El fatum o el factum, qué más da.
Ambos se alían para romper el vicio de mirarnos.
Pienso en untarle cocaína por dentro de la boca, mientras él se quita las manos sucias y las tira en el lavabo para no acariciarme.
Aún así, no puede evitar hacerlo con los muñones. La aspereza es la misma.
Me hormiguean los labios mientras sangran de gusto.
Me acusan de abierta indiferencia, pero estoy llena de puertas cerradas a las que nadie llamará.
Soy una especie de regalo envenenado que se mira de lejos con un cierto deseo, pero no se desenvuelve jamás por miedo a que te estalle ante los ojos.
Ante los míos, se curan en salud.
No admite que el peligro es una droga y siempre da otras razones para justificar su búsqueda.
Voy a tirar de él hasta vaciarle todos los cargadores en la adicción del alma.
Ya veremos con qué dispara la próxima sobredosis.
No soy yo quien le maquilla la cara a la muerte y le pinta de seducción los ojos, ni quien perfila los labios de la desolación para que luzca una sonrisa lenitiva.
Tampoco soy la inyectora del bótox que tensa el músculo flácido del corazón.
Siempre fue cosa de otra la estética de la alegría.
Yo sólo me detuve, entre la guerra de las galaxias y los puentes de Madison, a escuchar la tormenta.
Ni siquiera me importa que me quiten la lluvia.
Por no tener, no tengo ni sed.
Yo veo lo invisible, tengo un arte especial para ver lo oculto en la lejanía. Pocos secretos y menos emociones están a salvo de la delicada virtud de mi ojo fanático.
En las distancias cortas, sin embargo, no soy tan eficiente y más de una vez me falla estrepitosamente la intuición.
Por algo dicen que el amor es ciego.
Tiene hambre de mí.
Soy carne cruda y congelada, expuesta en la vitrina del desarraigo, pero él tiene hambre.
Se ha comido mis brazos, mis muslos, la parte superior de mi cabeza y hasta mis alas desplumadas, pero sigue mirándome con ojitos caníbales cuando las tripas le hacen borborigmos.
Tiene un hambre ancestral que sólo saciará si se come mi boca. Esta boca mía de urraca tísica devorancianos, y más si son cubanos e insaciables.
Todas las democracias esconden una dictadura que imponen a sangre y fuego llenándose la boca de justicia, cuando no hay un gobierno que no tenga las sentinas repletas de crímenes impunes.
Ni equilibrio ni honestidad ni cuernos en vinagre.
El paraíso de los sádicos es este puto mundo sin conciencia.
Anoche soñé que uno me borraba la cara a besos.
Yo no soy como tú.
Casi estoy segura de que a los hombres no hay que darles tiempo para que te abandonen con cualquier excusa.
A los que amas, menos aún.
Mal puedo darte mi versión sobre qué es lo que se siente al ser abandonada.
A mí los hombres se me desmemorian, se me enloquecen, se me mueren sin pedirme opinión o directamente me asesinan mientras me besan a oscuras contra cualquier pared que les pille de paso. Eso sí, por no dañarme de más y que pueda guardar un bonito recuerdo.
No sé cómo se me olvida darles las gracias. Será porque me disperso muriéndome hacia adentro.
Hace acto de presencia en los momentos más inoportunos.
Llega y me punza, me traspasa, me descoloca.
Eres el olor de mi vida.
Nada huele como tú.
Y yo voy, y me lo creo.
La oscuridad ha empezado a gustarse desde que la acaricio.
Me ha dicho que hasta se perfuma con Armani Code para salir al mundo.
Mis manos son las ariscas de siempre.
El milagro es del aire que las suaviza.
Antes de abrir la puerta lo sabía.
Siempre tuve que mirar hacia arriba para verme en sus ojos.
Y ahí estaba, un oscuro ciprés rodeado de rosas amarillas, con la boca más sensual que pueda tener un hombre.
Genio y figura hasta la sepultura, dijo tras la carcajada que soltó cuando le pregunté si se había muerto alguien.
No sé de qué te ríes, contesté, al fin y al cabo las flores sólo sirven para paliar el olor a muerto. Donde esté un buen piedrolo inmarchitable….
Mientras nos besábamos, toqué el rostro del olvido que me observaba inmóvil.
Era más alto que él y, mira que es difícil, mucho más atractivo.
Es posible que esté disparatada.
O loca.
O enamorada.
Cada día me acuerdo menos de mí.
Potentes disparos en estas prosas breves que dicen y trasmiten mucho.
Besos y abrazo fuerte, mí querida maestra.
Potentes versos con un cariz surrealista.
Ignoro por qué el sistema no me permite dejar mi » me gusta».
Me gusta Morgana, felicidades.