Lumínica / In-crédula / Pequeña infinitud / Nostalgia » Por Mariví González

Lumínica

Dame un beso de agua en las pupilas
que quiero ser un llanto de dulzura
en tu boca de lluvia que murmura
un vendaval de dudas intranquilas.

Puedo hacer de tu espalda un mar de lilas
que olorosas desanden tu tortura,
transitar por detrás de la espesura
de tus sienes si tiemblas o vacilas.

Déjame ser la anchura de tus huecos,
la verdad en tus noches de extravío,
déjame disiparte lo sombrío

y ser la voz de tus oídos secos.
Como un sol que acaricia si hace frío
mi piel suavizará tus recovecos.

In-crédula

Quiero desmantelar todos los limbos,
extirparle su sílaba a la fe
y que la ingenuidad cierre sus piernas
de ninfómana virgen.

Pero me está costando
fusilar a la párvula que cree
que una mota de arena
puede agarrarse al mar como una isla.

Siempre vuelve a confiar en un mayo minúsculo,
en el hueso de un pétalo,
en verbos inconclusos y en abortos de puentes.

Y siempre la despista un sol de humo.

No comprendo por qué
no muere de una vez esta inocencia,
si tiene el cuerpo lleno de disparos.

Pequeña infinitud

No eres la mujer
que habita la pequeña infinitud
donde cabe un poema.

Tú eres mucho más
—o quizás mucho menos—
que el verso más exacto y más desnudo
sangrando sus verdades,
o que la estrofa frágil golpeando
como un látigo triste.

Tú sólo estás viviendo.

Y puedes ser
la inquietud de una roca,
la imperfección perfecta,
la muchedumbre enardecida y débil
de cualquier soledad,

la que improvisa olvidos,
la que abre la ventana del deshielo,
la que absorbe las alas de los pájaros,

la que mastica lágrimas de azúcar
o se bebe la sal de una colmena,
la que alisa los filos de la ira
o araña mansedumbres.

Una contradicción
que oscila entre la luz y la penumbra
del viaje de la vida.

Pero eres sobre todo
una efímera fecha en un tiempo continuo.

Así que no,
no ocupas su pequeña infinitud,
porque tú morirás
pero el poema queda.

Nostalgia

La nostalgia
se desliza en mis hombros sin permiso,
casi como una seda paulatina
que tiñe de colores agridulces
el uniforme gris de la cautela.

A lo lejos escucho cómo hablabas
de aquel vestido rojo
que ceñía la piel de los instintos
y que nunca llegaste a regalarme
porque entonces las horas abarcaban promesas
y el tiempo era una prórroga infinita.

Tengo un beso de lluvia en la memoria
en esta noche ocre
y poco a poco empiezan a borrarse
los suicidios del alma.

A lo lejos la arena huele a hierba.

Sacudo las cenizas del letargo
y abro por fin los ojos, imprudente,
para mirar de cerca a la añoranza.

La miro y lleva puesto aquel vestido rojo.

El que nunca llegaste a regalarme.

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