Criaturas extrañas, las casas sin cristales iluminaban sus ojos con la tristeza de las farolas.
Él era la boca de tragarse noches y las manos del hambre. Y yo carne de pérdida.
Fue más la forma de violar el pensamiento, cuando la lengua taladró un agujero pulcro en mitad del cerebro y puso allí su nido de serpientes.
Eres mala.
Cierro los ojos. Veo el mar y una playa desierta. Canturreo sin mover los labios. No estoy aquí.
Tú eres la culpable.
Él me robó el apellido de todos los hombres. Después odié a mi padre. Lo odié tanto que casi lo perdí.
Cantar me devuelve la parte de mí que no sobrevive.
***
La sonrisa es un ave migratoria.
Con los dedos palpo su vacío en mi rostro. Toco la piel del llanto. Toco la nada.
No existe la primavera. Es una excusa del destino para volver más crudo el invierno. Yo no sentía el frío cuando era cadáver.
Migró también la luz de las pupilas, el tiempo de soñar y el cielo virgen. Ya no me encelo más con la alegría. Es demasiado agudo su filo para mis venas. Y al final lo pongo todo perdido.
***
A veces me siento enferma de ruido, ese ruido que alguna vez será silencio y ahora es un murmullo gris, espeso, desquiciante.
Soñarse en otra boca es ahogarse en un mar escuálido y turbio. Derramarse por la boca en una marea que se mueve siempre de dentro hacia fuera, que anega la otra boca y hace desaparecer el mundo. Lo otro es besarse sólo. Y solo.
Anoche soñé que estaba condenada a muerte. Esperaba en un patio que parecía un desierto. Nadie venía a despedirme. El miedo se agarraba a mi costado como un dios terrible y la muerte no era el dolor, el dolor era la soledad infinita, ese patio infinito, ese mar infinito.
Soy un alma diminuta que guarda las distancias para no romperse.
***
Besar una lápida es tan triste… se quedan ahí los besos, afuera del silencio, descolgados y en ruinas. Y tú los miras, tan ajenos, mientras aún te humean los labios y piensas que parecen las guirnaldas de un árbol de navidad en febrero.
Algunas veces me alegro de ser tan diminuta por dentro. No me cabe el dolor y sobrevivo a base de anestesia y prisa.
Reconozco el sabor de los charcos y todos los te quiero que se me quedaron varados en la boca.
***
No hace falta conocer el día exacto. Está ahí, agazapado, buscándote la lluvia y los despojos. Como el olor de un trueno, como el hambre que viene tras el hambre, se acomoda dentro de tus entrañas y espera. Es el final que llega y con él, el silencio.
La primera ventana al mundo emerge de los labios del deseo. Letanía dulce que acalla la razón y vuelve la piel líquida. Es el sueño que vive en otro sueño, del que nunca despiertas. La voz incandescente, la premura de un beso sin esquinas, la estación de un tren desnuda como un páramo y tus pasos, y sus pasos…
Y luego viene el pensamiento en vilo, el tragaluz de los quizás, el vuelo del mañana que no llega, las manos en un cuerpo como interrogantes, querer clonar la vida y converger dos líneas paralelas. Y todo goteándote la boca porque el alma también tiene los muslos de una mujer sin luna. Y así pasan las noches…
El último balcón tiene vistas al vacío. Allí, donde los días no son sino recuerdos de agua que destilan las manos y las lenguas, es donde te emborracha el dolor y desdibuja el sol de tu silueta, volviéndola de sombra y de costumbre. Allí se cierra el círculo y el mundo se vuelve inhóspito y fugaz como las cosas que no importan.
Por qué, dirás, por qué, sabiendo ya el destino de un infierno diminuto y febril donde sólo cabe tu nombre, por qué seguir siendo parte de un presente imposible. Porque estoy viva hoy y ves, es más de lo que dije nunca antes.
***
Estaba sola antes de estar sola. Envuelta en un papel de estraza arrugado y triste.
Estaba sola con mi soledad de orilla sin agua, sin pisadas, tan de arena que ni sed tenía.
Y me inventé un reflejo de luna para las noches largas, luminoso y frío, trazándome una línea en el suelo. Yo era la equilibrista de la sonrisa pintada y la pértiga sin límites.
Me lo inventaba todo. Por eso ya no hay nada.