Por Gavrí Akhenazi
Tapitas de plástico
Originalmente había escrito otro editorial. No estaba mal, porque es exactamente lo que pienso del asunto, pero estoy cansado de divagar sobre el mismo punto: «qué es ser escritor».
Es imposible explicarle a alguien qué es ser escritor y aunque todos los escritores divaguemos hasta encontrarnos con las mismas conclusiones en el mismo camino y luego terminemos repitiendo una y otra vez las conclusiones a las que todos arribamos, es como en la crianza: el consejo del padre está pero la experiencia es lo que termina por hacerlo cierto en el hijo.
¿Para qué seguir renegando en la realidad de los molinos de viento?¿Hasta dónde el otro está dispuesto a entender, si es que escucha, aquello que se le dice y podría servirle de provecho en su propio camino?
La literatura está concebida como un arte fácil: se juntan unas cuantas letras, se ordenan en unas cuantas palabras que a su vez, con suerte, se ordenan en frases coherentes y se terminó. Cualquiera que esté alfabetizado puede producir esta secuencia sin mayores altibajos y expresar «sus sentimientos».
Esto ha vuelto a la literatura un arte reduccionista, jibarizada por un simplismo que la demuele en sus componentes más básicos. Ha terminado el tiempo de las catedrales y estamos en el tiempo de los barrios en serie, todos cuadraditos y sin otra aspiración que ser todos iguales de cuadraditos, con todas las habitaciones exactamente en el mismo lugar y pintados uniformemente, porque parece ser que eso es lo que da resultado.
La creatividad ha perdido territorio frente al poder tecnológico de la fotocopiadora.
¿Para qué construir una catedral si al público le sobra con un monoambiente?¿Para qué la orfebrería del detalle creativo si las paredes están pintadas y eso alcanza?
Dentro de la actualidad on-line de las piezas literarias en danza dentro de las grandes cadenas de comercialización del rubro, no son los escritores los que se han terminado. Se han perdido los lectores, porque mantener la vigencia de la buena literatura es patrimonio exclusivo de los lectores ya que ellos bajan o suben el pulgar frente a la obra.
Los críticos han pasado a la inexistencia. Ya no importan a la hora de elegir qué leer. Sus opiniones son todavía menos leídas que las obras que intentan destacar o terminar de sepultar –como otrora fuera la costumbre–. Incluso, hasta para los autores «con peso», los críticos se han transformado en un mal menor que ya no se tiene en cuenta porque el avance de la pacmánica (neologismo de Pac-man) literatura on-line es lo que realmente sepulta en la mediocridad cualquier obra digna de ser destacada.
Algún que otro idealista repite en los reportajes sus divagues y sus «consejos para escritores noveles», basado, como mencionaba al principio, en la propia experiencia: Talento, herramientas, búsqueda interior de la voz propia, trabajo, trabajo, trabajo.
Intercambiando opiniones con otro colega, me observó que hasta el talento parece haber pasado de moda y que la literatura es como una playa llena de turistas veraniegos. Cuando se van, queda todo tipo de residuos sobre la arena y la arena parece muy pero muy sucia. No deja de ser arena. Es arena sucia. «Hay que buscar con buen ojo para encontrar otra vez las caracolas».
Entonces, concluyo diciendo: Lo que ha perdido el lector es el ojo para encontrar las caracolas y tiene sus frascos de guardar, repletos de tapitas de plástico.
Saludos Gavrí, seguía tu blog y, de pronto, perdí tus huellas.
Bien, por «Tapitas de plástico». El ser, en libertad, puede sacudirse con palabras, gestos, egos, etc… partiendo de esto, se han generado multitud de escritos de diversos géneros que invaden las redes sociales. Buenos o malos, o, como se tilden, hay que darles una denominación, sean tapitas de plástico o de oro. Lo importante es que el lector discierna entre lo bueno, lo malo o lo feo.
Seguiré leyéndote.
Un gran abrazo
Soy una coleccionista de caracolas.
El símil de la playa me parece muy acertado.