Primer día del viaje de Johann Sparragus
por la región altiplánica de la Puna
La Ecorregión Puna —conjunto de ecorregiones, según otros autores, entre los que se encuentra el Fondo Mundial para la Naturaleza— o simplemente puna (del quechua o quichua región de altura), es una región altiplánica, o meseta de alta montaña, propia del área central de la cordillera de los Andes, que cubre territorios del noroeste de Argentina, occidente de Bolivia, noreste de Chile y centro y sur del Perú.
Ya llevaba exactamente trece días deambulando entre las provincias de Salta y de Jujuy, haciendo nuevos amigos, maltratando mi cuerpo y esperando a mis compañeros de viaje con los que compartiríamos una travesía por la Puna en la que teníamos varias metas u objetivos. Unos compañeros de viaje que son un lujo para quienes tienen la suerte de acompañarlos.
Nos encontramos cerca de las 9 de la noche en La Silleta, un pueblo en las afueras de la ciudad de Salta. Compartimos unas cervezas, comimos el último asado en varios días y nos fuimos sin más a dormir. O eso creí. Hasta ese momento sabía que el sonido ronco de Andy podía traspasar paredes, pero no imaginé que mis compañeros, todos, ronquen que dan calambre.
En el tercer día para los recién llegados desde Buenos Aires, y el primero para mí, hicimos un recorrido tranquilo apuntando hacia el punto más septentrional del país, cruzando coloridas quebradas, subiendo cuestas mineras, rodeando salares y bordeando extensas lagunas.
Éramos, de la tripulación inicial, un grupo de 5 personas en tres camionetas: La aventurera Elsa con su Toyota Hilux y Eduardo Cinicola, “El Señor de los Mapas”, de copiloto, responsable de www.viajeros4x4.com, al que los entusiastas del off road le debemos los 1001 mapas de viajes que el señor brinda en forma gratuita y desinteresada en www.viajerosmapas.com. Andy, en su Toyota Land Cruiser HDJ 80, con Denis de copiloto y piloto, ya que conoce las 80 mejor que ninguno, fruto de los cientos de miles de kilómetros que le metió a una idéntica a la de Any, de color azul marino, que se viene comiendo con gusto las piedras de la orografía argentina y acompañando a Eduardo en muchas travesías, siempre como punta de lanza, abriendo el camino cuando este no existe.
En el tercer vehículo quien escribe, en otra Toyota, SW4 para Argentina, y Fortuner para el resto de los países en donde se comercializa, viajando sin acompañante, como tantas veces.
No todos nos conocíamos pero compartimos una misma pasión. Podían presentarse sorpresas. Especialmente en un escenario por el que durante varios días casi siempre circularíamos por sobre los 4.000 m.s.n.m., en donde el aire enrarecido puede jugarle a nuestros cerebros o cuerpos una mala pasada. También a nuestros vehículos.
Primer día: De Salta a Santa Catalina
Tomamos la nueva Ruta 9, el camino más rápido hasta Humahuaca, en donde nos hicimos de combustible y yo de hojas de coca (casi una cábala en mis viajes por la puna).
Aunque era un día de enlace, no nos privamos de tomar el camino más largo, conduciendo por un camino de cornisa que lleva a la Mina El Aguilar, de larga trayectoria, y posiblemente ya explotada por los Incas, y que desde 1936 extrae plomo, plata y zinc de las laderas de la Sierra Aguilar a 4.500 m.s.n.m.
Tras recorrer este camino anaranjado de cornisa, fuimos ascendiendo entre rocas y cardones siempre entre los 3.700 y 4.000 metros de altura hasta llegar a la entrada de la mina misma, un lugar prohibido para terceros o ajenos pero que emplea a más de 600 personas, que con sus familiares llegan a componer un pueblo de más de 4.000 almas al que los pobladores llaman “El Campamento”.
El Aguilar, tal es el nombre que resulta en uno de los tres centros poblaciones más altos del mundo.
La mina pertenece a Glencore International, una minera de gigantes capitales suizos que tras muchos años de hacer minería subterránea en El Aguilar se decidió a explotar y desaparecer montañas y hacer lo que se conoce como minería a cielo abierto, práctica que se repite en Bajo de la Alumbrera (Catamarca), Mina Veladero en San Juan y Pascua Lama en el límite fronterizo entre los departamentos Alto del Carmen (Chile) y de Iglesias (San Juan, Argentina).
El camino pasaba por el minúsculo y prolijo caserío de Casa Grande, con sus pircas, su iglesia y la infaltable cancha de fútbol. Aprovechando la sombra de algunos árboles plantados y cuidados por el hombre, paramos por nuestro primer picnic provisto por Andy y su interminable heladera de las mil cervezas y unos salames grandes como espadas.
El camino busca abrirse gentil entre las Sierras de Aguilar. Las vistas por momento son escarpadas y nunca dejan de ser bellas, siempre acompañadas por un suave matiz verde y pardo.
Tras pasar por la puerta de la Mina Aguilar y ya volviendo hacia la ruta por un camino de pavimento roto que a veces presentaba precipicio a ambos costados, desembocamos en un cuartel de gendarmería que controla a todos los que pasan por ese camino minero.
Volvimos a la ruta en busca del oro combustible, cargando por última vez en una estación de bandera blanca en Abra Pampa. A partir de entonces solo podíamos surtirnos de los más de 80 litros de combustible extra que llevábamos en bidones y tanques auxiliares de las camionetas.
A lo poco de seguir por caminos de ripio y a buen ritmo siento mi rueda delantera derecha pinchada, y Denis, alias “Dr. Tarugo”, vuelve a mostrar otro de sus múltiples talentos, esta vez arreglando la goma con un tarugo, pese a que “la pinza esta” no era ARB y le dificultaba la faena.
En seis o siete minutos estábamos nuevamente andando y alcanzando a Elsa y Eduardo que se encontraban pululando en la Laguna de los Pozuelos y nos lo comentaban todo por radio.
Un rato más adelante, todavía camino a Laguna Pozuelos, la Toyota Land Cruiser de Andy experimenta una rotura en la manguera que comunica los dos tanques de combustible que posee la nave. Apremiados por el tiempo, pues (supuestamente) nos esperaban en Santa Catalina para comer y dormir, el team pone manos a la obra y con su caja de 100 kilogramos de herramientas solucionan el problema en 8 minutos con treinta, distraídos por galletitas de las dulces.
Por ese camino, que no mostraba cambios significativos de altitud, llegamos cerca de las 21 horas al pueblo de Santa Catalina, uno de los más septentrionales del país, enclavado a 3.800 metros de altura (ideal como para aclimatar) y contando con una población estimada de 2.000 habitantes, aunque son muchos menos los que uno ve y percibe.
Doña Rosa, quien fuera a alojarnos y alimentarnos, tenía la casa llena de familiares, por lo que se tomo la molestia de conseguirnos lugar en una simpática hostería de dos o tres cuartos. Nos procuramos alimento, un pollo al limón con fideos crudos y sin más nos fuimos a dormir en esos cuartos pequeños de cercanas camas sabiendo que nos esperaba un día largo y difícil.
El resto del viaje en el blog de Johann Sparragus: portierraporlatierra.blogspot.com
Acerca de Johann Sparragus
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