Quiero pedirte, amor, que me mandes de nuevo aquella foto en la que me abrazabas dulcemente. ¿La recuerdas? Estuvimos pensando en ir a Roma, a Berlín o a Viena pero al final nos fuimos a París, aquella tarde. A la orilla del Sena nos besamos esa primera vez y luego, tantas otras, por el Barrio Latino y por Montmartre, bajo la Torre Eiffel y las estrellas. Los días eran largos como espadas y grises como cielos. Pero las noches, las noches eran nuestras, y podíamos vernos y tocarnos y besarnos, y hacernos el amor, salvajemente.
Yo te amé en un hotel de esos gran lujo sobre una cama ancha, como un sueño, y una botella de champán francés en la mesilla, tus pechos dulces, tus gritos de placer y mis gemidos y tus manos sedientas y mis manos y mis labios hambrientos y los tuyos.
Tú me amaste en silencio con los ojos cerrados, calladamente. No importaba el lugar, importaba el momento. Por la ventana entraba, mortecina, una luz suave como tus dedos y tu mirada triste sobre mis ojos. Susurrabas mi nombre y me abrazabas, y jurabas tu amor, y yo te protegía con mis brazos e imaginaba que todo aquello estaba sucediendo.
Después, nos despedimos con un cuánto te quiero, amor, hasta mañana y apagamos los sueños y la luz.
Mañana volveremos a encender la pantalla y a soñar un viaje de amor en la distancia.
La GRADACIÓN o CLÍMAX es una figura retórica del pensamiento que consiste en juntar en el discurso palabras o frases que, con respecto a su significación, vayan como ascendiendo o descendiendo por grados, de modo que cada una de ellas exprese algo más o menos que la anterior, o lo exprese con más o menos intensidad.
Por ejemplo, en este fragmento de Zorrilla:
“Rey sin vasallos, sin amigos hombre, en mi raza extinguido el reino godo, sin esperanza, sin honor, sin nombre, perdido Teudia, para siempre todo”
o en este fragmento de una de las coplas de Jorge Manrique: “(…) allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos (…)”
La gradación puede ser claramente ascendente, como en esta Rima XXIII de Bécquer:
“Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso…, yo no sé qué te diera por un beso”
O claramente descendente, como en el siguiente fragmento de un Soneto de Góngora:
“… no sólo en plata y viola truncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” ◣
Séptima entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
La etopeya consiste en la descripción del carácter, cualidades, defectos y valores morales o espirituales, de las acciones y costumbres de una persona, es decir, en la descripción de su interior.
Veamos algunos ejemplos. En primer lugar, un magnífico poema de Morgana de Palacios, publicado en la serie de “Días de Marihuana”, sin título: Soy la Reina Negra de las calaveras, la del holograma de un fantasma triste, la que escupe al cielo de las primaveras y desde su invierno, se eleva y persiste. Soy la del insomnio vestido de verso, la de los secretos detrás de la luna, nictálope oscura de oscuro universo, la de la mirada de verde aceituna. Soy la gata en vela, la bruja nocturna, la de negras alas robadas al viento, la que finge risas siendo taciturna y miente verdades de amor fraudulento. La de los cuchillos, la de los trigales, la de los divorcios y los esponsales de Dios y el Diablo tras de mi ventana. No tengo respuestas, soy tiempo perdido en la sombra leve de un pájaro herido que sueña su tumba. Me llaman Morgana.
A continuación, un poema de Ángel González:
Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Angel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante voz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos. De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento…”
Bellísimo este poema de nuestro compañero Aspideviper:
Osetia
Soy una arista, una lágrima, un inmenso dolor imperceptible, soy un aullido socavado, soy una sombra deshuesada, soy un recurso, un sin nombre, el solar de la injusticia, soy la carne despiezada en las paredes, un error de la paciencia y un rostro sin quejidos, un pájaro de plomo, soy dos ojos asustados de la terrible hazaña de los dioses y la palabra soy que habla de jazmines en vez del horror en las escuelas o del limpio estallido de las aves con cien almas en sus vientres, soy, como bien sabes, soy los restos del naufragio, el asco de la arcilla, las sobras del milagro, soy un muerto perfectamente muerto aun en vida, eso, un muerto.
José Luis Jiménez Villena nos deleitó con el poema que reproduzco aquí completo:
El animal
Yo soy el animal y tú la selva húmeda la raíz que endereza el tesón de los árboles, el calor sofocante, la tormenta, la lluvia salvaje eres, aire, la comida del hambre. Yo soy el animal, soy el eco lejano que resuena en la voz de las ramas más altas de tus sueños, soy yo la fiera del pantano, el caimán acechante, el felino que asalta el latir de tu cuello y ansioso lo devora. Yo soy el minotauro, cabalgo por el tiempo arcano de la noche, y soy tu laberinto, soy la furia del viento, la ley de la manada, soy yo el animal que te ha mordido el alma.
Y también precioso, este ya clásico de la poesía en habla hispana, de Antonio Machado:
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conoceréis mi torpe aliño indumentario—, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía” Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.
Sexta entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
Figura del pensamiento con que se manifiesta, expresándolo en forma exclamativa, un movimiento del ánimo o una consideración de la mente. Es la intensificación de la expresión emocionada de un juicio o sentimiento.
Véase el énfasis que imprimen las exclamaciones en estos versos de Garcilaso de la Vega: ¡Oh más dura que mármol a mis quejas, y al encendido fuego en que me quemo, más helada que la nieve, Galatea!
La exclamación como figura tiene mucha relación con la entonación del poema. Una sentencia aseverativa se caracteriza por comenzar con un tono bajo que se eleva hasta un tono medio, para terminar en un tono bajo. La exclamación ofrece una línea melódica marcada por un tono más elevado y con más altibajos en la modulación. Los cambios de modulación afectan al significado del poema, pero más aún al dinamismo que se aprecia en la lectura. Un poema construido a base de frases aseverativas tendrá necesariamente un tono más bajo que otro construido con sentencias exclamativas. Un poema construido en un tono bajo dará una sensación de monotonía, de letanía o de intimidad, mientras que uno construido a base de exclamaciones tendrá un tono mucho más vivo y agitado y un efecto retórico, como el que adopta un orador cuando está ante un oratorio y tiene un público abundante delante de sí.
Las exclamaciones pueden servir para enfatizar el poema en su conjunto o bien para producir pequeñas elevaciones de tono que pueden romper la monotonía de una línea melódica baja. La primera opción no suele ser muy eficaz en la poesía actual, ya que el mantenimiento de un tono elevado durante mucho tiempo termina pareciendo monótono, no menos que el mantenimiento de un tono bajo. Lo que rompe realmente la monotonía son los cambios, no el énfasis, al menos desde un punto de vista de la estética actual. Los poetas románticos, sin duda, no estaban muy de acuerdo con esta afirmación.
En nuestros días, un poema que abusa de la exclamación nos parece pomposo, grandilocuente y hueco, rebuscado y poco natural.
Fijaos en la sensación que produce la lectura de los siguientes versos, del Canto a Teresa, de José de Espronceda:
(…) ¡Oh llama santa!, ¡celestial anhelo! ¡Sentimiento purísimo! ¡memoria acaso triste de un perdido cielo, quizá esperanza de futura gloria! ¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo! ¡Oh, mujer!, ¡que en imagen ilusoria tan pura, tan feliz, tan placentera, brindó el amor a mi ilusión primera…! (…)
La utilización de los signos de exclamación para proporcionar un énfasis sobredimensionado a los versos fue un recurso muy utilizado en el romanticismo poético; hoy día la utilización desmedida de este recurso empobrece el poema, pues éste deja de sonar natural, dando una sensación similar a la que dejan unos actores que sobreactúan, es decir, no convence.
Obsérvese cómo en este poema Ángel González utiliza la exclamación con la máxima mesura, a fin de no comprometer la credibilidad del mensaje poético:
La trompeta
(Louis Armstrong) ¡Qué hermoso era el sonido de la trompeta cuando el músico contuvo el aliento y el aire de todo el Universo entró por aquel tubo ya libre de obstáculos! Qué bello resultaba el estremecimiento producido por el roce de los huracanes contra el metal, de los cálidos vientos del Sur, y luego del helado austral, que dio la vuelta al mundo. El viento solano llegó lleno de luz salpicando de sol y de verano. El siroco dejó un poco de arena, y el mistral era casi silencio, igual que los alisios. Pero escuchad, escuchad todavía el ramalazo, la poderosa ráfaga que trae gotas de azul y deja sobre la piel la húmeda caricia del salitre. Un grito agudo interrumpió la melodía. El artista, extrañado, agitó su instrumento, y cayó al suelo, yerta, rota, una brillante y negra golondrina.
Es muy destacable la manera en que el poeta comienza empleando los signos de exclamación en la primera estrofa y cómo el lector, casi sin darse cuenta, continúa exclamando según sigue leyendo, sin necesidad de que exista signo de exclamación alguno, pero siempre sin perder la sensación de honestidad, de naturalidad que tiene el poema.
Aprovecho la ocasión para recordar aquí que los signos de exclamación son dos, uno de apertura y otro de cierre, y que se colocan al principio y al final del enunciado exclamativo. En castellano es obligatorio poner el signo de apertura, a diferencia de lo que sucede en otras lenguas, como el inglés. No ponerlo implicará, además de tratarse de una falta de ortografía, que el lector entonará de forma errónea hasta el momento en que termine de leer la frase, momento en que verá el signo de cierre, por lo que estaremos forzando al lector a releer para volver a entonar correctamente.
Quinta entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
La ALEGORÍA es un tropo que consiste en hacer patentes en el discurso, por medio de varias metáforas consecutivas, un sentido recto y otro figurado, ambos completos, a fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente.
La alegoría se puede considerar como una metáfora prolongada en la que cada elemento imaginario tiene su correspondiente referente real.
Se puede distinguir, igual que hacíamos en el caso de la metáfora, entre alegoría pura, en la cual no aparece en ningún momento el plano real, y alegoría impura, en la que el significado real aparece en el poema.
Por ejemplo, sería una alegoría impura la siguiente, extraída de un soneto de Gutierre de Cetina y donde cada elemento metafórico aparece acompañado por su referente real en forma de genitivo:
“en la barca del triste pensamiento, los remos en las manos del tormento, por las ondas del mar del propio llanto, navegaba Vandalio…”
Podemos disfrutar de una hermosísima alegoría en estos versos extraídos del poema “Mujer con alcuza”, de Dámaso Alonso, en los que el poeta hace una alegoría de la vida como viaje en un tren:
Oh sí, la conozco. Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren, en un tren muy largo; ha viajado durante muchos días y durante muchas noches: unas veces nevaba y hacía mucho frío, otras veces lucía el sol y remejía el viento arbustos juveniles en los campos en donde incesantemente estallan /extrañas flores encendidas. Y ella ha viajado y ha viajado, mareada por el ruido de la conversación, por el traqueteo de las ruedas y por el humo, por el olor a nicotina rancia. ¡Oh!: noches y días, días y noches, noches y días, días y noches, y muchos, muchos días, y muchas, muchas noches.
Y para terminar con los ejemplos de alegoría, bien viene aquí a cuento el poema de nuestro admirado Pedro Javier, que con maestría arguiñaniana nos ha preparado esta
TORTILLA AFRODISIACA Si afrodisíaca haces la tortilla, los ingredientes son para el evento: apio, cebolla, el cuarto de un pimiento y un toque picaresco de guindilla. Se baten bien los huevos a dos manos hasta mostrar erecta la mixtura y se cubre con celo a la criatura con suaves movimientos cortesanos. Luego se da la vuelta y se la dora por detrás y delante con esmero y ya en la posición del misionero se le ajustan los flancos sin demora. Y para refrescar el calentón se introduce con maña un buen gambón.
Aclarar que, después de publicarla, pidió disculpas a las damas y a los caballeros, siempre en tono de broma, claro está.
Con esta palabra de origen griego, que significa transposición, se designa al tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita.
La metáfora implica, pues, la sustitución de un término propio por otro en virtud de la similitud de su significado o de su referente. Se aplica el nombre de un objeto a otro objeto con el cual se observa alguna analogía; el autor, utilizando su sensibilidad y su intelecto, establece entre estos objetos una comparación y designa a uno con el nombre del otro, eliminando cualquier rastro gramatical de la comparación.
Tradicionalmente se habla de A y de B como los términos real e imaginario, y como fundamento la característica que hace a A semejante a B (igual que decíamos en el caso de la comparación). De esta manera, si decimos “tus ojos son estrellas”, el término real sería “ojos” (A) y el término imaginario, “estrellas” (B); el fundamento sería el brillo de las estrellas, al que veo idéntico al de tus ojos, tanto, que identifico unas y otros.
Es fácil observar que una metáfora puede ser una comparación en la que se omite el enlace o nexo.
En cualquier caso, la metáfora es mucho más audaz que la comparación, ya que establece una identidad entre el plano real y el plano figurado. No se dice que A es como B, sino que se va más allá y se afirma que A es B. Se pueden expresar los dos planos, siempre sin partículas comparativas que los unan, pero también es posible (y muy frecuente) que se eluda el plano real y se exprese tan sólo el plano figurado.
La metáfora supone una trasgresión del orden racional de las cosas; revela una evidencia intuitiva, a veces irracional, saltándose los límites de la interpretación lógica de la realidad. La metáfora supone la afirmación de lo imposible con tanta naturalidad que parece posible. Esa es la razón por la que la metáfora, cuando está bien construida, tiene tanta fuerza expresiva.
En la metáfora, el plano figurado enriquece con sus cualidades al plano real, lo dota de matices de los que inicialmente carece, a diferencia de la comparación, que únicamente resalta la semejanza, sin añadir nada. Con la metáfora se superpone la fuerza poética del plano figurado con la fuerza poética del plano real, dando lugar a una imagen mucho más poderosa, mucho más expresiva y sorprendente que cada uno de los términos separadamente.
La metáfora supone sugerir en el término real rasgos que sólo están en el término imaginario. Según decía Ortega y Gasset, “la metáfora es un procedimiento intelectual por cuyos medios conseguimos aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual. Con lo más próximo y lo que mejor dominamos, podemos alcanzar contacto mental con lo remoto y más arisco. Es la metáfora un suplemento a nuestro brazo intelectivo”.
La metáfora es un recurso de muchísima fuerza expresiva, pero debe ser utilizada con una cierta prudencia que le poeta debe saber medir. Debe huir del uso tópico de las metáforas, ya que cuando se utilizan metáforas gastadas o muertas, el lector no siente la extrañeza que se persigue con su uso, sino más bien un gran aburrimiento cercano a la náusea. No tiene ya sentido hablar de “correr un tupido velo”, de “el manto de la noche”, de “labios de coral” y lugares comunes similares.
También es cierto que el poeta debe tener una cierta prudencia con la oscuridad de las metáforas.
Cuando en un poema en el que el poeta utiliza muchas metáforas éstas son oscuras, de forma que el lector es incapaz de encontrar un plano real detrás del plano imaginario, el lector se pierde, bucea. Es cierto que una metáfora exige del lector una actitud activa, dispuesta a descubrir su sentido profundo, pero no es menos cierto que si a pesar de esa actitud activa la metáfora se resiste a ser interpretada, o bien sólo permite vislumbrar un sentido (con mil dudas) tras una ardua meditación o después de muchos razonamientos, el poema se convierte en un jeroglífico, en un ejercicio propio de filólogos más que de lectores inteligentes. En este caso, el poema fracasa, a mi entender. La responsabilidad de que la comunicación no sea eficaz no es nunca del receptor del mensaje, sino del emisor. Si a un buen lector le resulta imposible entender un poema porque está plagado de metáforas oscuras, el problema es del poeta, no del lector. Una metáfora que sólo entiende el poeta que la escribió no es una buena metáfora. Recalco aquí que estoy hablando de metáforas, tal y como se han definido al principio, no de “imágenes”, que son otro recurso poético bien distinto que responde a otras pautas y que se sustenta en otras razones, como veremos en otro apartado.
Clasificación
Existen muchas clasificaciones de las metáforas, atendiendo a diferentes criterios. Yo he elegido una (en realidad, cualquier clasificación que facilite su estudio es buena, pues todas son convencionales), que clasifica las metáforas en dos grandes grupos:
a) METÁFORAS PURAS b) METÁFORAS IMPURAS b.1) Metáfora de nombre b.1.1.) Metáfora de reclamo b.1.2) Metáfora copulativa b.1.3) Metáfora metamórfica b.1.4) Metáfora de genitivo b.2) METÁFORA DEL VERBO b.3) METÁFORA DEL ADJETIVO b.4) METÁFORA DEL ADVERBIO
A continuación, haremos un pequeño análisis de cada uno de estos tipos de metáfora:
a) METÁFORAS PURAS, entendiendo por tales aquellas en las que se omite el plano real, ofreciendo sólo el plano figurado. Suelen ser mucho más difíciles de escribir de forma que se asegure su comprensión por parte del lector. Sin embargo, son las de mayor fuerza expresiva. Su fórmula es B en lugar de A, de forma que A no se menciona. Veamos este ejemplo de Miguel Hernández, en su “Elegía”:
Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado
En el que el término real es la muerte y el término imaginario, compuesto, como se puede apreciar fácilmente.
b) METÁFORAS IMPURAS, en las que se expresan ambos planos, real y figurado, identificándolos entre sí. Admite muchas variantes, como las siguientes:
b.1) METÁFORA DEL NOMBRE:
b.1.1.) Metáfora de reclamo: el término B sustituye a un contenido A antes mencionado. Puede adoptar las formas de aposición (A y B separados por una simple coma), vocativo, por paralelismo o demostrativa. A veces se trata de una sinonimia de dos expresiones, de las cuales una es metáfora de la otra.
Por ejemplo, estos versos de Juan Ramón Jiménez, con el esquema A, B:
¡Oh, mar, azogue sin cristal; mar, espejo picado de la nada O éste de J. Guillén, con el mismo esquema:
El ruiseñor, pavo real facilísimo del pío
donde el ruiseñor (A) es un pavo real (B) que canta bien.
Sugerente la metáfora siguiente, en unos versos de “Irene”, de Luis García Montero: Y la distancia, esa divinidad que medita en el agua de los puertos (…)
Bellísimos estos de Alberti, con el esquema A, B, B…
Buen marinero, hijo de los llantos del norte, limón del mediodía, bandera de la corte mosa del agua, cazador de sirenas
En éste, Borges emplea el esquema contrario, B, A:
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte
Y éstos de Bécquer, con el esquema B, B, B, A: dos ideas que al par brotan; dos besos que a un tiempo estallan; dos ecos que se confunden: eso son nuestras dos almas
b.1.2) Metáfora copulativa, en la que A es (parece, significa, se convierte en) B, o en la que B es A. Es la fórmula gramatical más sencilla de metáfora.
Por ejemplo, en estos versos de Miguel Hernández, intensísimos, de las “Nanas de la Cebolla”, en los que A es B:
La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda
O en estos otros de Cernuda:
El mar es un olvido, una canción, un labio; el mar es un amante, fiel respuesta al deseo (…) Sus caricias son sueño, entreabren la muerte, son lunas accesibles, son la vida más alta
O estos versos, maravillosos, de Ana Rossetti, en “Domus Aurea”:
Es la casa perfecta y mi amor vendaval, es aguacero, alondra que no encuentra lugar donde quedarse
O ésta metáfora, muy conocida, de Antonio Machado en su “Retrato”:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero
Guillermo León, nos dejó disfrutar en Ultraversal de hermosas metáforas de este tipo en su poema “Elegía a un no nacido”, como ésta: La vida es un ocaso que pierde su memoria
También lo hizo José Luis J. Villena con metáforas de este tipo con un esquema A es B, B, B… en su poema “El Animal”: Yo soy el animal y tú la selva húmeda la raíz que endereza el tesón de los árboles, el calor sofocante, la tormenta, la lluvia salvaje eres, aire, la comida del hambre.
María José, nuestra compañera de foro, nos obsequió esta metáfora, también con esquema A es B, B… en su poema “Mis líneas”:
Eres pájaro en el viento cantar del mañana duda que adormece la sospecha que no acaba
Famosos son los versos de Jorge Manrique en sus Coplas a la muerte de Don Rodrigo Manrique:
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir
En estos versos se pueden distinguir dos metáforas, ambas copulativas:
Nuestras vidas son los ríos (A es B) que van a dar en la mar que es el morir (B es A)
b.1.3) Metáfora metamórfica, en la que C cambia A en B, como en estos versos de Miguel Hernández:
En su mano los fusiles leones quieren volverse
b.1.4) Metáfora de genitivo, con variantes: una, en la que el esquema es A de B, pero en la que A y B se asimilan, como en estos versos de Miguel Hernández:
Un cadáver de cera desmayada y un silencio de abeja detenida
O en estos de Antonio Colinas:
Después del sueño lento del otoño, después del largo sorbo del otoño, después del huracán de las estrellas…
Otra variante, en la que el esquema es B de A, como en este verso de Juan Ramón Jiménez:
En las paredes de mi alma abandonada
O en estos versos de F. García Lorca:
El jinete se acercaba tocando el tambor del llano
(Tambor (B) del llano (A) [= tambor]
Otra variante, en la que A es el B de C, como en estos versos de Álvarez de Cienfuegos:
Tendido allí sobre la verde alfombra de grama y trébol [=prado]
b.2) METÁFORA DEL VERBO
Se trata de un tipo de metáfora mucho más sutil que la metáfora del nombre; está en todas partes, discreta, casi sin llamar la atención, pero dotando a los poemas de una expresividad sorprendente, enriqueciendo el poema de sentidos, emociones y sensaciones que contribuyen decisivamente a generar emoción, a conmover al lector. Veamos algunos ejemplos, como éste de Aleixandre:
Aunque la sangre mienta melancólicamente (…)
O éste de Miguel Hernández:
Un muerto nubla el camino
O este otro de Luis Antonio de Villena:
ese mar que rasgan los delfines como en nosotros prende la tristeza
O éste, bellísimo, de la “Elegía”, de Miguel Hernández, poema que como vemos, está lleno de metáforas de todo tipo, como casi toda su poesía:
pajareará tu alma colmenera
b.3) METÁFORA DEL ADJETIVO
Se puede considerar la sinestesia como el tipo más importante de metáfora del adjetivo; sin embargo, hay otro tipo de metáforas que, sin ser sinestésicas, es decir, sin centrarse en las características sensibles de los objetos, contagian un sustantivo con los atributos de otro, como en este ejemplo de Juan Ramón Jiménez:
Del blando pinar umbroso; serían más hondos los céfiros, el soñar se hará más hondo…
O en este otro de Gil de Biedma, en el que la calificación de la compañía de “frondosa” la imprime de alguna manera de un carácter vegetal: Y está la compañía que formamos plena, frondosa en presencias
El efecto más común de este tipo de metáforas es la humanización de los objetos o de los animales, como en estos versos de Gerardo Diego:
A los púdicos tomates, soles les tornen granates
O como en éste de Miguel Hernández, en su ya citada “Elegía”:
a las desalentadas amapolas
b.4) METÁFORA DEL ADVERBIO
En el mismo sentido que las anteriores, pero en este caso con adverbios, como en el siguiente ejemplo con versos de Miguel Hernández:
Murcianos de dinamita frutalmente propagada
O en estos de Goytisolo: que después de quitarle el sonido al televisor saco la lengua a las autoridades naturalmente norteamericanas
Para terminar, quisiera reproducir aquí “Morticia”, un poema de Isabel Reyes, nuestra compañera, cuajado de metáforas bellísimas que pueden ejemplarizar muchos de los tipos de metáforas arriba comentados. Me resisto, espero que con el visto bueno de su autora, a no reproducirlo completo, por su hermosura:
Tiene que ser -mirándote- la muerte una mujer muy bella y muy distante. La voz, susurro cálido, y los ojos, vendimia azul e inmensa y agua verde.
Tiene que ser la muerte parecida a la hierba que en vilo te mantiene. Contemplarte mujer es admirarla en tapias de creciente enredadera.
La muerte crece en ti, llega radiante de frutas misteriosas y de enigmas maduros de fragancia. Se enamora de la vida en tus ojos, es alegre igual que una tristeza clara y dulce.
Tiene que ser la muerte como eres: compendio de milagros y sorpresa.
Tercera entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
Polisíndeton
El POLISÍNDETON es un recurso de la dicción que consiste en emplear repetidamente las conjunciones para dar fuerza o energía a la expresión de los conceptos.
En ocasiones se utiliza el polisíndeton para ralentizar el ritmo del poema, dotándole de mayor solemnidad. El hecho de que el polisíndeton reste velocidad a la expresión hace que se subraye la emotividad de los elementos unidos por las conjunciones.
El uso exagerado de las conjunciones provoca en el lector la sensación de que el autor del poema está presente en el poema, es parte activa en él, ya que este uso se desvía muy marcadamente del uso no literario del lenguaje. Si bien en el lenguaje coloquial puede resultar natural la omisión de las conjunciones (incluso de las necesarias), la sobreabundancia de conjunciones genera en el lector una sensación de cierta artificiosidad, de pesadez, y en muchas ocasiones de gran belleza. El polisíndeton eleva la expresión del poema, concentra la atención en el personaje que habla y hace más lenta la enumeración de los elementos, dotándoles de más peso, aunque también puede terminar agotando sicológicamente al lector.
Veamos algunos ejemplos.
El primero que vamos a ver, un fragmento de un poema de Aspideviper llamado Sé de la locura:
“un minúsculo quejido hecho lágrima, el chasquido resignado de los pétalos en otoño y un ángel que se olvida que es un ángel y asesina a la luz del sol con su plumaje y se derrite en el intento y no brota de su cera la esperanza, ¡tan estéril! tampoco el cobijo alado de su hálito”
También muy interesante es este fragmento de un poema de Miles Davis llamado Infiel:
“Y pensabas mi vida, que no caerías, que la rutina te podría cubrir, que la decencia se habría de imponer, que Dios siempre te iba a proteger”
Vicente Aleixandre nos invita disfrutar de la lectura de un polisíndeton en este precioso fragmento de su poema La oreja – La palabra:
“La palabra es un hilo de voz, y es una madre. Y es un niño esperando. Y es un padre en su fragua. Y es un carbón brillando. Y es un hogar que ardiendo quema las voluntades, y nace el hombre nuevo.”
También de gran factura el polisíndeton en este fragmento del poema de Benedetti llamado Parpadeo:
“(…) voy a cerrar los ojos y tapiar los oídos y verter otro mar sobre mis redes y enderezar un pino imaginario y desatar un viento que me arrastre lejos de las intrigas y las máquinas lejos de los horarios y los pelmas (…)”
Segunda entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
Símil o comparación
La actividad de comparar es inherente al ser humano; comparamos de forma habitual para presentar de una manera más plástica, más visual, lo que se quiere decir y, en muchas ocasiones, para concretar un pensamiento abstracto.
En literatura, decimos que SÍMIL o COMPARACIÓN es una figura estilística del pensamiento que sirve para vincular dos o más términos para ampliar la significación de uno de ellos. No es otra cosa que comparar un término con otro a fin de poner en evidencia su semejanza o su diferencia. La comparación requiere tres elementos:
Un plano o término real (la realidad que vamos a comparar con otra cosa), al que podemos llamar A.
Un plano o término imaginario (o varios), también llamado “imagen”, (la realidad con la que comparamos el plano real), al que podemos llamar B.
Una o varias partículas comparativas, o expresiones que sirvan de enlace y establezcan la relación comparativa entre los dos planos. Entre estos nexos explícitos, el más utilizado es la palabra “como”, aunque se pueden emplear otros como “tan”, “tal”, “cual”, “así como”, además de verbos como “parecer” y algunas formas perifrásticas.
Por ejemplo, si decimos:
Su tez era blanca como la nieve
El término A, el plano real, es “Su tez”.
El término B, el plano imaginario, es “la nieve”.
La partícula comparativa es “como”.
La existencia de la partícula comparativa es importante porque su presencia nos indica que nos hallamos ante una comparación, no ante una metáfora. En el símil o comparación decimos que “A es COMO B”, no que A ES B. Sirva este comentario sólo como pequeño avance sobre lo que es la metáfora, tropo que se analizará más adelante.
La comparación es un recurso estilístico muy potente (capaz de generar gran extrañeza) siempre y cuando resulte sugestiva, ni extravagante ni desmesurada.
Veamos algunos ejemplos:
En primer lugar, un fragmento de un poema de Morgana de Palacios dentro del conjunto de poemas insertados en “Días de Marihuana”, en cuyo segundo verso se utiliza este recurso:
Y vuelvo a mí del Sur, vuelvo a mi Norte, lamiéndome la duda como una perra herida, un gesto de salitre me acompaña y la sonrisa torpe, grisácea por el polvo de la batalla inútil que pende de mis labios.
O este otro fragmento de un poema de Morgana de Palacios, insertado dentro de “Días de Marihuana”, en el que se puede apreciar un bellísimo símil en el primer verso:
Sólo tus ojos nacen como gemas astrales para inundar los míos de murmullos silentes, sólo tus ojos hablan de ríos siderales y de amores nacidos en diminutas fuentes.
De gran plasticidad es la comparación que nos regala Ángel González en este fragmento de “Quinteto enterramiento para cuerda en cementerio y piano rural”:
El primer violín canta en lo alto del llanto igual que un ruiseñor sobre un ciprés
En el que se puede apreciar perfectamente el término real “el primer violín” y el término imaginario “un ruiseñor”.
También de gran hermosura es esta comparación continuada obra de José Hierro en un fragmento de su “Poema para una nochebuena”
Te soñé como un ángel que blandiera la espada y tiñera de sangre la tierra pálida; como una lava ardiente; como una catarata celeste, como nieve que todo lo olvidara
Por último, dos bellas comparaciones escritas por Miguel Hernández, en uno de sus conocidos Sonetos, cuyos primeros ocho versos reproduzco:
Tengo estos huesos hechos a las penas y a las cavilaciones estas sienes: pena que vas, cavilación que vienes como el mar de la playa a las arenas. Como el mar de la playa a las arenas, voy en este naufragio de vaivenes por una noche oscura de sartenes redondas, pobres, tristes y morenas.
Primera entrega del estudio de Enrique Ramos publicado en el taller de Ultraversal
El uso literario del lenguaje implica una llamada de atención por parte del escritor sobre el lenguaje mismo. El escritor utiliza el lenguaje generando extrañeza en el lector, sorpresa, llamando su atención gracias al uso de palabras poco usuales (arcaísmos, neologismos), gracias al empleo de construcciones sintácticas que se distancian de las usadas en el lenguaje no literario, y también puede el escritor buscar ritmos marcados, utilizar epítetos o bien utilizar otros recursos que generan extrañeza, que se denominan de modo genérico “recursos literarios”, “recursos retóricos” o “recursos estilísticos”.
Se han hecho, para su estudio, muchas clasificaciones de estos recursos, casi todas aceptables (son pura convención), pero yo voy a utilizar aquí una de las que tienen más tradición, que clasifica los recursos estilísticos de la siguiente manera:
Figuras del pensamiento.
Figuras del lenguaje o de la dicción.
Tropos.
Figuras del pensamiento
Se suele entender por “figuras del pensamiento” aquellas que no dependen tanto de la forma lingüística como de la idea, del tema, del pensamiento, con independencia del orden de las palabras. Las figuras del pensamiento afectan al contenido, buscando la insistencia en el sentido de una parte del texto.
Algunos autores distinguen, dentro de las figuras del pensamiento, entre “figuras patéticas”, cuyo objetivo es despertar emociones, “figuras lógicas”, cuyo objetivo es poner de relieve una idea y “figuras oblicuas o intencionales”, para expresar los pensamientos de forma indirecta.
Entre las figuras del pensamiento encontramos, por ejemplo (sin que la lista sea exhaustiva), las siguientes:
anfibología
antífrasis
antítesis o contraste
auxesis
apóstrofe
asteísmo
carientismo
cleuasmo
comunicación
concesión
corrección
deprecación
descripción
diasirmo
écfrasis
enumeración clásica
enumeración caótica
epifonema
epíteto
etopeya
exclamación
gradación o clímax
hipérbole
interrogación retórica
ironía
lítotes o atenuación
meiosis
mímesis
oxímoron
paradoja
parresia
perífrasis o circunlocución
pleonasmo
preterición
prosopografía
prosopopeya o personificación
reticencia o aposiopesis
retrato
sarcasmo
sentencia
símil o comparación
sinestesia
tapínosis
tautología
topografía
Figuras de la dicción
Se suele entender por “figuras de la dicción” aquellas que se basan en la colocación especial de las palabras en la oración.
Como figuras de la dicción encontramos, entre otras, las siguientes:
aliteración
anáfora
asíndeton
complexión
calambur
concatenación
conduplicación
conversión
dilogía o silepsis
elipsis
endíadis
epanadiplosis
epífora
epímone
hipérbaton o anástrofe
onomatopeya
paralelismo
paranomasia
polisíndeton
reduplicación o geminación
retruécano
similicadencia
zeugma
Tropos
Los tropos consisten en la utilización de las palabras o de las expresiones en sentido figurado, es decir, en sentido distinto del que propiamente les corresponde, pero que tiene con éste alguna conexión, correspondencia o semejanza. Son tropos la sinécdoque, la metonimia y la metáfora en todas sus variedades.
Algunos autores incluyen también como tropos la alegoría, la parábola y el símbolo.
A continuación, en sucesivos ítems iré analizando con más o menos profundidad algunos de los recursos estilísticos que se han enumerado anteriormente; no voy a seguir un orden concreto, ya que comenzaré con aquellos recursos que tienen más utilización, si bien indicaré siempre de qué tipo de recurso se trata en función de la clasificación anterior. Mi propósito es incluir varios ejemplos de cada recurso.
Anáfora
La anáfora es una figura de la dicción queconsiste en la repetición de una o varias palabras al principio de dos o más versos, frases o enunciados de la misma frase.
La anáfora se utiliza para estructurar el poema o una parte de éste; es algo así como si a lo largo del poema pusiéramos pilares sobre los que éste se sustenta; la anáfora ayuda al lector a relacionar entre sí los fragmentos encabezados por las mismas palabras, de forma que aquel siente unidad en el escrito.
Como veremos en otro apartado de este pequeño análisis, la polisíndeton es un tipo particular de anáfora, en la que el término que se repite es una conjunción, es decir, es una anáfora leve, poco marcada. El efecto de la anáfora suele ser mucho más contundente que el de la polisíndeton, pues remarca mucho más cada uno de los miembros de la enumeración.
Con frecuencia se utilizan expresiones de varias palabras para la construcción de la anáfora, pero aún es mucho más frecuente el uso de la anáfora breve, con repetición de una palabra corta Como “si…”, “donde…”, “cuando…”, “mientras…”, “dime…”, “como…”.
La anáfora no exige que la palabra o pequeño grupo de palabras que se repiten estén en el principio del verso, sino que deben estar al principio de cada enunciado, que es bien diferente. Así, se puede hablar de anáforas “internas”, de forma que la palabra que se repite se encuentra en medio de un verso y no al principio del mismo.
Veamos algunos ejemplos.
El primer ejemplo que he traído es una anáfora continuada dentro de un bello soneto escrito por Morgana de Palacios, titulado Eresma:
Cómo ríe triscando entre las piedras verdes de limo verde inmaculado, cómo susurra el agua su recado en el oído agreste de las hiedras. Cómo acaricia el aire, cómo medra entre la zarzamora y tu costado, cómo se solivianta casi alado y se enrosca en tu cuerpo y no se arredra. Cómo me quiere el río mientras pasa a través de mi piel, cómo me abrasa con su gélida mano atardecida. Cómo nos mece en su vibrar sonoro —acuático ritual de sol y oro— de una vieja pasión, recién nacida
Se puede apreciar perfectamente la manera en que “Cómo…” articula a la perfección el soneto. En el segundo cuarteto y en el primer terceto se pueden apreciar también perfectamente esas anáforas internas de las que antes he hablado. Bellísimo.
Otro ejemplo de Anáfora, lo podemos distinguir con facilidad en estos versos de Rafaela Pinto, en un poema titulado A favor:
A favor de nadar contracorriente en los mares del mal, venciendo al aire que amartilla impiadoso el desvarío. A favor de vivir rompiendo soles que queman la raíz del inconsciente y son el enemigo encadenado. A favor de ser látigo, castigo de los espurios dioses que lapidan la lábil voluntad, desfalleciente. A favor de la luna, la inocente vigía del amor pulverizado en brazos de un ladrón y una poeta. A favor de los santos ideales del que ha sabido ser el combatiente del hambre, la bondad y el contracanto. A favor del instinto desvestido de ironías, fracasos, frustraciones decidido a ser él, impunemente. A favor de amarrar a un expediente al pérfido burócrata embebido de inútil presunción, y de indolencia. A favor de encerrar en la clausura con su ominosa luz cuarto creciente al monje desvestido de entereza. A favor del dolor descontrolado que parte ardores en la voz profunda de la entraña irreal, casi demente. A favor de lo ausente. A favor de la noche a medianoche De los fantasmas húmedos de alcoholes De dividir hipócritas por besos De incendiar el cociente De tu voz (alarido) Del murmullo (mi aliento).
Encontramos también anáforas en este fragmento de un poema de Nieves A.M. (NALMAR), escrito sin título como contestación en el conjunto de poemas “Días de marihuana”:
Contra mis delirios, contra mis torpezas, contra mis palabras, contra quienes piensan que he venido al mundo para ser muñeca. Mirad estas carnes, mirad estas piernas, mirad este ombligo paridor de penas, mirad la locura, mirad la tristeza y no digáis nunca que el viento me lleva, pues soy esta cárcel en la que estoy presa.
En este poema, Nieves utiliza el recurso de la anáfora en todas sus posibilidades: versos que comienzan por “contra…”, y anáforas internas con esta misma palabra; y también versos que comienzan por “mirad…” y anáforas internas con la misma palabra. El resultado, una estrofa perfectamente vertebrada y de gran belleza.
También utilizaron este recurso poetas consagrados, como Miguel Hernández en Recoged esa voz:
Aquí tengo una voz decidida, aquí tengo una vida combatida y airada, aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.
O como Amado Nervo:
Ha muchos años que busco el yermo, ha muchos años que vivo triste, ha muchos años que estoy enfermo, ¡y es por el libro que tú escribiste!
O, por último, Federico García Lorca en su “Oda a Walt Whitman”, de la que reproduzco un fragmento:
Pero ninguno se dormía, ninguno quería ser río, ninguno amaba las hojas grandes, ninguno la lengua azul de la playa.