Maferefun, Cuervo
Me preguntaba yo, luego de hacer la siesta,
qué pasaría hoy,
exactamente hoy. Un Lunes a las seis
si me muriera.
Mi amor, mi gran amor del mundo y de los mundos
buscaría otro amor,
porque tú sabes bien, amigo mío,
de amor nadie se muere.
Y el hombre siempre vuelve a ser amor.
Es ley de vida.
Mis hijas, mis mataharis guerreras. Compañeras
de fatigas del alma
a las que hice mujeres
antes de que sus ojos lo pidieran,
a las que hice montañas
sin posibles ascensos de lo absurdo,
se buscarán la vida
con tal de que la vida no las muerda.
Como les enseñé.
Me quiero más que nunca en esta hora.
6:45 de la tarde.
Cada trozo de carne, de manos y de noche.
De mí, lo adoro todo.
Porque quiero vivir
pa’ que vivan los míos mi alegría.
Mi son de libertad.
Cada grito de guerra que le doy al destino.
Vaya a la mierda el diablo y sus tragedias.
Nunca creí en la muerte. Ni quiero que me lloren.
Que corra el ron sobre cubierta.
Pero aún queda mucho que dar a nuestra flota.
Maferefun mi cuervo,
Maferefun.
Ayer mañana y siempre.
Mamá, quiero ser sonetista
Querido Juan Ramón, pido un soneto
como quien pide en medio de una fiesta
vuelen al aire ritmos de bolero
para amarrarse al cuerpo de una hembra.
Tu abolengo y montura, moguereño,
inalcanzables son para mi empresa.
Lánzame un cable a tierra, viejo arriero,
desde tus anchos vuelos de poeta.
Pues de catorce patas y once nudos
se presenta la bestia ante mis ojos
retándome a montarla en desafío.
Si domarla consigo, te aseguro,
la bulla va a escucharse en «Alto Songo».
En su grupa violenta voy mecido.
Aún sigo en Estocolmo
Aún sigo en Estocolmo.
El galeón
se derrumba
sobre la laxitud
callada de su suerte.
Es un Lázaro envuelto
en un sudario blanco de carámbanos
a la espera de Cristo,
un témpano aquietado sobre el mar
negado a subyugarse.
Hoy nieva en Estocolmo.
El ancla se resiste a toda orden.
La arboladura gime
y el velamen
sisea moribundo entre mis rezos.
Los ángeles custodios
han tendido sus alas
sobre el sindicalismo
de la huelga.
El tiempo confabula.
La ciudad confabula
como una bailarina caprichosa
que ofrece a los turistas y portuarios
su exigua pompa de gogó falsaria
solo por retenerlos.
Quizá mañana.
Quizá mañana ronden otros vientos
y llueva en Estocolmo.
Desde cubierta exijo a lo divino:
—Que no cese. Que no calle, Señor
mi delgada llovizna libertaria.
Ésta palabra ardiendo que me cruza la frente
y los deseos.
Que no calle tu índigo de peces
ni tu morral de panes de futuro
que barre con pensarte
las rejas de mi oscuro falansterio.
La buena estrella
Algunas noches
no quiero ser marino.
Solo Goriot.
Ese Goriot tan francés y abnegado
que ofrece sus rodillas
a tu joven ventura
y bebe sopa amarga con migas de pan duro
sin quejarse durante todo el año.
Y el otro,
y el siguiente.
Para cumplir con todos tus caprichos.
Mi botín a los vientos
para limpiar tu estrella.
Pero no necesitas un Goriot,
sino a este Draco de papel
que mata
a puros cañonazos,
a los caimanes fieros de la ciénaga
que veneran a Giorgio.
Un igual que conozca la magnitud y el peso
de tu terrible caja de pandora.