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A la hora de celebrar un buen poema suele decirse que goza de calidad tanto en fondo como en forma, pero ¿qué implica esta sentencia? En el caso de Isabel Reyes significa el equilibrio entre el mensaje, la estructura formal del mismo y el aliento propio del autor. Aquí señalo que con empeño y algo de oficio es posible conseguir decir adecuadamente lo que queramos, pero, expresarse de tal modo que pareciera ser la normativa la que se adecua a nuestro tono es algo que implica talento. Más aún, si los platillos son variados.
Si vamos a sonetos, por ejemplo, Isabel combina pies de rima y encabalgamientos que en conjunto diluyen la idea de estar leyendo un soneto, porque consigue una fluidez y una claridad tal que el lector antes que nada se hace con el poema y ya después valora la técnica formal.
Si vamos a arte mayor o a verso blanco, se permite construcciones que se asemejan al trazado de una pista de fórmula uno -se perdonará esta comparación-, con rectas largas alternando con curvas cerradas, logrando un dinamismo que incita a recorrer de nuevo de principio a fin cada poema.
Pero, cualquiera sea el ritmo en el que se exprese, Isabel irradia una madurez exquisita fácil de disfrutar, aunque compleja de entender. Y por eso vuelvo a la idea de equilibrio y de resultado, porque detrás de la sonoridad de sus versos hay un músico, y detrás de la intimidad emocional y desnuda con que se nos muestra, hay un médico que sabe cómo son los latidos.
La poesía de Isabel Reyes implica el placer de la lectura, y el dolor muy intenso de querer aprender a escribir. Una presión precisa que muestra y lava las heridas.»