Milagros
I
Al cabo de este andar que se aligera,
de un ángel entre encajes suspendido,
me ha sido este verdor irrepetido
porque te quiera así, porque te quiera.
Porque contigo todo se acelera,
velocidad de instante y de latido,
a tu sonrisa voy como hacia el nido
aún a medio hacer en primavera.
Y aún a medio hacer la flor y el gajo,
la sangre por las venas se reprisa
motivo de frutal predicamento.
Que arriba todo es como es abajo:
a Dios en vecindad de tu sonrisa,
por un momento vi… por un momento.
II
Del Verbo es el deseo de que explores
desde lo inaprendido a lo supuesto,
y nuevas son las cosas —pormenores—
al desafiar tu boca aquello y esto.
Qué cónclave de lirios seductores
en los jardines niños de tu gesto,
la viva perspicacia de las flores
en nítida ascendencia sobre el resto.
Qué inevitable asunto de la hierba
dirime entre tus dimes y diretes
el aire emparentando epifanías.
Cuanto tú dices —niña— se exacerba
la dulce inequidad a que sometes
el alma, los relojes… y los días.
Vos
Siete lunas
¿Ves aquélla mujer mecer la cuna?
Parece tan posible, tan cercano
tocar el horizonte con la mano,
uncirle un cielo nuevo a la fortuna.
Ha debido comerse siete lunas,
ese vientre crecido del rellano;
las tibias levaduras del arcano
leudar en sus dos pechos como dunas.
¿Adviertes la patada inoportuna
la nausea repentina y el desgano?
¿La larva del antojo a contramano,
de ese cuerpo por dos que se le apuna?
La punta del pezón como aceituna
que espera el amasar de su artesano
ya sueña con la vida mano a mano
¿Has visto esa mujer mecer la cuna?