Poemas escogidos
Artifex vitae artifex sui
No tuve un hijo (pero sí una hija).
No planté ningún árbol
(pero en la escuela germiné judías).
Escribí varios libros aceptables
aunque muy pocos los leyeron.
Y no se culpe a nadie.
Creo que conquisté el promedio
de la mediocridad de esta vida tan rara.
Así que en paz, igual que Amado Nervo.
Candidatura
Ella me dijo:
—No me gustan los hombres
con pelos en la espalda.
—¡Bien! ¿Por qué? —pregunté.
—Cuestión de gustos. Y tampoco
la barba tipo Valle Inclán.
Y debe ser más alto que yo misma.
—Tiene su lógica…
—Que no le falte un brazo, o una pierna.
—También es razonable.
—Ni tatuajes ni piercings.
—Ajá, voy bien, correcto.
—Que sus besos no sepan a cebolla
cruda, ni a ajo.
—Claro, es muy atendible. ¿Y qué
del cigarrillo?
—Eso no me molesta,
yo soy fan de Marlboro.
—Pues entonces pongámonos
de novios —dije, muy confiadamente.
—Hum, gracias, pero no. Cuestión de gustos.
Justo pasaba un taxi, y lo tomó.
Anas
Tantos poemas, tantos, tan diversos
de todos los poetas que acertaron
tocar mi alma y luego se quedaron
también entre mis versos.
El viejo madrigal de De Cetina,
de mis amores representativo;
el nocturno de Silva, amor prohibido
a un paso de mi esquina.
El soneto a Jesús crucificado,
que es el amor a Dios tal cual lo siento
y el amor cómplice del pensamiento
de un Borges inspirado.
¿Por qué las elegías y las odas
y todos esos cánticos inútiles
siguen poblando mis recuerdos fútiles
si las detesto a todas?
Quizá debiera huir de tanta cáscara
y concentrarme en el carozo mismo
de mi alma, y buscar el paroxismo
oculto tras la máscara.
Ah, la mujer incógnita se oculta
detrás de tantas cosas cotidianas:
la Virgen del rosario y tantas Anas
que ya son turbamulta.
Sólo un poema de un amor cualquiera
me distrae del miedo de la muerte.
Tal vez un día yo también acierte
y escriba mi quimera.