Resilientes
Especial aniversario
Cuando mis compañeros me cedieron el honor de la palabra para escribir el editorial aniversario de nuestra Revista, lo hicieron creyendo que era la persona más indicada para transmitir a nuestros lectores el proceso de creación y evolución de la misma a lo largo de su primer año de vida. No porque sea más o menos importante que ninguno de ellos, claro está, sino porque me desenvuelvo en un puesto del equipo que estriba de que todos los jugadores de todos los demás puestos hagan su trabajo antes que yo pueda hacer el mío, lo que me proporciona una vista panorámica del juego y sus jugadas, por decirlo de algún modo, privilegiada. Pero como cualquier honor, el que me otorgaron lleva implícita la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias frente al compromiso que asumí y, ante mis múltiples y fracasados intentos de escribir un editorial aniversario a la manera convencional, como pensaba, quería y no pude hacerlo a pesar de haberme empeñado en ello, temo defraudar a las siete personas que dejaron este encargo entre mis dedos. Y es que la tragedia, esa sinvergüenza que no sabe de timbres ni de aldabas ni de puertas, que no pide ni espera el beneplácito de nadie cuando llega dispuesta a entrar en nuestras casas, respira en mi nuca en estos momentos y me recuerda las veces que ha escupido su nombre en nuestras caras en todos estos meses y, testarudo como ella, quiero hacerle saber que no pudo con nosotros; recordarle cómo nos bebimos nuestras propias lágrimas cuando sembró en nuestras almas el desierto, pensando que moriríamos deshidratados.
La tragedia, esa que pasa furiosa con su mirada de ocasos, los labios pintados de negro caótico, la sombra del dalle entre sus falanges de tsunami, envuelta en otoños y calzada en unos borceguíes número cuarenta y siete, punta de duelo y suela de lona para grabar a fuerza de infortunios las huellas de la nada y arrasar con todo lo que se interponga en su paso, desde que iniciáramos esta travesía a fines de dos mil catorce, se ha llevado a varios de nuestros compañeros, amigos y familiares cercanos en complicidad con doña fría, e incluso puso en jaque la vida de más de uno de nosotros, aunque no le permitimos que mate nuestra carne ni mucho menos nuestro espíritu. Eso nunca.
Para el acontecimiento que nos convoca quería escribir en detalle la historia de cuando el foro poético y literario Ultraversal llevaba más de una década de trayectoria en internet formando a escritores y poetas de todas partes del mundo, y la Comunidad Ultraversal en Google Plus acababa de cumplir su primer año de vida, y surgió la idea de crear una revista de escritores para escritores, como la llamaría por primera vez Morgana de Palacios, en la que poder publicar las mejores obras de los autores ultraversales que dieran su consentimiento para dicho fin y, por supuesto, estuvieran comprometidos con el proyecto. Quería escribir de cómo en principio se pretendía que la Revista fuese publicada en un blog como único soporte digital, y Gavrí Akhenazi, conocedor de mi afición por el diseño web, propuso que fuera yo quien me encargara de la realización de la página, a pesar de que por entonces mis estudios me mantenían alejado de Ultraversal. Quería contarles de cómo una vez creado el staff de planta permanente, en el cual me incluyeron como miembro, dicho con toda honestidad, para mi asombro, el primer punto de encuentro del equipo editorial fue el correo electrónico, donde tuvieron lugar diversos debates, acuerdos, desacuerdos y hasta alguna que otra controversia en el apasionamiento generado por alcanzar la excelencia y entregar a quienes serían nuestros lectores un producto digno y de buen gusto, donde la presentación estuviese a la altura del contenido en una mixtura que representara nuestro sello de calidad, puesto que sabíamos que revistas digitales las hay como para forrar una nación sólo con sus portadas, pero también que muy pocas de ellas expresan una imagen profesional o se toman con la seriedad que nosotros nos tomamos cada cosa que hacemos, porque aunque tengamos la capacidad de improvisar sobre la marcha si la situación lo amerita y seamos humanos, tengamos falencias y podamos equivocarnos como cualquiera, no somos unos improvisados. Quería escribir de cuando el dos mil quince asomaba su cabeza como una criatura recién nacida y con mis compañeros nos reunimos en sucesivas ocasiones por Hangouts para repartir democráticamente los cargos en los que se desempeñaría cada uno de nosotros dentro de la Revista y esclarecer el modo en que llevaríamos a cabo nuestro plan. Escribir de cómo si bien el reparto fue sencillo, ya que nos conocemos lo suficiente como para saber cuál es la tarea indicada para las aptitudes de cada cual, organizarnos de tal modo que funcionáramos como una máquina humana con todos sus engranajes perfectamente hermanados, como un auténtico equipo, tal y como trabajamos en la actualidad, fue una labor mucho más compleja que requirió tiempo de adaptación, constancia y firmeza de ánimo en esos momentos en que la meta parecía inalcanzable ante la aparición de nuevos, y cada vez más complejos, obstáculos. Deseaba contarles de cómo teniendo nada más que una vaga noción del modo en que se realiza una revista digital, nos formamos, estudiamos todo lo que teníamos que estudiar, hicimos los deberes que nosotros mismos nos mandamos y desde las ganas mismas, con amor, inteligencia y muchísima voluntad logramos lo que nos propusimos. Quería, como ya dije, contar una historia, y en cierto modo lo hice con estas vagas pinceladas de reminiscencia que acabo de dar, pero no es lo único que tenía ni lo único que tengo para decir.
Cumplir nuestro primer aniversario es un motivo de celebración, no caben dudas de ello, pero ante todo, la oportunidad de reflexionar sobre aquello que celebramos que, desde mi óptica, es mucho más que el simple hecho fortuito e inevitable de que transcurrieron trescientos sesenta y seis días desde el lanzamiento de nuestra Revista hasta la fecha. Detenernos en ese continente cuyo único artífice es el tiempo, sería negarnos la posibilidad de bucear en el contenido con el que nosotros llenamos dicho continente, dándole un sentido más profundo. Porque lo que celebramos este primero de mayo, lo que yo particularmente celebro, no es que llegamos hasta aquí impelidos por la inercia del movimiento de rotación y traslación de la Tierra, sino que lo hicimos de pie, erguidos incluso cuando el agua empetrolada nos mordía las narices y lidiando en simultáneo con circunstancias personales de lo más adversas, pérfidos y un séquito de opositores a los que ya les dediqué suficientes palabras en el primer editorial que escribí para esta Revista como para darles más cámara de la que de por sí roban cada vez que, salvo nobles excepciones, hacen su bufonesca aparición.
Hoy celebro y agradezco la posibilidad de formar parte de un proyecto cultural que es la prueba viviente de que el que quiere, si se esfuerza y sirve para lo que quiere, puede. Celebro pertenecer a un grupo de personas talentosísimas con un nivel literario a la altura de cualquier gran escritor, cuya cualidad preponderante no es el talento, a pesar de tenerlo de sobra, sino su formidable capacidad de resiliencia. Y celebro, además, en un mundo gobernado por el individualismo, que nuestra Revista simbolice una victoria del altruismo frente al egoísmo, que aunque resulte de las dimensiones de una partícula subatómica comparada con las innumerables batallas que gana a diario su antagonista, sumada a un montón de otros pequeños triunfos, nos proporciona el oxígeno necesario para seguir viviendo.
Hoy celebro y agradezco más que nunca ser ultraversal.