Partiéndome la vida
voy a abrirme en canal y descarnarme
para sacar de mí la flor que guardo
desde que me conozco.
Sigue brotando dentro
con la fuerza de un tronco inalcanzable
y quiere armar un bosque entre mis venas
de plástico y de sangre desangrada.
Dejaré de ser hombre —dichoso el día—
una noche de éstas, la más horrible
y pasaré a ser bosque de pinares
y eternidad de dioses en la tierra.
Ninguna mala hierba en la espesura
ni un arbusto de espinos en los valles.
Un río pequeñísimo de piedras redonditas
y agua de cristales en un millar de espejos
para calmar la sed de los hidrópicos.