Por Silvio Rodríguez Carrillo
Enfrentarse a una novela biográfica tiene ya su cosa, porque uno como lector permanece en un estado de alerta extra respecto de las posibles omisiones y de las posibles exageraciones acerca del protagonista, además de que resulta inevitable el ir contrastando la información ya recibida anteriormente. Si la novela es autobiográfica el lector eleva los niveles de alerta, porque va sopesando la coherencia histórica de la emocionalidad del autor con su conducta, esto es, uno constantemente se pregunta sobre lo veraz de la intensidad con que tales y cuales hechos afectaron, como dice que le afectaron, al sujeto y también emisor.
Con «Mujeres», yo directamente apagué todos los sistemas de alertas y me entregué de lleno al relato, como si Henry Chinaski no tuviese nada que ver con Charles Bukowski y el aviso de «basado en hechos reales» apareciese recién al final. Es así como accedí sin trabas a la piel y huesos del escritor, a su manera particular de concebir diferentes aspectos de la realidad y al por qué, a veces casi mecánico y a veces imprevisible, de su modo de actuar como también de su manera de no hacer absolutamente nada respecto de algunas cosas que pudieran exigirle su participación.
La historia está marcada por las relaciones que Chinaski sostiene y quiebra con diferentes mujeres, todas ellas (mujeres y relaciones) muy por fuera de los rangos de lo usual, en una maraña de invasiones y evasiones donde los abusos son provocados, generados y permitidos, como si marcadas carencias sólo pudiesen ser compensadas con excesos mayúsculos. El panorama, así, es un tobogán por el que uno se deja caer, subir y girar, desde lo tórrido del deseo sexual fijado a lo puramente carnal, hasta la idealidad amorosa proyectada en la esencia íntima del besar, sin la posibilidad de pausa en el recorrido.
Pero, aunque son las mujeres de Chinaski las que se ganan la mayoría de las cámaras, también hay lentes enfocados hacia los otros lados del prisma. El cómo interactúa el escritor con sus amigos o allegados, la tensión o distensión que siente cuando le toca poner el cuerpo en una reunión social, lo que opina de sus colegas (exitosos o no), y toda la previa, el durante y el después de las sesiones de lectura, son ángulos expuestos como en un segundo plano, y que, sin embargo, constituyen el marco fundamental con el cual la imagen logra ir más allá de sí.
Pasando de Chinaski a Bukowski, ya cayendo en la cuenta de que son uno, tiene alguna cuota innegable de belleza la autenticidad y la sinceridad. Es decir, uno lee que la rudeza de los hechos se condice con la sencillez del discurso, y sabe que así lo quiso el autor, como expuso que lo hizo. Uno siente que las construcciones fueron escritas de golpe, que tuvieron alguna corrección después, y que entre duda y confianza venció esta última como se debe, por puntos, aguantando todos los asaltos uno por uno, con el rival enfrente y el público a los costados, mirando.