«Mudanza», Eugenia Díaz Mares

La casa se hace polvo. Presiento un cataclismo.
Deambulo por los cuartos observando las cosas:
zapatos empolvados, las cajas ordenadas
que siguen en espera del destino final.

Y yo sigo de pie con la corteza dura
resistiendo el embate constante de los días.

Comenzaré a embalar el sentimiento frágil,
la palabra no dicha irá en pequeños frascos,
en la caja de roble mi sonrisa más triste.

Y reservado especial un cofre de cristal
para aquellos que quise y a mí me despreciaron,
que observen fijamente lo fuerte que me hicieron
llenándome de ausencias.

Se acerca ya el momento de hacer sentir mi falta
y despegar el vuelo.




Como todas las noches degustando un café
de tu mirada caen una y mil decepciones,
viendo hacia el infinito recorres esos campos
que labraron tus manos para plantar simientes
anhelando sus frutos.

Te observas apagado los callos de tus manos,
te dueles de la espalda y de tus piernas,
que dejaron sus fuerzas de tanto laburar
y proteger semillas infecundas,
-es lo que siempre dices-.

Te veo como un árbol que agoniza dejando
revestir por los líquenes, viendo pasar la vida
encadenado siempre a la pregunta
del porqué este castigo.

¿Cómo puedo ayudarte?
Toma mi mano y vamos, sigamos caminando
hacia la luz del faro.
Ya tañen las campanas a lo lejos
dejemos el cansancio, la pena y decepciones.

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