
Corriente
Ya no quiero seguir. El manso río
caliente de mi sangre esta cansado
de correr por correr, desorientado,
en la mitad de un páramo sombrío.
Bajo el cantar risueño y sosegado
que entona su corriente, anida el frío
de los limos del fondo y el hastío
del que huye y no llega a ningún lado.
Siento la tentación de detenerme,
para el desfallecido es placentera
la agrisada visión de lo que duerme.
Pero algo me empuja a que prosiga,
y es que, a veces, ¡qué bella es la ribera
tecnicolor que mayo nos prodiga!
Aproximadamente
Echo en falta un color,
un matiz de la luz,
una textura…
Alguna interjección
-de aquellas malsonantes-
un adjetivo prístino,
o un verbo palpitando con las ganas
de decir la verdad.
Pero todo es inútil…
Un dolor
sordo y sólido ,
enquistado
en el pliegue más íntimo de la dermis del alma,
no hay quien lo dibuje o lo defina,
ni aproximadamente,
Y así no hay manera
de encontrar la palabra con suficiente filo
para sajar
y aliviar los humores de su ántrax
o la oración,
a modo de conjuro,
capaz de exorcizarlo.
En consecuencia,
sigue ahí,
ineluctable,
urente,
tenaz en su inhumana disciplina
de arruinarme mis días, huérfanos de horizontes,
y mis noches pulsátiles
para enaltecimiento
y gloria de su llaga.
Toca, pues, ignorarlo,
tratar de sepultarlo en las regiones
profundas del olvido.
Y esperar.
Solo el tiempo
puede sanar,
si nunca
le devuelve el aliento a los cadáveres,
hecha ceniza, al menos aligera
su carne putrefacta.
Echo en falta un reloj,
quiero contar
-aproximadamente-
cuantas eternidades torturadas
aguanto a malvivir sin derrumbarme.
Sospechando la cruda realidad:
Apenas la presencia indefinible
de mi dolor
-ahora es MI dolor-
pujante,
omnipresente
me abandone,
mi corazón,
absurdo y rutinario,
habrá de comenzar a echarlo en falta.