Por Enrique Ramos
La etopeya
Séptima entrega del estudio de Enrique Ramos
publicado en el taller de Ultraversal
La etopeya consiste en la descripción del carácter, cualidades, defectos y valores morales o espirituales, de las acciones y costumbres de una persona, es decir, en la descripción de su interior.
Veamos algunos ejemplos. En primer lugar, un magnífico poema de Morgana de Palacios, publicado en la serie de “Días de Marihuana”, sin título:
Soy la Reina Negra de las calaveras,
la del holograma de un fantasma triste,
la que escupe al cielo de las primaveras
y desde su invierno, se eleva y persiste.
Soy la del insomnio vestido de verso,
la de los secretos detrás de la luna,
nictálope oscura de oscuro universo,
la de la mirada de verde aceituna.
Soy la gata en vela, la bruja nocturna,
la de negras alas robadas al viento,
la que finge risas siendo taciturna
y miente verdades de amor fraudulento.
La de los cuchillos, la de los trigales,
la de los divorcios y los esponsales
de Dios y el Diablo tras de mi ventana.
No tengo respuestas, soy tiempo perdido
en la sombra leve de un pájaro herido
que sueña su tumba. Me llaman Morgana.
A continuación, un poema de Ángel González:
Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Angel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante voz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…”
Bellísimo este poema de nuestro compañero Aspideviper:
Osetia
Soy una arista, una lágrima,
un inmenso dolor imperceptible,
soy un aullido socavado, soy
una sombra deshuesada,
soy un recurso, un sin nombre,
el solar de la injusticia, soy la carne
despiezada en las paredes,
un error de la paciencia y un rostro
sin quejidos, un pájaro de plomo,
soy dos ojos asustados
de la terrible hazaña de los dioses
y la palabra soy que habla de jazmines
en vez del horror en las escuelas
o del limpio estallido de las aves
con cien almas en sus vientres,
soy, como bien sabes, soy
los restos del naufragio, el asco
de la arcilla, las sobras del milagro,
soy un muerto perfectamente muerto
aun en vida, eso, un muerto.
José Luis Jiménez Villena nos deleitó con el poema que reproduzco aquí completo:
El animal
Yo soy el animal y tú la selva húmeda
la raíz que endereza el tesón de los árboles,
el calor sofocante, la tormenta, la lluvia
salvaje eres, aire, la comida del hambre.
Yo soy el animal, soy el eco lejano
que resuena en la voz de las ramas más altas
de tus sueños, soy yo la fiera del pantano,
el caimán acechante, el felino que asalta
el latir de tu cuello y ansioso lo devora.
Yo soy el minotauro, cabalgo por el tiempo
arcano de la noche, y soy tu laberinto,
soy la furia del viento, la ley de la manada,
soy yo el animal que te ha mordido el alma.
Y también precioso, este ya clásico de la poesía en habla hispana, de Antonio Machado:
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conoceréis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía”
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.