¿De qué presumes, Mayo?
De qué presumes, Mayo, con ese porte altivo
porque estalló contigo toda la primavera:
desde la más pequeña campanilla del campo
hasta la rosaleda del cuidado jardín.
En el monte se incendian las jaras y los brezos
y el amarillo loco de la humilde retama.
No es tuyo todo el mérito, por más que te engalanes,
que los hielos de enero ya hicieron su labor,
y en febrero la nieve nutricia y protectora
guardaba los milagros debajo de su falda,
sopló marzo con fuerza en su rito ancestral,
te pusiste de parto con el llanto de abril.
Desecha tu altivez, recolector de flores,
la belleza requiere su tiempo y su proceso.
Vendrá la sed de agosto, soñando con las fuentes
y tú solo serás la cruz de un calendario.
Desmemoria
El olvido, amarga enredadera
tejiendo a la memoria su mortaja.
Preludio de la muerte. Muerte en vida
de la vida archivada en cofre frágil.
Vivir con el recuerdo tan raído,
sin poder remendarlo en el ayer.
No hallar el horizonte tras el páramo
del terco pensamiento en retroceso.
Perder el patrimonio inventariado
con la tinta febril de los sentires.
Vivir con el pasado enmohecido,
en furtivo presente sin sosiego.
Las amarillas hojas de almanaque
—mariposas del tiempo disecadas—
van cayendo en el pozo del vacío.
Llora la remembranza su destierro.
Lorquiana
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
(F. García Lorca)
¿De dónde llegó esta pena
con su mordedura amarga?
Te floreció en primavera
como una rosa enlutada,
te floreció en primavera,
de la noche a la mañana.
¿Pero por qué no se caen
esos pétalos de escarcha?
Porque tú la vas regando
con el caudal de tus lágrimas,
porque tú la vas regando
y en tu pecho se agiganta.
¿Pero es normal que en invierno
la pena-rosa no caiga?
Las penas-rosas resisten,
ni el frío las acobarda,
las penas-rosas resisten
con sus púas aceradas.
¿Cómo cortar esta pena
que ya ha arraigado en el alma?
quiero arrancar de raíz
la negra rosa enlutada,
quiero arrancar de raíz
igual que la hierba mala.
Ay, pena de oscuro origen,
pena que llevas a rastras,
laurel que te crece y crece
como a Apolo en su desgracia.
Ay, que tu pena es un pozo
sin fondo, Juli, Juliana.
La zarza y el tendedero
Hizo la madre poner
en el gran muro de piedra
un sólido tendedero
frente a la casona vieja.
Remata el muro una valla
y allí se acaba la cuesta
que suben las viejecitas
para rezar en la Iglesia,
y se toman un respiro
mientras tocan las terceras.
Desde allí el pueblo se ve:
tejados y chimeneas,
como tendidas del cielo
van y vienen las cigüeñas,
de blanco y negro vestidas
igual que si fueran prendas.
El muro del tendedero
cierra el recinto que fuera
del conjunto parroquial
el lugar de la huesera.
Lo sabíamos de niñas
que triscábamos la hierba,
por ser en aquel cercado
siempre más verde y más fresca.
Bajo nuestros pies la muerte,
tan cotidiana y eterna,
escondía tierra adentro
las tibias y calaveras.
Quedó fijo el tendedero,
la madre quedó contenta.
Ella se nos fue hace mucho.
Tres generaciones cuelgan
la ropa que ondea al viento:
toallas y camisetas
y de un blanco inmaculado
las sábanas volanderas.
Hace unos años, arriba
del corazón de la piedra,
brotó una zarza, milagro
que a la lógica desprecia.
Y fue creciendo hacia abajo
airosa y ufana y tierna.
Echa su flor y atrevida,
buscando con sus guedejas,
se acerca hasta el tendedero,
pretende arañar las prendas,
quiere, con sus uñas párvulas,
enredarse entre las cuerdas.
El hermano la recorta
justamente cuando llega
para que no nos pinchemos
con su fina enredadera,
ni clave en la ropa limpia
sus curiosas fauces nuevas.
Pero es tenaz, ella vuelve
al volver la primavera,
desciende hacia el tendedero
paso a paso, piedra a piedra.
Zarzamora, zarzamora,
que no naces en la tierra
y brotas como las fuentes
del corazón de las peñas,
¿dónde guardas tu semilla?
¿qué secreto te conserva?