«Salvador», relato de William Vanders

Imagen by Reimund Bertrans

Conocí a Salvador cuatro años antes de su muerte. Murió de cáncer en la garganta.

Salvador fue un hombre de barba más cenicienta que blanquecina. Fue un servidor de las letras, más por su acendrada imaginación, que por rigurosidad académica.

Autodidacta de la palabra, describió el proceso de desnudez de las piedras. Dijo que las piedras se desnudaron para copular aleatoriamente con la lluvia, el aire, el frío, el calor, la humedad, el líquen, la luz, la oscuridad y el tiempo. Que su desnudez es signo fijo y secular de una memoria múltiple: la memoria de los secretos. Que su desnudez solidificada fue arena, es arena y será arena. Que duerme despierta estando dormida y queda vestida estando desnuda. Que habla sin ojos y mira sin boca. Que camina estando quieta y estando quieta respira. Que desnuda está siempre pero, a veces, se enamora del líquen y se transmuta en agua para viajar al río, ser meandro y beber el mar.

Salvador murió de cáncer en la garganta. Acaso una piedra en la voz de la palabra, acaso una palabra en la voz de la piedra.

Salvador.

Murió.

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