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La inteligencia se marca a la hora de resolver un conflicto y, cuando el conflicto radica en lograr un equilibrio estético y emocional en un texto, es cuando la inteligencia de Gerardo Campani se destaca. En sus textos siempre alguien percibe una parte de la realidad y la desmenuza desde su propia e íntima sensibilidad, para luego echarle una pizca de racionalidad, de manera que el color del sentimiento queda delineado por un atisbo de explicación del mismo. Explicación esta que suele adquirir el ropaje de cuestionamientos sin respuesta.
En su poética, hace gala de un profundo conocimiento de las reglas que norman este arte, lo que le permite no sólo desarrollar cualquier metro, sino también cambiar de fondo, forma, como también de tono. Bien puede escribir un poema blanco de carácter existencial, como decantarse por unos octosílabos si se lanza a un contrapunto divertido. Es también para remarcar que, en poética, no le cuesta trabajo distinguir o confundir al yo poético de cualquier sujeto que elija recrear. Cosa que a pesar de que dificulta llegar al fondo del escritor, permite el disfrute de cualquiera de sus poemas.
En cuanto a su prosa, la misma se caracteriza por un aliento tranquilo y ameno, con el cual logra proponer, partiendo de situaciones sencillas – o mejor dicho, comunes -, un montón de variables que deja a cargo del lector extrapolar. En su novela «Conrado está muerto», por ejemplo, sin mencionarlo jamás, realiza un juego extenso sin líneas divisorias precisas y enérgicas entre crueldad y maldad, nociones nada pequeñas.
A la hora de dar la mano a un compañero de letras, es de él tener la precisa, la frase que empatiza con el que busca aprender. Con el tono humilde del que sabe y busca transmitir lo que sabe, y no con la altanería del que conoce lo que no sabrá enseñar a nadie. En este aspecto, uno de esos profes que se sientan a tu lado y te muestran el cómo sin impaciencias.
Gerardo Campani es un escritor que pisa firme en territorios difíciles, como lo son la densidad del absurdo o la milimétrica consistencia de la ironía. Un tipo capaz de decir «el mejor resultado es el empate», y ya el que tenga capacidad para sopesar, que lo haga.