Nos citábamos a ciegas
en el motel de los versos
y era como un suicidio
lentificado en el tiempo.
Sin programación mental
desgranábamos silencios
con la paradoja a punto
de convertirse en misterio.
Todo era un baile loco
que siempre bailamos cuerdos.
De futuro nunca hablamos
ni del contraluz del sexo.
Del pasado alguna vez
si es que llegaban los muertos
a resucitar de noche
las lenguas de los lamentos,
mas con cada madrugada
estar vivo era lo cierto,
lo único que importaba
para conjurar los miedos.
Si te creí, da lo mismo,
pero en el confín del sueño
eras la pura metáfora
del amor que estando lejos
te excita la inteligencia
y te solivianta el cuerpo
con las manos tormentosas
al rozarte con los dedos.
Cómo encendimos hogueras
que atizamos con los vientos
de todas las latitudes
para quemar los secretos,
y cómo nos tradujimos
boca a boca el sentimiento
con las espadas en alto
pero el abrazo en el gesto.
Te hubiera reconocido
como reconoce un ciego
la llamada de la luz
desde el corazón del fuego.
El presente está plagado
de instantes de desencuentro,
de historias que nos mantienen
de las circunstancias presos
con los tobillos atados
y la rebeldía en cueros.
Entiendo que tengas dudas
y te asalte el desconcierto
porque la vida que apaga
hasta el resplandor del cielo,
haya llegado a la cima
de cualquier descubrimiento
y nos sepamos las mañas
de ser dos polos opuestos
con la sangre predispuesta
a dejar huella en el verso.
Con respecto a mí no dudes
ni me uses de pretexto,
que por algo estoy de vuelta
de tus íntimos infiernos
y sigo creyendo en ti
con los ojos bien abiertos.
Yo soy la misma y escribo
únicamente si siento
y te estoy sintiendo tanto
como siento el sufrimiento
que te lleva hasta la duda
si piensas que no te quiero.
Y es que te quiero, varón:
frágil corazón de acero.