e improvisaba:
versos de amor nunca serán literatura
si no me dejas escribir sobre tu piel;
una ciudad en la que ella,
adivinad su nombre, unos años atrás:
abriéndose su blusa —Neno, no digas nada—
le ofreció los durísimos botones de sus pechos.
Hubo una vez una ciudad canalla
en que un tono del azul era más que un color
era un templo pagano celestial
donde un gato argentino
maullaba en clave de rumba catalana
y un cantautor galáctico
consiguió hacer salir el sol a medianoche.
Hubo una vez una ciudad canalla
donde la sexta flota, en vez de hacer la guerra,
hizo el amor en territorio chino;
izas, rabizas y colipoterras
en traje de faena les tiraban los tejos
mientras agujereaban mármoles a golpes de tacón.
Hubo una vez una ciudad canalla,
mucho antes del turismo y de los juegos,
donde la izquierda se divinizó
bebiéndose las noches en la “boite”
de rojos terciopelos, de copas infinitas,
de taburetes que aún dominan escenarios;
una ciudad que hacía equilibrios sobre sus propias luces,
mientras un pijoaparte montaba un viejo Cadillac.
Hubo una vez una ciudad canalla
con cabaret travesti como playa de Río,
con Piaf y la Carme recordando a su hombre,
con los niños terribles, con molinos sin viento,
con local de voyeurs en tacita de plata,
con el baile del Tigre entre chulos y arrugas,
con el arco kiosco en que el anís ardía,
con aquella bodega donde el arte era eterno
y una cava de Jazz que por suerte aún resiste,
porque el otro el frontón, que era pista de baile,
ya pasó a mejor vida y es un sano gimnasio.
Hubo una vez una ciudad que hoy
merece nuevo nombre: Barcelolandia eres
pasto turístico de masas, puro producto Disney.
Perdiste tus raíces, te has vendido hasta el alma,
y de canalla nada, opositas a cursi.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
No sé… O es la ciudad, o es que nosotros
ya no podemos aguantar el canalleo.
Abierto queda el tema, se aceptan opiniones,
yo acabo con canción, como empecé
y disculpad que desafine:
…jóvenes…, éramos tan jóvenes…
Décima sin nombre
Hoy he encontrado un “te quiero”
y dos cariños de dama
escondidos en mi cama
que me han hecho prisionero.
No ha hecho falta usar acero,
tu recuerdo es suficiente
para atarme suavemente
en la cárcel del amor,
donde espero sin temor
que tu vuelta me alimente.