La música está presente desde los primeros pasos de la humanidad en todas las culturas conocidas, así como la danza y el canto, aún en sus más rudimentarias expresiones.
Mucho antes de que aparecieran testimonios escritos dando fe de los primeros acontecimientos históricos relativos al hombre sobre la tierra, ya se habían descubierto restos de instrumentos de percusión, viento y cuerda en los yacimientos prehistóricos y protohistóricos de algunas culturas orientales y mediterráneas. Hemos de suponer que también la voz humana habría protagonizado uno de los primeros intentos en armonizar y ordenar sonidos, seguramente imitando los cantos de las aves o los ritmos producidos por los elementos de la naturaleza en sus diferentes manifestaciones. Podemos pensar que los resultados evolucionarían al tiempo que las culturas más antiguas se fueron desarrollando y organizando en sociedades.
La misma evolución, con diferente cronología, se produjo en el continente americano, donde han sido muy numerosos los hallazgos de instrumentos musicales en los yacimientos de las diversas culturas precolombinas. También en la antiquísima cultura china.
La poesía nace como primera manifestación de la literatura en las sociedades estructuradas, al menos en el Oriente Medio y Mediterráneo Oriental, para ser cantada en ceremonias religiosas, como primera manifestación del teatro en Grecia, en las celebraciones públicas exaltando la grandeza de sus héroes. Y, excepcionalmente en sus comienzos, en el ámbito privado.
Fue Aristóteles (384-322 a.C.) el que introdujo en el concepto de poesía escrita los elementos de armonía y ritmo junto a la exclusividad del lenguaje.
Anteriormente la palabra “Poiesis” se refería al conjunto de actividades creativas en cualquiera de sus manifestaciones.
La canción es definida, en general, como una composición en verso destinada a ser interpretada por la voz humana y susceptible de ser acompañada por música, interdependientes ambas. Esta es la definición que más se ajusta a la canción popular o moderna y solo en parte a la contemporánea pues cada vez es más frecuente el uso de medios electrónicos en su composición, previa a la incorporación de la letra.
Pero cantar es algo más que eso. El que lo ha intentado y perseverado en el empeño lo sabe. Al cantar se experimenta como una liberación de algo que nace en el instinto y se muestra abriendo canales de expresión que no siempre se identifican tan solo con el texto interpretado sino que se acercan al fondo del sentimiento, aún más allá del placer estético. Hay algo metafísico en la experiencia, un milagro cuando sucede.
La emoción prima entonces sobre la razón y, sin embargo, hay que llevar a cabo un gran esfuerzo de estudio y concentración previos para poder cantar con un mínimo de confianza y calidad sin importar en qué especialidad se intente. En esa conjunción conectan las sensibilidades del intérprete y de quienes lo escuchan. La magia está servida en los teatros, en un tablao, en una reunión informal de amigos, en los estadios donde la multitud se entrega sin reservas a su artista favorito… Donde quiera que suceda se reconoce y se vive al instante.
Componer canciones puede llegar como algo instintivo, como lo es cantar en primera instancia. Si damos, al modo tradicional, prioridad al texto, quienes andamos metidos en verso podemos tener alguna ventaja respecto del oído, en el relativo dominio de los ritmos o acentos en que se estructuran los versos y también en las cadencias o cambios que pueden combinar distintos elementos como son las estrofas y estribillos; también algunos de los recursos poéticos como la anáfora, paralelismos o repeticiones, aquellos que inciden en la estructura sonora de los poemas.
Si se poseen conocimientos técnicos de música la tarea será más sencilla y, desde luego, más eficaz. Pero se puede jugar a la composición dejándose llevar por la memoria musical y el instinto creativo de todo artista. Y hemos de entender que los poetas lo son.
La combinación de todos estos elementos nos puede predisponer a algunos a acometer la tarea, con resultados impredecibles. Pero siempre valdrá la pena haber hecho el intento, por lo que sin duda se aprende y por las emociones que se pueden llegar a vivir durante la experiencia y compartiendo después el resultado.
En mi caso, acometí el empeño de un cancionero poético al que di vida cuando anduve muy entretenida con las estrofas clásicas, absolutamente arrebatada por los ritmos tan integrables en la música, según así lo sentía, y echando mano de las líneas melódicas más previsibles, tan solo guiada por la intuición. Aprendí de mis limitaciones, las sufrí y luché contra ellas pudiendo acercarme al corazón y comprensión de unos cuantos poetas a quienes confié los resultados y a los que quiero aún más desde entonces.
Me respetaron y entendieron justo en la dimensión que les hace grandes también como personas, calibrando el atrevimiento y esfuerzo ajeno en lo que supone cuando la información de que el autor dispone no alcanza los mínimos razonables. Benditos sean.
Salió ganando mi voz que hube de templar y he seguido cuidando y mejorando para no dejar de cantar nunca y sentir, en cada ocasión, ese milagro que limpia el alma. ◣