«Nací por allá en abril, antes del “golpe”, cuando la abuela todavía no era ciega y salía a recolectar “Nan” para su nieto en el Pinar. Heredé de mi padre un ojo oscuro y el ánimo de festejo que hoy por hoy, se le hace ajeno, lejano, como una costumbre olvidada a fuerza de omisión. De mi madre recibí los besos con pellizcos, las caricias con retos, el amor con disciplina; de alguna manera, su voluntad de hormiga veraniega me surcó los párpados para algún día lejano, ser “ingeniero”.
La poesía me encontró en el colegio, me fue regalada como un instrumento de conquista para amores esquivos. En aquel tiempo el verso era barricada, neumáticos ardiendo, cadenas al tendido eléctrico, y una voz como un arco iris que no fue. Ya cuando los números fueron mi decisión, cada verso para mi fue una ventana, una llave, un hueco por donde salir sin ser visto. Las palabras fueron convirtiéndose en mis aliadas, en las hermanas que nunca tuve. Y sí, soy ingeniero, luego de años de dedicarle tiempo a lo que no debía, a lo que no quería realmente; las cifras son mi profesión, el sustento, la obligación. Está claro, creo, que mi pasión es otra».