Ana Bella López Biedma

Quiebra la noche

A paso lento, sin ganas,
se va acercando el verano
y yo sigo en este invierno
sin el vuelo de tus manos.

No pienso en ti, no te añora
este cuerpo tan huraño
mientras mis dedos escriben
tu nombre, seco y amargo
en las ruinas de mi ombligo.

La oscuridad de mi cuarto
te dibuja entre las sombras
y en mi sombra reflejado.

Toca tu ausencia mi pecho
caído, desangelado,
y se eriza el pensamiento
con el roce de tus labios
sobre el arrecife dulce
de mis caderas, y el barro
que amasaban tus gemidos
en la arena de mis años.

Quiero el peso de tu furia
sobre mi cuerpo, naufragio
con que le arrancas las velas
a este corazón exhausto.
Golpea, aprieta, diluye,
expande y licua mis labios
sobre la cruz de tu boca
lo mismo que un relicario.
Quiero mi lengua en tu ruina
y en tus lágrimas mi llanto.

Por la nieve de mi sueño
tu saliva ha cincelado
espinas y rosas rojas.
Aráñame los espacios
donde no me existe nada
salvo tu ausencia. Reclamo
todo el peso de tu cuerpo
abriéndome en dos, espasmo
en que se quiebra la noche
con el eco de un orgasmo.

Ana Bella López Biedma

Cuatro minutos

Han pasado varios años pero el viejo café sigue igual. El piano vertical, castigado contra la pared del minúsculo escenario, con su foco amarillento que magnifica ese aire decadente que tiene todo. Las pequeñas mesas diseminadas por el local en penumbra y ese olor indefinible a polvo y a nostalgia que nunca lo abandona. Ella camina entre las mesitas casi a tientas, hasta llegar a la tarima. Se quita el abrigo después de haber dejado a un lado la guitarra que desenfunda inmediatamente con delicadeza, casi con devoción de amante. Posiciona el pie del micrófono frente a la banqueta alta, hasta el lugar exacto, como si todo formara parte de un ritual mil veces repetido. Y en el fondo así es, aunque haya pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo allí.

Recuerda aquella otra noche, esa primera vez. Sus manos temblando mientras situaba cada uno de aquellos objetos, el gesto de afinar su guitarra, de sentarse mientras asía inconscientemente el micrófono, cómo se aferraba a la banqueta de bar. Y de respirar, de respirar profundamente como le había dicho su hermana que hiciera: «Nena, cuando salgas al escenario respira, cierra los ojos, respira e imagina que todo va a salir bien. Y así será».

Había elegido aquella canción porque le hacía sentirse cómoda. Rememora aquel instante en que se volvió a colocar en el asiento por enésima vez, inspiró cerrando los ojos, y soltó después el aire mientras los abría. Ese fue el momento exacto. Sus ojos inconscientemente se dirigieron al fondo, a un punto lejano que le diera la seguridad que le faltaba. Aquella mesa esta ocupada por alguien que apenas se adivinaba en las sombras. Su mano movía lentamente un vaso ancho con algo que parecía whisky con hielo. Pero ella se quedó parada ahí, justo en sus ojos. Ojos de lobo, pensó. De lobo o de felino agazapado y hambriento. Un escalofrío subió por su espina dorsal mientras su rostro se acaloraba. Apartó la vista y tomó fuertemente la guitarra. Aquel contacto siempre le hacía sentirse bien. Encendió el micrófono y empezó a cantar.

Lía con tu pelo un edredón de terciopelo…

Tenía que volver a mirarlo. Lo hizo. Fue un error. De pronto desapareció todo ante sus ojos. Las mesas, la gente, todo se difuminó en un entorno extraño e irreal. Solo quedaron aquellos ojos carnívoros de sombra. Sentía cómo palpitaba su garganta.

Lía entre tus labios a los míos, respirando en el vacío…

Eso era. El vacío. Se ahogaba en ese espacio carente de oxígeno y a la vez, se iba convirtiendo en una sustancia cálida, liviana, poderosa. Oía su propia voz como si estuviera fuera de su cuerpo y le parecía mentira que sonara así, tan suave y sosegada cuando ella apenas podía contener aquel temblor que amenazaba con tirarla al suelo.

Lía con tus brazos un nudo de dos lazos…

No sabía en qué momento había ocurrido pero estaba cantándole a él, a aquella silueta sin nombre. Y a esos ojos que parecían atravesar todos los objetos y hacerla vibrar como un diapasón dulce e incontrolable. Si dejaba de mirarlo el mundo se desmoronaría.

Lías tus miradas a mi falda, por debajo de mi espalda…

No podía quitar la vista de aquellos ojos. Apretó los muslos para sentir la frialdad de la madera contra ella, en un vano afán de contrarrestar ese calor ingrávido y absurdo que se iba expandiendo como una onda en el agua sobre su piel.

Líame a la pata de la cama, no te quedes con las ganas de saber…

Rendida. Así se sentía. Se hubiera ido con él a cualquier parte. A un portal en penumbra o a París, a un viejo coche en mitad de una tormenta. Cualquier lugar hubiera sido posible. Aquellos ojos eran como maromas que tiraban de su centro. No existía la distancia, podía sentir su aliento pegado a sus labios y aquellos ojos de luz negra y profunda que parecían conocer sus secretos más íntimos, que resbalaban desde su boca hacia abajo, abriendo su cuerpo en dos.

Lía con tus besos la parte de mis sesos que manda en mi corazón.

Cerró los ojos en aquella última frase y terminó de cantar, incandescente y exhausta. Durante unos instantes ni siquiera oyó los aplausos. Recomponerse era su único objetivo. Estoy bien, repetía. Nadie se ha dado cuenta. Cuando abrió los ojos apenas alcanzó a ver una silueta perdiéndose en la noche.

Vuelve a la realidad. Muchas veces ha recordado aquella primera vez como un sueño, imaginando que fue producto de su imaginación y de los nervios del momento. Después de aquel vinieron muchos otros conciertos y jamás había vuelto a suceder nada parecido. Mueve la cabeza, como intentando quitarse el pensamiento de encima. Ya es hora de empezar el espectáculo.

Se sube a la banqueta y mira al fondo. Y entonces, solo entonces, sabe lo que tiene que cantar.

Miriam Vílchez

El placer de una pasión

Placer: el tiempo vuela aunque parece detenido. A media luz, las llamas de las velas arden, como arden mis manos al tocarte. Acaricio tus piernas suavemente, de abajo a arriba y de arriba a abajo. Aprieto tu muslo, cosquilleo tu pierna. Recorro todo tu cuerpo, cambiando de ritmo, ahora deprisa, ahora poco a poco. Siento cada centímetro de ti. Observo cada peca de tu espalda. Revoloteo tu pelo enredándolo entre mis manos. Recorro tus brazos, entrelazo mis dedos con los tuyos. Siento el vaivén en mi cuerpo. Adivino lo que te gusta. Descubro tus puntos sensibles. Sensibles al dolor y sensibles al disfrute. Rozo tu cuello y sientes como te recorre un escalofrío. Me fundo contigo como en un medio abrazo.

Un apretón de placer y pasión. Pasión por los masajes que doy, por la felicidad que me dan. Placer por ser algo de mi yo.

Gerardo Campani & Morgana de Palacios

Anti erotismo radical

Amores que de tan sutiles
son como los de la famosa escena
de las miradas a la luz de velas
de la película de Kubrick.

Y otros que son disímiles,
y tanto, que parecen más teoremas
para las manos ágiles y expertas
en resolver cubos de Rubik.

Me adaptaré a cada circunstancia
siempre y cuando el trabajo esté bien hecho.
Si es buena la faena sobre el lecho
el ¿cómo así? carece de importancia.

Digo yo, que prefiero Bach a Elvis,
y sin embargo en el amor persigo
modestamente un resultado. Digo,
ese largo estornudo de la pelvis.

Gerardo Campani


Anti erotismo medular

Va a ser que sí,
que corren malos tiempos para escribir lujurias
y volver a la piel enamorada.

Que ya no queda espacio para enroscar las lenguas
y el roce de los cuerpos sudorosos.

Que dudamos
de si resucitar de tanta muerte absurda
tiene alguna ventaja
y merece la pena encarnizarse
forzando el boca a boca del instinto.

Probablemente ya, va a ser que sí,
que esta extravagante febrícula sexual
no tiene consecuencias y, aunque tiemble
como una gata arisca y aterida,
no va a dejarme huellas en la nuca
ni a preñarme de sol extemporáneo.

Que no quedan orgasmos que llorar
a borbotones cálidos,
porque tu palidez no se pronuncie
sobre la doble luna de mis pechos
con la voz excitada por la ausencia
y el deseo expedito.

Va a ser que sí,
y desaparecer
empieza a ser la opción
que en este ranking va ganando puntos.

Morgana de Palacios