Íntimos desconocidos
No puedo decir que Óscar y yo fuésemos una pareja mal avenida y ahí radicara el motivo de que nuestro matrimonio se arruinara. No discutíamos por todo lo discutible ni tratábamos de cercar la parcela de libertad del otro. Fue, en todo caso, un amor decreciente. Lenta pero inexorablemente dejaron de interesarle mis ideas y propuestas y de la misma manera yo empecé a pasar de las suyas. Nuestra vida se volvió predecible y anodina y nos fuimos enfriando en todos los aspectos que deberían estar vivos en una pareja, como si en lugar de madurar juntos nos hubiéramos convertido en dos ramas que crecen cada una hacia un lado hasta que dejan de tocarse. Nos convertimos en vecinos de cama y mesa y se deshizo por completo nuestro sentido de tándem. El divorcio sólo legalizó nuestra realidad.
Una tarde, cuando acabé mi horario de oficina, se me ocurrió conectarme a una página de contactos. Todo el mundo habla de esas cosas, incluso las anuncian en televisión, y bueno, bajo el anonimato decidí ver qué se movía en esos lugares.
Mi nombre es Noelia, así que me busqué un nombre imaginario: Helena. No tardó mucho en contestarme un hombre al que se le iba la vida en conseguir una cita conmigo. En cinco minutos que estuvimos conversando virtualmente ya me había coronado Reina. Así que al comprobar la velocidad que llevaba aquel tipo me dije: capaz que si permanezco un poco más me hace copropietaria de su latifundio. Aquel pensamiento, además, me hizo intuir que, con la misma pasión y prestancia que mostraba, al menor contrapunto que tuviera conmigo me arrojaría al foso de los cocodrilos de su castillo. No continué con el asunto y cerré sesión.
Dos semanas más tarde volví a hacerlo. Volví a conectarme en esa página de chat. Mismo nombre, Helena. En esta ocasión apareció un hombre sin tantos arrestos como el otro. Se presentó diciéndome que se llamaba Luis y casualmente, o porque estas cosas ya las tienen preparadas, era de mi misma provincia aunque residía en otra ciudad. Mantuvimos una conversación que duró casi una hora, pero se nos pasó tan rápido y ameno el tiempo, que quedamos en continuar charlando con asiduidad. Y así, día a día, Luis y yo fuimos intimando. Nos contábamos un poco de todo: los pormenores de la jornada, nuestra situación personal; ambos éramos separados, él por segunda vez pero, igual que yo, no tenía hijos. Me gustaba. Tenía mucho desparpajo hablando y cuando tocábamos temas de cosas más trascendentales ambos nos embarcábamos en una charla la mar de interesante, además de agradable. Me revivía por completo, era todo lo contrario que Óscar. Eso, junto con el cosquilleo que me producía nada más ver su nombre en la pantalla, hacía que se convirtiera en un cóctel muy, muy seductor.
Mantuvimos ese contacto ininterrumpido durante dos meses y medio aproximadamente, así que, a esas alturas, ya conocíamos las coordenadas interiores de cada uno. Y llegó el momento en que Luis y yo decidimos dar un paso más: conocernos en persona. Sabíamos de nuestras manías y gustos, nuestras opiniones sobre muchos temas, nuestros miedos y nuestros puntos fuertes, lo único que nos faltaba era descubrirnos físicamente, esa sería nuestra conexión definitiva. Era el momento de poner toda la carne en el asador.
Luis reservó mesa para nuestra cita en un Restaurante situado entre nuestras dos ciudades -cuya ubicación conocía porque estuve allí en alguna que otra ocasión- y me envió el mensaje: Restaurante «La Florida», viernes, 20:30. Si llegas más tarde el maître te acompañará a la mesa 5. Es la nuestra.
La mañana de aquél día estuve hecha un manojo de nervios. Sentía incertidumbre pero al mismo tiempo estaba muy ilusionada. Agarré las llaves del coche y antes de salir de casa me dije frente al espejo: vamos chica, no tienes nada que perder.
Llegué al restaurante e hice lo que me indicó Luis, dirigirme al maître y presentarle mi asistencia. Me acompañó amablemente a la mesa 5. Allí estaba Luis, sentado de espaldas a mi trayectoria. Le anunció mi llegada y él se giró levantándose de la silla. Al mirarnos, apenas pudimos articular palabra hasta pasados unos segundos.
¡Óscar! -le dije a Luis.
-¡Noelia…! ¿Tú eres Helena?
A la pregunta (si la hubiera) de si volvimos a ser pareja: No.
Que buen relato el de María Quesada el de Intimos desconocidos, con un final inesperado me encantan este tipo de finales.
Saludos, a sido muy grata la lectura.