Los veo
Donde quiera que esté los veo a ellos
una presencia muda, pero viva.
No tengo muy seguro quién es el que procura
esas extrañas peñas
matizadas con humos de cigarros
que solo yo disfruto, acompañado a veces
de unos pequeños tragos que solo yo degusto.
Hago los ademanes que acostumbran los protocolos
de invitar a brindar por sus pasados,
pues el presente en solitario nunca,
tendrá un futuro digno de contarse.
A veces creo que los anfitriones
son ellos y me invitan, apenados porque
notan la soledad acostada en mi casa.
En sus miradas veo siempre dudas.
Seguro porque observan a los hombres
como una copia modelada en mierda
de aquellos de su tiempo
en que el honor y dignidad valían.
Me preguntan sin voces:
¿Valió la pena tanto sacrificio?
En más de una ocasión, gotas de perro
ruedan por mis pupilas. Esos canes
son más puros y honestos que los prójimos.
Quizás esos espectros sean mi cura hoy.
Y es que alguien que no cree ni en avernos ni en ídolos,
en algo tiene que confiar, y más,
si conoció lo puro de esos amigos muertos.
Soldadito de cuerdas
Si miro tu fantasma por las noches,
y no hiede a podredumbre de cadáver
es que sigues tan viva como en aquellos tiempos.
Tan dinámica como esos corceles
libres en la pradera detrás de un horizonte
no importando cuan lejos estaba de tu lar.
Tarareabas siempre «soldadito de cuerdas»
y parlabas que había que clavarme una estaca
en el centro del pecho -como a cualquier vampiro-
para hacer que brotara el fuego por mis ojos,
y pudiera salir de un letargo quimérico
mientras tú cimbreabas tus sueños a mil pies,
allá en lo alto.
La cuerda se gastó y tuve que crear
energías internas como esos chips robóticos
que nunca se degradan y seguirán aún
después de muertos.
Sí, después de enterrado,
lo poco que habré escrito, me mantendrá con vida,
pues no estarás para romperme el tórax.