Como una Hipatia torpe que no intuye la órbita donde tu boca artera debajo de mis párpados dirigirá su rumbo en tacto de relámpago, te espero a cielo raso fuera de toda lógica.
Y te espero temblando, desnuda de retórica, cansada de otro lunes, anhelando ese sábado que hay en la comisura de tu decir de escándalo donde solo yo veo tu soledad inhóspita.
Has destrozado en vuelo esa barrera última donde parapetaba mi ternura de acuífero, volviéndome mujer de transparencia impúdica
que te busca en los labios un resquicio de oxígeno. Para sobrevivir en mi mundo caótico he imbricado a mi piel tu corazón indómito.
Serendib
Me resisto a la inercia de romper el espejo, de construir mañanas de polvo y de quimera, de aguardar mientras otros me llenan la cartera de verdades prestadas. Existo en el reflejo
de la mujer hermosa de sol dulce y añejo que corre por las calles sin masticar la espera con los huesos en flor. Boca salina y fiera, no me agrieto jamás por ningún dolor viejo.
Miro en tecnicolor los espacios más grises y habito entre las ruinas con ventanas al mar. Mi suerte está en tu estrella que alumbra mi recuerdo.
Guardo cartas de espuma en el bolsillo izquierdo de mi camisa. Canto sin garantías bises y doy gracias si a ratos conjugo el verbo amar.
Huele a húmedo octubre… No varía el ritmo estacional y a mí, puntuales, llegan hoy los aromas espectrales a flores secas y a melancolía.
Siempre llueve en otoño y la sangría de las líquidas venas celestiales escribe mansamente en mis cristales con su confidencial caligrafía.
Quisiera descifrar, tras la angostura lacrimosa que traza en sus regueros, a qué pesar se deben sus enojos.
Y es que me niego a oír lo que murmura mi corazón, que tales aguaceros perennes solo ocurren en mis ojos.
Bye, bye
Dos mil veinte maldito, hace ya doce meses todos te recibíamos contentos y felices pues aunque no creyéramos que trajeras perdices, tampoco imaginábamos que tan nefasto fueses.
Te habríamos cerrado con muy malos modales la puerta en las narices, de haberte conocido y así nadie en el mundo hubiese padecido tu luctuoso e infame catálogo de males.
A pesar de las lágrimas que hemos derramado por ti, nos disponemos hoy a decirte adiós con el ánimo firme y el gesto esperanzado.
Y alzamos nuestra copa por el que ahora a estreno viene a sustituirte, pidiendo solo a Dios que, queriendo imitarte, no llegue a hacerte bueno.
La vida nos plantea sus recursos de barro. ¿Qué lejos nos conmina a largamente frágiles, y pálidos y solos?
Si me doliera menos tu amistad en mis manos y el corazón tuviera ese cándido eclipse con que se aparta el día de los ojos del hombre podríamos bebernos tu agraz filosofía, tu vino de cosecha selecta y arrumbada y discutir, nocturnos, la lengua de los dioses y el pánico del viento sobre los versos planos.
Se quedará la tarde tan tontamente sola como la vieja noche de cervezas y umbrales conque arreglamos mundos, mancamos utopías y quedamos mojados de soles sobre el río.
No me dejes tan sola porque ya estoy cansada de sostener las drizas en mi nave violenta.
Y si te vas un día, «cuando muera la tarde» las palomas ocultas romperán las fronteras.
Amigo, amigo mío de los vinos del alba, siempre serás el tango que nunca compusiste para que yo bailara tu terco pragmatismo.
Cuando nos encontremos después de nuestros días hablaremos de todo en lo que no creíste, pensador de alas quietas y todo será nuevo en tu boca prosaica.
No me vengan con necesidades
Ya no estoy para amores de película ni para suspirar como Gautier por un Armando más de otros armandos.
La felicidad es coja y se construye una pata de palo o anda renga igual que un pajarito al que una rata hambreada mutiló pero no deja de volar por eso.
El amor tiene mucho de hambre porque el corazón es un desconsolado que no sabe qué hacer consigo mismo y entonces busca afuera igual que una vecina -de aquellas de visillo- que ocupaban su nada en espiar qué hacíamos los jóvenes turgentes con nuestra propia magia.
Ya no estoy para amores. Ni siquiera recuerdo los pasados. Espanto a los futuros con el Raidmatamoscas -y mosquitos-, porque chupan la sangre de la ilusión que queda en algún rinconcito donde nadie ha pasado la Ultracomb.
La ilusión es un muerto a cuyo velatorio nunca iré porque los muertos siempre nos existen en el fondo del alma.
Ya no estoy para amores de película ni para hombres que ilusionen gatos, ni para hombres a los que ilusionen brebajes de gastada hechicería.
Casi soy una ostra, hablando mal y pronto. Pragmática, serena,inteligente, a veces peleadora,
a veces, mansa como una diplomática que pretende un acuerdo pero siempre soy yo, sola y distinta.
Estoy como «De nos»…*
Ya lo hice todo. Ahora, solo quiero a mi perro.
Punto.
Aparte.**
NdA: *Cuarteto de Nos (grupo musical uruguayo)
**Expresión del campo argentino que se usa cuando se separan las vacas que por edad o por problemas, ya no pueden integrar el rodeo
Me esquiva la calma como un sano a un contagiado. Será que proyecto un mal de fondo, una enfermedad esquizofrénica que perdura pero que no se muestra.
Es la sangre que reverbera silenciosa esperando lo imposible, un volcán dormido que ni las leyes naturales reviven pero que lo angustia. ¿Qué pasó en mi transitar que me aisló de la paz y me arrinconó como a un perro que abandonaron por necio y por gruñón?
Será que maldigo lo que otros aman, lo que me mantiene atado a la soledad viendo a los malditos disfrutando del dolor y de la sangre ajena, muriéndose tranquilos en sus camas rodeado de sus familiares y secuaces.
Es grave expresar ciertos pensamientos pero más grave es no poder revertirlos. No puedo, ni el subconsciente me ayuda, no tengo lo que todos, un dios al que rezar y pedirle ángeles de guerra pues sólo eso puede regresar la maldición de vivir en un purgatorio dirigido por ratas con zapatos y camisas.
Quizás la ausencia de calma, la soledad, el exilio humano, el olvido y el horizonte en tinieblas es lo que me hace no ser uno de ellos.
Tres ángeles caídos
Busca en la espuma de la mar y observa, escudriña los tonos de la orilla para ver si han quedado rastros nítidos del ángel abatido por la maldad que impera.
Aun sepultado por las aguas, logra el aliento de sangre que resiste los tiempos de la muerte, acuérdate de Cristo, esa sangre persiste según hablan los profetas de antaño.
No esperes que las puertas del infierno se quiebren y se escape un ser ya redimido de sus viejos pecados en busca de venganza. Carga con tu conciencia y caza los malandros, haz la justicia de los hombres buenos esos que creen que el mal no puede ser impune.
Proclama luego al viento tu hazaña de cobrar crímenes que apagaron las alas de tres ángeles que creyeron que el hombre es signo de bondades.
Emely y su retoño y Liz María esperan por tu fuerza, no las desilusiones.
Hay crímenes que nunca pueden quedar indemnes, no importa que la sangre te manche la conciencia.
Cómo trepida el nombre del amor en la quietud brumosa de la noche, aunque mi indiferencia ante su sombra sea más estruendosa que su escándalo y me pronuncie al margen de sus reclamaciones y a salvo de su dádiva.
No le presto atención a la sonrisa promiscua del amor, si busca abrazo, porque hace mucho tiempo que desacralicé su ritual de cinismo y hay demasiadas grietas en su rostro por las que mi silencio no penetra.
Cómo percute el tiempo del amor en la piel rasurada de los sueños, aunque ya no me excite la realidad impávida, ni me provoque resquebrajamientos en la voz de la sed.
Puedo decir te amo y no amar más que el aire de un vacío, y callarme por siglos lo invisible del asma de un amor cuando me ahoga.
El mío es un amor que no precisa de vértigos extraños ni de focos que impacten sobre su lejanía para cegar las públicas retinas asombradas de la pasión ajena.
Es fiel a mi desnudo y hasta sabe que no lo necesito para ser lo que soy: el claroscuro de una descreída que salmodia penumbras con boca de espejismo inverosímil.
La flor de agua
Me he dejado empapar por tu voz de tormenta en la distancia, por tu imagen viril otoñecida, y he puesto rumbo a ti, a tu aguacero, sin irme a pique pese a su potencia.
Hoy soy tu flor de agua, tu marítima actinia, y puedo ser de carne, de escarcha, o de pólvora cuando a ti te apetezca, porque tú que naciste original y único no te has vuelto, la triste fotocopia de tantos que no extraño.
No me exilio de mí cuando estás cerca, me mueve a la alegría tu arrogancia, tu voluntad a la oración lumínica, y estoy casi segura de que vas a morirte tan sólo cuando a ti te dé la gana, porque muera el poder que tengo sobre ti.
Nunca vas a estar solo, -terco animal de láudano- nunca, mientras la tinta nos corra por las venas y el músculo responda a los rituales íntimos.
Yo te daré un poema sin ningún adjetivo, un tiempo para amar disturbios en mi boca, una duda que arrase con todas tus certezas y te daré un motivo para salir de ti.
Como si no tuviera otra cosa que darte te daré la ocasión de violentar mis ojos y liberar tus muertos seduciendo los míos por compartir aquellos que están pidiendo paso.
Te voy a dar un sueño para que lo maltrates cuando te incite Sade, la carne para el diente y un pedazo de instinto para tu diversión.
Y por si fuera poco, te voy a dar el alma para el último trago del desierto que cruzas. Deséchala una vez que no te sirva.
Creen que me olvidé de escribir poesía, del juego deslumbrante y del placer de la piel en el verbo y de la muesca exacta en el renglón maldito.
Los fetiches caducan con la monotonía y el velo de las vírgenes ni frena la calima de la tinta en el sexo ni cubre tempestades.
Me entretuve, sin más, sin ninguna razón que justifique el borrón de la pena y el tiempo evaporado en las caricias.
Me erguí para otear lo que se palpa y abracé los paisajes con el temblor extraño de quien se sabe solo en los muslos calientes del origen.
Hube de regresar al frío de mi roca, decepcionado, falto de la verdad escrita, el fármaco que palia los dolores agudos del bienestar fingido.
Lágrimas frías
¿Cuántas veces, a punto de llorar, contuviste el dolor? No sirvió. Nunca sirve. Las lágrimas vedadas congelan lo profundo y su hielo carcome.
Los cuerpos piden sexo, manjares, agua y aire, y exigen desprenderse del veneno si quema las entrañas.
La alegría se muere cada noche en las cárceles faltas de verdades y en la carne vacía de deseos.
El invierno interior araña y nos descubre en la firmeza frágiles y en las dudas humanos pues la sinceridad busca salidas y la tristeza escuece si se oculta.
No se libera el miedo con el llanto pero mata la rabia, los impulsos suicidas y la vana indolencia.
“How happy is the blameless vestal’s lot! The world forgetting, by the world forgot. Eternal sunshine of the spotless mind! Each pray’r accepted, and each wish resign’d.”
(Extracto de «Eloisa to Abelard» – Alexander Pope)
Toda verdad es una trampa en las cavernas de sus lunas, señales que apuntan hacia la incertidumbre de la memoria.
Debemos de olvidar entonces el odio y su paciencia hermética, como las vírgenes vestales consagradas al diluvio.
Salir en busca del fuego que nunca debimos dejar de adorar.
Volver al sueño primitivo que no se convirtió en llanto, ni en borde del borde de este abismo de quimeras.
Hemos de quemarte en ese fuego y hacerte brillar en él hasta que grites y te hagas resurrección de la alegría;
eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Crónicas marcianas
Visitas la calma cada tanto, melancólico, como cualquier paisaje de crónicas marcianas, y encuentras en su fondo volcánico, en su cavidad sísmica,
esa centésima que empuja nuevamente a la creación.
Y la violenta naturaleza del genio se hace en ti unos segundos;
el dramatismo aquel que conduce al arte y a la ira, y que se vuelca en las mareas guiadas por la luna, y que no deja lugar habitable sino en otros mundos sin azul;
mundos amarillos, polvorientos, con cuatro soles como clavos ardientes, mundos de cuatro sombras que te impiden sentir la soledad.
Hoy, aquí, siempre al borde de lo que espero y de lo que quieren de eso que consigo y de aquello que tensa la mirada que proyecto –limpiándome de furias– sobre el lomo de las aves que prescinden, por perfectas de imaginar cosas raras de vivir extremos de pensar iniciar el día sin saludarme
me pregunto cuánto puede durar una estrofa cómo se mide el ritmo de un imbécil cuánto vale el silencio de un amigo de qué manera se calcula el peso emocional que tiene la mirada con el rabillo del ojo para cada cual.
Nunca he sabido esconderme, aun habiéndome doctorado en jamás darle importancia a lo inservible,
con la espalda llena, pletórica, de olvidos de gente que siente,
de chicas que no rasguñan el detrás de sus ojos buscando el por qué de sus puentes,
de chicos que meten las manos en sus bolsillos asumiendo que el miedo es buen consejero.
Me miro y admiro en el amor que irreverente cuando lo recibes irreverente lo impones es así.
Tan breve y sin embargo
Siempre era debajo de los puentes desde donde miraba los eclipses, aunque si tocaba lluvia, y los gatos se le arrimaban a los tobillos cerraba los ojos y con el pulgar y el índice de la mano derecha se tocaba los párpados pensando en Saint-Exupéry cuando pensó, con-en su amada soledad por qué tenía que morir.
Si ocurría el día, y era el torneo o la kermés se guardaba lo mejor para el final, cuidando de que el sudor le marque la camiseta el hambre la mirada y todas las hormonas el aliento de chita nómada, sintiendo en las caderas el reclamo de Gaia exigiéndole aparearse.
En un mismo cubo mágico nos miramos, sin sabernos del todo, en altos riesgos pasados y futuros coincidimos en un calendario espiral de ojos verdes y pelos largos y rubios, en un frenesí vital que por amar la vida y temer a la muerte necesita componer catedrales inauditas en donde someterse pisando con los pies desnudos antes que brasas de carbones cristianos o paganos, trizas de vidrios sobre un asfalto nocturno, de callejón.
Se dijo que habité en el borde de su boca cuando el hijo de María conoció a su primo, que me acarició las espaldas, cargadas de sombras, cuando Ceres se abstuvo de ser puta; hubieron niños que cantaron, solemnes, un réquiem cuando una misma tarde nuestras rodillas se rompieron.
A veces llora con la frente apoyada en un muro de 200 kilómetros de altura; sabiéndole, en silencio le arrimo palabras a las manos, como si le sirviera por si le fuera útil sentir que existo, de algún modo.
En otros momentos soy el que ríe, el que cruza las nubes más gordas, como un titán entrenando sus piernas en un lodazal infinito; entonces me alienta me escribe libros en idiomas que no conozco, me arroja piedras a la cara y un espejo para que vea que sangro todavía.
Todo esto es muy breve y edad es lo que nos sobra.